Sabido es que una de las consecuencias de la debilidad de Estado español moderno es la presencia y prevalencia de los militares, tanto en política como en la vida pública. En los Estados modernos el ejército no ha hecho lo que se podría esperar de él: defender al país. En no pocas ocasiones, el sector castrense lejos de una supuesta neutralidad, ha procurado controlar y perseguir a sus propios habitantes, resistiéndose bajo diferentes relatos y formatos a cualquier idea de pluralidad, parlamentarismo, participación y libertad: de modernidad en suma. El estilo militar del ordeno y mando se trasladada al tratamiento de los asuntos públicos.
El agotamiento del sistema turnista durante la Restauración y la emergencia de diferentes movimientos sociales y obreros cada vez más organizados, justificaron, junto al descontento social y el desgobierno institucional, la puesta en marcha de un golpe militar de manos del jerezano capitán general de Cataluña. Pese a las razones que podían esgrimirse para aquel ejercicio de bisturí con giro a la derecha de mano de un “cirujano de hierro”, tal y como se conoce a Primo de Rivera; no está de más recordar cómo al hilo de una monarquía borbónica que daba la espalda a la presencia de socialistas, republicanos y regionalistas en el sistema representativo, se vio forzada a modificar su actitud intransigente y soberbia ante la crisis de 1917. Los gobiernos posteriores respondieron a la necesidad de un inédito encaje social y político con sensible reformas integradoras y modernizadoras. En particular, el jefe del Gobierno, el liberal Manuel García Prieto presentó en diciembre de 1922 un amplio programa de reformas sobre impuestos, cultos religiosos, parlamentarismos, derechos ciudadanos, sistema electoral, propiedad agraria y arbitraje laboral, entre otras cuestiones. En palabras de Raymond Carr: aquel proyecto dibujaba un “catálogo de reformas equivalentes a una democratización radical”.
Lo cierto es que ese intenso proceso reformista, intencionadamente ocultado por la historia más “oficial” de España, el cual nos hubiera acercado la una democracia parlamentaria estilo británica, desataría todas las alarmas entre los sectores más conservadores en la medida que posicionaba el poder civil sobre el militar y el eclesiástico. Los intereses creados se movilizarían pues para detener el programa de García Prieto, de forma que el anuncio gubernamental de exigir responsabilidades por los fracasos en la guerra en África precipitó todas las alarmas e impulsó el golpe inconstitucional del 13 de septiembre de 1923.
Hasta esos momentos el Andalucismo Histórico, atravesaba como movimiento un periodo de incipiente reconocimiento social y trabajo conjunto con organizaciones obreras y republicanas. Desde la Asamblea de Ronda en 1918 y enarbolando los principios republicano-federales de la Constitución de Antequera de 1883, el andalucismo atravesaba una dinámica ascendente en pos de una moderada representación social que pondría en valor -en muchos casos- sus inéditos postulados sociales, económicos y territoriales. Criticando los manejos del caciquismo, la pobreza e incultura social y, abogando, entre otras cuestiones, por la reforma agraria y la regeneración del Estado desde el autogobierno de sus territorios. Es más, el andalucismo franqueaba unos años siendo sus mensajes socializados por diversas publicaciones y la profusión de los llamados Centros Andaluces por la geografía meridional. En algunos municipios compartió candidaturas alternativas de izquierda a las anticaciquiles; en otros, aprovecharán los oasis de libertad que representaban las elecciones para difundir sus ideales. El andalucismo dejaba atrás un enfoque iniciático, meramente cultural y económico, para encarar una proyección política y, revolucionaria por cuanto transformadora de la que nacería una España (con)federal, netamente anclada en posiciones de izquierda y marcando distancias con las veleidades de un regionalismo conservador al que invita Cambó.
Por su parte, Blas Infante ya ejerciendo como notario a partir de sus 22 años, sedimentaba su entusiasmo primigenio sobre la base de la dura realidad de una ciudadanía más preocupada por las cosas de comer que por visiones políticas anticipatorias en el seno de un régimen quimérico. El ya nacionalismo andaluz, definido como tal, recibía también la incomprensión de una izquierda tradicional más preocupada por su presencia en unas instituciones para transformar la realidad, que en su proyecto alternativo, integral y periférico; que no por eso equidistante, neutral e interclasista. Los años previos a la dictadura son de una intensa labor propagandística acompañada de una consecuente maduración del movimiento, desde un punto de vista programático, orgánico y propagandístico.
A partir de la llegada de la Dictadura y sus imposiciones ideológicas, el andalucismo se pliega a una fase de obligado silencio y reorganización. Los Centro Andaluces fueron cerrando bajo censura gubernativa y algunos de sus dirigentes condenados al ostracismo en los terrenos más inhóspitos, pobres y solitarios de la geografía andaluza. El amplio elenco de prensa “regionalista” fue languideciendo mientras se imponía las directrices de un partido único y el más férreo centralismo monocolor; anticipatorio de aquel otro que se regodeará en esa España una, grande y libre. Fue un modelo de jerarquía castrense aplicada al Estado. No cabía más que una forma de actuar, pensar, sentir, creer y opinar; aún entre intentos de fortalecer la estructura municipal y provincial de un Estado que proyectaba sus ensoñaciones neo imperiales a través el Protectorado rifeño. No hicieron falta elecciones: alcaldes y ediles son puestos a dedo y, las Cortes, sustituida por un remedo parlamentario -Asamblea Nacional- formado por afines a un régimen donde la disensión no existe porque es inconcebible bajo las mismas siglas de Unión Patriótica (UP).
En el caso del notario de Casares, Infante es trasladado de Cantillana a Isla Cristina. Cabe suponer que para un funcionario de su rango ese destino costero no fue casual. Para aquel entonces el municipio, entre estanques y acequias que propagaban enfermedades mediante insectos, sobrevivía enlatando pescado fundamentalmente con destino a la guerra colonial. Infante sustituía los campesinos sin tierras de la campiña por los pescadores, en buena medida, también jornaleros del mar. Aquel forzado exilio bajo su condición de funcionario del Estado, le desplaza intencionadamente del eje político Córdoba/Cádiz, y le empuja a unos años de vida familiar (nacimientos de sus hijos), lectura y escritura (escarceos literarios una vez la censura imperante) y viajes.
Viaja a la Costa de la Muerte gallega donde tiene contactos con el movimiento gallegista. A través de Lisboa, donde visita a su amigo el médico anarquista Pedro Vallina allí exiliado, busca la tumba de Al-Motamid en Agmat (1924) para rendirle homenaje como último rey-poeta de Sevilla, no tanto para convertirse al islam como se suele repetir desde algunos ámbitos de forma despectiva. Ahora, su proximidad geográfica al Algarbe le permite proponer en la ciudad natal del andalusí -Silves- un homenaje que ponga en valor su herencia literaria.
A su regreso de Marruecos, intuye la comunión identitaria existente entre las dos orillas del estrecho y se topa con una experiencia decisiva: el descubrimiento del flamenco a partir de sonidos y ritmos andalusíes. Vislumbra el origen de esta singular expresión a partir del lamento de los campesinos desposeídos de sus tierras por la conquista castellana: el Felah mengus. A su regreso a Isla Cristina elabora su teoría sobre los orígenes y el secreto del cante hondo que dará nombre a su libro. Prosigue, igualmente, con sus incursiones literarias. Esta vez con Cuentos de Animales que, a modo de fábulas moralizantes, especula sobre la realidad social que le rodea. Profundiza además en la cultura de Andalucía a través de su libro Fundamentos de Andalucía, trabajo donde reflexiona sobre la identidad y la situación de dependencia y subalternidad que padecen los andaluces y andaluzas. Del mismo modo, una copiosa correspondencia personal a través de las llamadas Cartas Andalucistas, mantiene latente un movimiento que sólo a la llegada de la II República despierta de su obligado letargo. Como el resto de la sociedad el movimiento viviría con inusitada expectación el año 1930 como tiempo de tránsito -dictablanda- que precipitará el cambio de régimen una vez la marcha del dictador jerezano y la huida del borbón.
En efecto, la República no se precipita por unas elecciones generales sino que, en el 14 de abril de 1931, sabemos que fueron municipales. Más bien, la llegada del nuevo régimen lo fue por aclamación popular en las calles y ante un vacío de poder sólo asumido por un gobierno provisional consecuencia del pacto político firmado en San Sebastián. Paso al frente pues, ante la necesidad de imprimir un definitivo rumbo al relato de una España decadente que desaprovechaba la ventajosa circunstancia de no haber participado en la primera gran guerra europea. El peligro de que se prorrogue el centralismo político y las viejas estructuras de la Dictadura primorriverista conde las élites plutocráticas ejercían su poder, empuja a Blas Infante a confeccionar una candidatura alternativa con ideales revolucionarios (rupturistas), confederales, llena de valores republicanos (laicidad, feminismo, democracia e igualdad) y de estricta obediencia andaluza. Es la síntesis de su vida junto al momento de mayor proyección de su doctrina; la cual, desde luego, no puede ser acusada de conservadora o romántica. Su programa es una profundización de sus principios fundamentales, en un instante histórico donde todo está por definir y, por lo tanto, son oportunas todas las posibilidades de incidir ante el futuro constituyente siempre desde un punto de vista político y pacífico. Ante la propuesta heterodoxa de una Candidatura republicana, revolucionaria, federal y andaluza y sus imprevisibles consecuencias electorales, aparecerá el bulo del Complot de Tablada, como invento de una supuesta sublevación anarco-militar aireada por sectores antirepublicanos y afines a la coalición republicano-socialista a modo de fake news. La desactivación criminalizadora de las expectativas de aquella lista representará un acontecimiento de Estado, además de un adelanto involucionista en el tiempo anterior al recurrente agosto de 1932. Un primer tanteo a la República de los movimientos reaccionarios y anti republicanos que culminarán -de nuevo- con el recurso al golpe de Estado el 18 de julio de 1936 y a una posterior contienda civil, violenta y represiva. Pero esa es otra historia…