En Nueva Delhi encontré una camiseta con el lema: Dios no tiene religión. Tal vez, una buena definición para las personas que se manifiestan creyentes. Quizá fue algo más allá mi buen amigo Enrique de Castro, popularmente conocido como el cura rojo de Vallecas, cuando tituló a uno de sus libros: “Dios es ateo”. Con este título manifestaba que el poder, en el sentido peyorativo de la palabra, había decidido comprar la fe y adulterarla para sus propios intereses, a fin de construir un dios garante del orden establecido que garantiza los pactos de religión con el poder de los Estados, las inquisiciones medievales y actuales. El lema de la camiseta india libraba a Dios de la falsa de las religiones, negando al dios creado a imagen y semejanza de las jerarquías eclesiásticas o religiosas.
Si leyéramos la historia de la iglesia católica veríamos como el poder eclesial y terrenal pronto se hacen uno. El edicto de Milán del emperador Constantino, año 313, sellará este pacto por los siglos de los siglos. Desde ese momento Jesús de Nazaret dejará de ser la persona humana y solidaria del Evangelio para convertirse en el dios emperador o, mejor dicho, en el dios del emperador. La jugada política perfecta para controlar a todo un imperio y someter al pueblo sencillo e inofensivo.
Desde la Edad Media los reyes europeos y castellanos aplicaron muy bien el matrimonio poder-religión, poniendo de responsables a sus hijos o parientes en los diferentes mitrados. La jerarquía católica tomaría partida en las decisiones del Estado. La cruz y la espada serían las dos caras de la misma moneda. La imagen del Santiago matamoros constituye un buen ejemplo de ello, figura recordada y anhelada por el fascismo español en los últimos tiempos.
El nacionalcatolicismo es el resultado de esta historia. Podríamos decir sin lugar a dudas que “de aquellos barros estos lodos”. El teólogo andaluz José María Castillo decía en una entrevista concedida al diario El Público que había que denunciar el concordato franquista del año 1953, cuyas raíces se encuentran en la manifiesta hostilidad que la jerarquía católica manifiesta hacia la Segunda República. Las palabras del cardenal Segura no dejan lugar a equívocos: “Que la ira de Dios caiga sobre España, si la República persevera”. El arzobispo de Zaragoza legitimaba la violencia franquista: “En beneficio del orden, la patria y la religión”. El obispo de Córdoba Fray Albino fue firmante de la Carta colectiva de los obispos españoles a los obispos de todo el mundo con motivo de la guerra en España, en la que denominaban al golpe de Estado militar plebiscito armado.
El nacionalcatolicismo es incompatible con un Estado social, democrático y de derecho. Sin embargo, los obispos que conforman mayoritariamente la Conferencia Episcopal Española tienen los ojos en la espalda y no en la cara. Añoran el pasado medieval, tridentino y franquista. Baste con recordar como los obispos fueron volviendo la cara al Concilio vaticano II conforme pasaban los años del Papa Karol Wojtyla. Los purpurados españoles irían creciendo bajo los poderosos Suquía y Rouco, los dos cardenales que marcaron las líneas de la iglesia española desde los años ochenta hasta nuestros días. No sería hasta 2014 cuando Carlos Osoro sustituiría al todopoderoso cardenal Rouco Varela como arzobispo de Madrid, un nombramiento directo del Papa Francisco que no gustó nada al llamado por muchos “vicepapa” español. Rouco no votó por Bergoglio en el cónclave vaticano y, desde entonces, se ha ido configurando como el gran dique de contención, desde su ático de lujo en la calle Bailén en Madrid, de las reformas que el Papa quiere implantar en la reaccionaria Jerarquía española. Cerrando filas con él se encuentran entre otros los titulares de las diócesis con más poder de Andalucía: Juan José Asenjo (arzobispo de Sevilla), Javier Martínez (arzobispo de Granada) y Demetrio Fernández (obispo de Córdoba). Estos tres obispos son muy críticos con el feminismo, la libertad sexual, la eutanasia, la laicidad y se caracterizan por comerciar con sus templos. Como denuncia el teólogo José María Castillo: “son un escándalo las inmatriculaciones de inmuebles que ha realizado la Iglesia en España, y todos estos bienes deben ser devueltos al Estado. Han convertido la casa de Dios en una cueva de bandidos, según el Evangelio”. Son obispos simpatizantes de Vox, un partido financiado y avalado por grupos ultracatólicos.
Dios no es de ese mundo. El Dios de Jesús es el Dios padre/madre de las bienaventuranzas. Y las bienaventuranzas, precursoras de los derechos humanos, no pertenecen a ninguna religión, y menos a la que pretende someter bajo su poder y doctrina al pueblo.