Estoy en casa contribuyendo, como tantos vecinos y vecinas, a superar el Estado de Alarma que ha provocado el coronavirus. Nuestras ciudades están semidesiertas, una imagen insólita, propia del cine de ciencia ficción, que nunca habríamos imaginado el pasado 13 de marzo, cuando dimos el último paseo. El gobierno central ha asumido el mando único, creando malestar en nacionalidades históricas, como Catalunya, Euskadi y Andalucía, que han criticado la centralización de competencias. Y los partidos de la derecha ejercen una oposición desleal, más interesados en atacar al gobierno que en acabar con el virus.
El portavoz del Ejército compara la lucha contra el virus con una guerra y los militares han salido a la calle, pero tranquilidad, esta vez sólo para desinfectar las zonas de riesgo. Asimismo, la Policía sanciona a los insensatos e irresponsables que intentan burlar la consigna:¡Quédate en casa! Quedarse en casa es soportable para quien dispone de terraza, jardín o balcón al que asomarse, de vez en cuando, para respirar el aire fresco que baja de Sierra Nevada. Pero supone un tremendo sacrificio para las familias que viven en un piso interior de barrios obreros, como el Zaidín o la Chana, con la poca luz que entra por un ojo de patio. Los vecinos de la Zona Norte de Granada lo llevan aún peor, pues además del confinamiento, sufren infames cortes de luz.
Estamos hablando pues de un virus que castiga, sobre todo, a las clases populares. Y si además, impide trabajar o abrir negocios, a ver quien paga el alquiler a final de mes. Consciente de ello, el gobierno de coalición ha puesto en marcha el llamado escudo social para paliar el brutal impacto económico que está provocando la crisis del coronavirus. Se nota la presencia en el ejecutivo de Unidas Podemos, que hace lo que puede para que no ocurra lo mismo que en 2008. No olvidemos que la crisis anterior se saldó con 60.000 millones de euros públicos para rescatar a la banca privada. Por su parte, los trabajadores pagaron aquella crisis con desempleo y precariedad laboral, y miles de familias fueron desahuciadas. En Andalucía, con un paro endémico, muchos jóvenes tuvieron que emigrar de nuevo, como hicieron sus abuelos en los años sesenta del pasado siglo.
Los colectivos más golpeados por las dos crisis, la de 2008 y 2020, piensan que ha llegado el momento de poner en marcha la renta básica y universal. ¿Y cómo financiar la renta básica? De Europa se puede esperar poco. Su actitud insolidaria alimenta el discurso euroescéptico de la extrema derecha y pone en peligro el proyecto de la Unión. ¿Entonces? Habrá que reclamar a la banca que devuelva el dinero del rescate financiero y el gobierno central deberá recordar a grandes empresas como Endesa, Gas Natural las operadoras de telefonía móvil o las cadenas privadas de televisión su obligación de colaborar, pues están viendo un considerable aumento de sus beneficios gracias a la consigna “Quédate en casa”. Bien podrían contribuir a paliar la crisis económica derivada del coronavirus, aportando los ingresos extras y multimillonarios que obtienen estos días.
El terror silencioso e invisible
Este virus, que ha contagiado ya a más 900.000 personas y se ha cobrado la vida de 42.000 víctimas en todo el mundo, se ha convertido en el enemigo público número uno de la humanidad. En los últimos años, hemos pasado de la amenaza nuclear en Chernóbil o Fukushima a la pesadilla vírica en Wuhan. De la radiactividad al coronavirus, dos enemigos silenciosos e invisibles. Medio mundo está alarmado por el nuevo terror que sólo se ve a través del microscopio. Y otro medio, vive con el temor a que este virus expansionista continúe invadiendo territorios. Todos pendientes de la vacuna que los científicos de las grandes potencias aún no han conseguido desarrollar. Y ante el avance de la pandemia, más de 45 países han comprado a Cuba el Interferón alfa 2B, un fármaco creado por la sanidad cubana que contribuye a curar a los infectados por este virus letal. El país caribeño también da ejemplo de solidaridad, enviando 53 médicos a Italia para ayudar en la lucha contra el coronavirus.
Sin embargo, Estados Unidos mantiene el bloqueo contra la isla y se niega a comprar el Interferón por considerarlo un fármaco comunista. Un portavoz de los banqueros estadounidenses antepone sus intereses económicos a la crisis sanitaria y declara: “Hay que volver al trabajo cuanto antes, y si eso supone la pérdida de vidas humanas por el aumento de contagios, es un riesgo que hay que asumir”. Por su parte, Donald Trump se dedica a hablar del chinovirus. Y los chinos acusan a la CIA de fabricar el coronavirus en un laboratorio para acabar con su principal rival en la guerra comercial que libra con el gigante asiático. La acusación de los chinos da qué pensar, pues ya sabemos de lo que son capaces los norteamericanos, pero todo parece indicar que se trata de una fakenews más, de las muchas que circulan estos días por las redes.
Aplausos y caceroladas en los balcones
Con esta crisis sanitaria, hemos demostrado, una vez más, que somos capaces de adaptarnos a una situación tan inesperada como ésta. El coronavirus nos obliga a encerrarnos en casa, pero hemos encontrado en las redes sociales la forma de protestar y manifestar nuestra solidaridad. La cuarentena habría sido mucho más traumática sin poder comunicarnos con nuestros seres queridos o con los amigos por Internet o whatsapp. Cuando acabe esta pesadilla, será recordada como la crisis de los aplausos en los balcones, con los que hemos podido expresar nuestra solidaridad con las familias de las víctimas, la mayoría abuelos y abuelas. También hemos agradecido la labor encomiable de los profesionales de la sanidad pública, que luchan con tenacidad y escasos medios contra la pandemia, arriesgando sus propias vidas. Esta crisis ha puesto a prueba al personal sanitario, que ha tenido que responder al desafío del coronavirus con un sistema de salud mermado por los recortes del Partido Popular, denunciados en los últimos años por las mareas blancas. La sanidad pública debe salir fortalecida de esta amarga experiencia.
También hemos hecho caceroladas de protesta. Las cacerolas han sonado en los balcones para pedir a Juan Carlos I que done a la sanidad pública los 100 millones de petrodólares que Arabia Saudí le regaló, por sus negocios turbios con el régimen teocrático. Otra crisis, esta vez provocada por el rey emérito, que ha puesto de nuevo en jaque a la institución monárquica. La izquierda ha solicitado al Congreso una comisión para investigar la fortuna de Juan Carlos. Más de 2.000 millones de euros, que amasó durante su reinado y tiene ocultos en paraísos fiscales. Como era de esperar, Partido Popular, Vox y Ciudadanos rechazaron la comisión investigadora para protegerlo. ¿Y qué hizo el PSOE? Pues unirse a la derecha monárquica, demostrando, una vez más, que hace mucho tiempo dejó de ser republicano.
“Me he equivocado, no volveré a hacerlo”, dijo Juan Carlos ante las cámaras de televisión, cuando le sorprendieron cazando elefantes en Bostwana, mientras trabajadores y autónomos sufrían en 2008 las consecuencias de la primera crisis. Pues bien, ha vuelto a hacerlo. Juan Carlos acabó abdicando en su hijo Felipe VI, que ha renunciado a la herencia envenenada de su padre, pero no al trono. Por su parte, la izquierda republicana aprovecha el nuevo escándalo juancarlista para recordar la falta de legitimidad democrática de la monarquía. Una institución impuesta por el dictador Franco, que nunca se ha sometido al veredicto de las urnas, mediante un referéndum popular en el que los ciudadanos puedan elegir entre monarquía o república. Y las redes sociales, han pasado de hacer chistes sobre el coronavirus a denunciar el virus de la corona.