En esta crónica recuerdo el viaje que hice a la Curva del Níger, como miembro de la primera expedición andaluza a aquella región de África occidental. Un mundo fascinante, repleto de color, exotismo y fantasía. De enormes raíces culturales, pero también sumido en una profunda tragedia. La sequía que no cesa, la sed, el hambre. Han sido 37 días agotadores, en busca de las huellas que los andalusíes, capitaneados por el almeriense Yuder Pachá, han dejado en las distintas ciudades que adornan la impresionante cuenca del río Níger.
La civilización de adobe
Para llegar a la civilización de adobe, donde habitan los hombres de arena, la expedición tiene que atravesar la durísima pista transahariana. Antes de adentrarnos en el desierto, tenemos que superar un severo control policial en Adrar. Nuestros Land Rovers son sometidos a una meticulosa revisión por parte de la policía argelina. Asimismo, comprueban el aprovisionamiento: litros de agua por persona y día, alimentación necesaria para la travesía y abastecimiento de gasoil para cubrir el trayecto. Si no se cumplen estos requisitos, la policía argelina no permite pasar.
Iniciamos la primera etapa en Reggane, puerta argelina del desierto. En esta localidad es necesario pasar el último control, antes de adentrarse en la bellísima planicie del Tanezrouft. Más de 1.300 kilómetros hasta Bordj Moktar, que marca la frontera entre Argelia y Malí. Cae la noche. La expedición hace su primera acampada a escasos kilómetros de Reggane, ya en el Tanezrouft. Los veinte miembros que la formamos tenemos que madrugar a fin de aprovechar al máximo la luz solar. Para seguir la pista tenemos que orientarnos mediante las balizas instaladas cada cinco kilómetros. Son postes de gran altura, coronados por placas solares, que acumulan durante los abrasadores días saharianos la energía que hace funcionar unos faros intermitentes a lo largo de la noche. Junto a ellos, unos mojones indican los kilómetros recorridos.
El grupo expedicionario penetra entusiasmado en el desierto y sobreviene el primer problema. El paso por un desnivel en el terreno a alta velocidad produce una rotura de bacas en dos Land Rovers. Tras la reparación de emergencia, la caravana prosigue su camino extremando las precauciones. El incidente ha supuesto un retraso notable. El aprovechamiento de la luz solar es de vital importancia en la travesía del desierto.
De los camellos a los camiones
Se suceden las balizas en la vasta planicie pedregosa. Son el único punto de referencia para no salirnos de la ruta. Las caravanas de camellos que pasaban por aquí hace siglos, han sido sustituidas ahora por grandes camiones de mercancías y vehículos todo terreno, conducidos por aventureros. Existen numerosas pistas paralelas y es fácil desviarse. Reconozco que hay que ser algo temerarios para atreverse a circular por esta tierra desolada. Tenemos que hacer turnos a la hora de conducir y hace falta cierta pericia para elegir la pista más transitable. Empezamos a viajar muy de madrugada, hasta la puesta del sol. El grupo sólo se detiene breves instantes en la ruta para repostar gasoil y tomar algunos alimentos. Un almuerzo frugal, consistente en una lata de sardinas para cada dos personas, frutos secos y, de postre, melocotón en almíbar.
Durante la travesía, los Tuareg nos hacen una visita que no esperábamos. Los llamados hombres azules del desierto se acercan a nuestra caravana de Land Rovers para saludarnos. Tienen fama de ser un grupo étnico con fuerte identidad cultural, esto provoca un conflicto permanente con la política centralista del gobierno de Bamako, capital de Malí. Impresiona la dignidad del jefe tuareg sobre su camello y la elegancia de una mujer, envuelta con la tradicional túnica azul, que luce un collar de marfil. El encuentro es muy emotivo y nos permite hacer algunas fotografías inolvidables. Antes de caer la noche, montamos el campamento. Ahora sí disponemos de más tiempo para cocinar una sopa caliente y una cena algo más nutritiva. Las noches en el desierto son impresionantes. Suena a tópico, pero no lo es.
Tras la cena, me alejo un centenar de metros del campamento y me tumbo en la planicie pedregosa para contemplar un cielo iluminado por la Vía Lactea, en una noche sin luna. Nunca me he sentido tan lejos del mundanal ruido y tan cerca del Cosmos, que se muestra ante mí con toda su inmensidad. Me recuerda que estamos en un diminuto e insignificante planeta. Y, sin embargo, la Tierra es el único rincón del Universo en el que podemos vivir… de momento. Cuando me incorporo, no veo las luces del campamento. Estoy desorientado y paso un momento de apuro. Los compañeros las han apagado para asustarme, pero al rato vuelven a encenderlas. El grupo está contento, pues hay ganas de bromear.
La expedición alcanza por fin su primer objetivo en la travesía del Sáhara: el Trópico de Cáncer, señalizado por un letrero que ha sufrido el impacto de la erosión solar. Estamos en el corazón del Tanezrouft y la satisfacción se refleja en las caras de los compañeros cuando hacemos una foto del grupo. La siguiente etapa a cubrir termina en Bordj Moktar, donde nos vemos obligados a pasar la noche y sufrimos, una vez más, los prolongados y desesperantes trámites de la aduana argelina. Decidimos entonces hacer un regalo a la policía y la estrategia diplomática parece tener éxito, pues los trámites se agilizan con gran eficacia. Nada que no pueda arreglarse con un par de botellas de whisky. Ya en Tessalit, paso fronterizo de Malí, comienza el África negra. Pero antes de llegar a la Curva del Níger, nos queda otro desafío. Tenemos que atravesar los arenales del Sahel, azotados por tormentas de arena.