Una nueva oleada de obras públicas está a punto de llevarse a cabo en nuestra costa. A instancias de los municipios costeros, el Ministerio de Transición Ecológica está a punto de acometer la construcción de diversos espigones en las playas de Isla Canela, La Antilla y Matalascañas. Tienen un presupuesto de 13,2 millones de euros.
El objetivo es que las playas gocen de buen estado de revista al comienzo de la estación veraniega y que no peligren las construcciones de primera línea de playa. La movilización política y de recursos públicos es un éxito del sector urbanístico y turístico. En una nueva evidencia de la visión antropocéntrica, queremos que la costa exista para nuestro uso y disfrute. Disponer el mundo como lo queremos, en el momento en que lo queramos.
Se hace caso omiso, también en este tema, a los expertos. Geólogos, geógrafos, oceanógrafos avisan que estas actuaciones son inútiles e incluso negativas. El litoral tiene su propia dinámica. A lo largo del año se producen grandes movimientos en función de las estaciones y la climatología. Así, en el final del invierno y primavera, los temporales suelen llevarse arena de la playa hacia el fondo marino. Después, con el buen tiempo de verano, esas mismas olas que se lo llevaron, devuelven la arena a la playa. Pero claro, nosotros queremos la playa bonita en Semana Santa, y los aportes que se vienen haciendo desde hace años mediante dragas parece ser la historia de nunca acabar. Recordemos que esas actuaciones se vienen realizando desde que años atrás ya se construyeran algunos grandes espigones a lo largo de la costa.
Las infraestructuras ya instaladas en las últimas décadas ha alterado la dinámica litoral desde pocas décadas y eso ha dado lugar a una modificación sustancial de la configuración de la costa. Véase el crecimiento de Isla Canela, La Playa de la Gaviota en Isla Cristina, La Flecha del Portil o la reducción en las zonas de La Redondela y La Antilla. Hay más factores: la disminución de los caudales de agua dulce, los vertidos procedentes fundamentalmente del Polo Químico de Huelva, la Refinería de Palos, sus tuberías, su tráfico marítimo. Quien le haya perdido la vista a la costa en los últimos cincuenta años, hoy no la reconocería. Pero queremos más.
Los chiringuitos y bares a pie de playa, los propietarios de chalets sobre las dunas presionan a los ayuntamientos. Estos, incapaces de exponer posiciones que son impopulares, lanzan la pelota a las administraciones autonómicas y centrales. El círculo se cierra cuando un consejero o un secretario de estado, a pie de cortado de arena y paseo marítimo destrozado, anuncia dinero público para poner remedio.
Poner remedio a lo que ha venido sucediendo durante siglos y que es el causante de que se haya generado esta privilegiada y valiosísima franja costera. Esa es la terrible verdad a la que tenemos que hacer frente. No valorar lo que la Tierra nos ofrece y sacarle jugo sin pisotearla. Tener la capacidad suficiente de sacar el máximo partido a un medio del que dependemos, sin agotarlo, alterarlo, menospreciarlo, subestimarlo.
Que el urbanismo salvaje y el turismo de usar y tirar ganen la partida y traten de domesticar la costa es un grave error que puede volverse en contra. Es un despropósito que lo dice todo de nuestra nula responsabilidad; con el patrimonio cultural y natural, pero sobre todo con la calidad de vida de los que nos seguirán. Porque el presente y el futuro está en los ricos caladeros, está en la conservación de la gran dinámica natural que hacía que cada primavera se paseasen los atunes por nuestras costas a ras de orilla. Porque el turismo al que hay que aspirar es al que saber apreciar y disfrutar de lo que siempre hubo.
En la cultura griega clásica, cuatro eran las fuentes del saber: la filosofía, la geografía, la historia y la poesía. Cuando Piteas cruzó el estrecho de Tarifa hacia aguas atlánticas, fue la curiosidad, la necesidad de saber lo que lo impulsó. Lo imagino rumbo oeste oteando las costas, dejando constancia de su riqueza y su belleza. Hoy, pisoteamos esas cuatro fuentes del saber, y entre todas ellas, la más denostada, la más humillada es la poesía. Porque una hilera de casas adosadas no inspira igual a un poeta que la franja litoral.
No necesitamos más infraestructuras en la costa. No son útiles. No frenarán el embate de la mar. Los espigones costeros con fines turísticos es la constatación de un fracaso. Porque se va a emplear un dinero público necesario para otras cosas. Porque el Atlántico necesita y reclamará su sitio. Somos nosotros los que debemos adaptarnos, no somos el ombligo del universo.
La única solución factible es adaptarse a los procesos naturales, que son erosivos en unas épocas y regenerativos en otras. Lo único sensato es respetar las servidumbres de costas, no construir en primera línea de playa.. Porque de lo contrario, las olas volverán a romper, una y otra vez algunas construcciones y para entonces habremos enterrado muchos recursos tratando de imponer un sistema que acabará reventándonos en la cara que es el riesgo que se corre cuando jugamos a ser dioses sin darnos cuenta que somos nosotros los que tendremos que afrontar la deuda que ahora generamos.