Las elecciones del próximo 28 de abril vienen marcadas por una tendencia significativa de cambio de discurso. Esta tendencia comienza a apuntarse por primera vez cuando algunas de las personas que participaban en los movimientos sociales que configuraron el 15M decidieron dar el salto hacia la institucionalización política e incorporar sus consignas en su constitución como partido. La incorporación de los discursos del 15M generó un interesante proceso de identificación con la ciudadanía hasta el punto de que las expectativas de voto eran tremendamente favorables. La reacción del establishment no se hizo esperar, desplegándose una estrategia política y mediática encaminada al acoso y derribo de la nueva formación. Algunas de estas operaciones están saliendo a la luz en estos días, demostrando que el poder no se detiene ante la ética cuando se trata de mantenerse.
Sin embargo, esta irrupción de los discursos en la arena política sirvió para demostrar que su fuerza como elementos de identificación y atracción para la ciudadanía es muy superior a la enunciación de los programas. Y esto es así no porque, como plantean algunos, no pocos, analistas políticos, la gente vote con el corazón y no con el cerebro, sino porque la praxis política ha demostrado a los cerebros de esa misma gente que los poderes fácticos tienen la capacidad de imponer sus lógicas, y que estas permean el funcionamiento de las instituciones políticas. Es esta constatación la que les -nos- hace tener en poca consideración estos programas, que, además, cuando cuestionan el modelo, son escasamente transformadores, a lo sumo paliativos de las perversidades del mismo.
El valor del discurso político radica en su capacidad de generar relatos que permiten la identificación del electorado no con lo que los políticos van a hacer, sino con QUIENES SON. Es interesante como la derecha ha ido relegando el relato creado durante la transición política de una ciudadanía superadora de las diferencias de toda índole, nacionales, de género y de clase, claramente agotado en el contexto actual, para apelar a unos valores con los que se identifica el importante franquismo sociológico que existe en el país, de manera que sus electores pueden sentirse interpelados por la imagen de la España UNA (nación) GRANDE (imperial) y LIBRE (de extranjeros). Es esta apelación al nacionalismo de Estado lo que permite construir un espacio seguro en el imaginario simbólico de la ciudadanía, una frontera inexpugnable frente a las amenazas e incertidumbre que genera la crisis del modelo económico y social del capitalismo financiero y la destrucción del Estado de bienestar.
Ante la fuerza de los símbolos de nada sirve recurrir al hecho de que la bandera solo sirve para tapar los fallos del sistema, velando sobre todo el insoportable crecimiento de la desigualdad social. Y es inútil además porque la crítica, aunque apela a la racionalidad, no aporta elementos para su superación, sino parches que, al no cuestionar el modelo, ni económico ni de Estado, ni siquiera cumplen su función de contención en un contexto de crisis profunda.
El problema que tenemos quienes no nos identificamos con esta idea de España es que no encontramos quienes con la misma rotundidad discursiva nos apelen sobre el derecho de los pueblos a conformar sus propias unidades territoriales y políticas, sobre que toda política migratoria tiene que tener como punto de partida irrenunciable la preservación de las vidas humanas, que en un mundo caracterizado por la hegemonía del capital financiero es imprescindible generar una política de rentas que garantice la reproducción social en condiciones de dignidad para todos los residentes, que no podemos seguir con unos modelos de consumo ecológicamente insostenibles y eso significa inevitablemente cambios radicales en nuestros estilos de vida. Como mucho podemos encontrar atisbos, tímidas afirmaciones formuladas por determinadas formaciones políticas de izquierda que incurren en numerosas contradicciones cuando intentan la cuadratura del círculo de integrar estas medidas en el ámbito obsoleto del marco político actual.
Podría argumentarse que estas política son utópicas, pero en cualquier caso no lo son más de lo que lo es el intento de resucitar las políticas keynesianas de la era de la hegemonía del capital productivo en el contexto actual. Al menos estos discursos permitirían que quienes pensamos que si no tenemos la fuerza para cambiar las prácticas, al menos construyamos los discursos nos sintiéramos representados. Así no se ganan las elecciones, es seguro, pero se coloca a la vida y los derechos de los seres vivos en la centralidad que les corresponde, y sin complejos.