El modelo energético actual ya no es sostenible

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Foto. Celebración de la VII Escuela de Som Energia en Mollina (Málaga), 1º Escuela de la cooperativa que se celebra en Andalucía.

Iniciativas ciudadanas para la Transición Energética

La crisis ecológica, económica y de valores de la sociedad en la que llevamos incursos más de una década nos plantea desafíos para sobrevivir ante el cambio climático y retos para dirigir una transición socioecológica en la que vamos a tener que integrar tanto la eficiencia como las renovables, al mismo tiempo que profundizar en la democratización de la energía.

El funcionamiento de la economía mundial basada fundamentalmente en el consumo de energía, dado que todos los sectores económicos dependen de ésta, hace que el sector energético sea considerado un sector eminentemente estratégico. Este sector estratégico tiene una altísima dependencia de los países productores de combustibles fósiles (petróleo, gas, carbón y uranio), que en España supone tener que importar más del 70%[1] de la energía que se utiliza, exponiendo tanto al sector energético como a la economía española, a un importante riesgo ante la subida de precios de estos combustibles a la vez que genera una factura exterior fósil (FEF) cada vez más elevada. Una factura que además de no generar puestos de trabajo en casa, es la causa de guerras e injusticias sociales en los países productores.

Lo primero será tomar conciencia del problema. Asumir que vivimos en un modelo de sociedad de consumo y crecimiento económico ilimitado que nos hace malgastar a un ritmo desenfrenado los recursos energéticos que la Tierra tardó millones de años en generar, un modelo que genera problemas medioambientales y sociales como el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, el agotamiento de recursos fundamentales, la pobreza o el desempleo masivo que destruyen la cohesión social y que están amenazando ya la presente generación.

Para, a continuación, poner en valor los recursos que tenemos para afrontarlo. Las energías renovables y las tecnologías de internet van a permitir en pocos años que los edificios y las ciudades sean autosuficientes energéticamente marcando el fin de la dependencia de los combustibles fósiles, dando paso a una economía y una industria “verde” asociada al uso de energías renovables, cada vez más eficientes, descentralizadas y limpias, con emisiones cero.

El desafío al que nos enfrentamos la civilización del siglo XXI, es dirigir esta transición energética urbana que para que resulte satisfactoria para la humanidad ha de combinar de estrategias de eficiencia, de innovación cultural además del cambio hacia las energías renovables. La transición energética ha de ser el paso de un modelo centralizado tanto en generación como en la gestión, a un modelo que nos permita alcanzar la soberanía energía, entendida ésta como el derecho a decidir de los individuos, las comunidades y los pueblos, y el derecho a tomar nuestras propias decisiones respecto a la generación, distribución y consumo de energía, para que sean apropiadas a las circunstancias ecológicas, sociales, económicas y culturales, y no afecten negativamente a terceros.

El cambio de modelo energético requiere un cambio de modelo social, basado en la adquisición de hábitos más sostenibles, provocando una modificación tanto de nuestra forma de consumir como de la forma de producir. Es importante que la sociedad reconozca sus derechos básicos sobre la energía, siendo la garantía de estos derechos una de las tareas a las que los gobiernos han de conceder la máxima prioridad.

Un futuro energético sostenible sólo será posible si cambiamos las condiciones económicas, legales e institucionales del modelo energético actual, incorporando a las políticas públicas un conjunto de instrumentos y medidas significativas, para adoptar los derechos y responsabilidades que garanticen la democratización de los sistemas energéticos.

Entre otras medidas están el establecer un plan de uso de la tierra realista acorde con las potencialidades de las distintas tecnologías renovables, o establecer garantías a largo plazo del precio de la electricidad para estimular la instalación de nuevas plantas de energía renovable, poner en marcha iniciativas de “gobierno verde” mejorando de la eficiencia energética en edificios públicos, incorporando la generación de energía a nivel local o sustituyendo el parque automovilístico por vehículos eléctricos más eficientes. Un aspecto muy importante será también la introducción, sin demora, de educación y formación de calidad sobre tecnologías renovables, en todos los niveles educativos.

En Cataluña, tenemos como ejemplo el Pacto Nacional para la Transición Energética, un documento de bases aprobado tras un proceso de diálogo, participación y concertación entre las fuerzas políticas, representantes de la sociedad civil y sectores económicos y de la energía, para definir un nuevo modelo energético, basado en una economía y una sociedad de baja intensidad en el consumo de recursos materiales, baja intensidad energética y bajas emisiones de carbono, que permitirá a esta región obtener mayor autonomía en cuestiones energéticas al mismo tiempo que gana en calidad de vida para sus ciudadanos.

En Andalucía, el ejemplo es el Ayuntamiento de Cádiz, impulsor de dos mesas de trabajo colectivo, la Mesa contra la Pobreza Energética y la Mesa de Transición Energética, en las que técnicos y concejales del Ayuntamiento, trabajadores de la empresa distribuidora y comercializadora municipal Eléctrica de Cádiz, junto a organizaciones sociales y ambientales, universidad, profesionales del sector de la energía y ciudadanos concienciados colaboran para impulsar un cambio de modelo energético a escala local basado en la promoción de las energías renovables, el ahorro, la eficiencia, la creación de empleo local, un cambio de cultura energética y la participación ciudadana.

Si además, adaptamos nuestro sistema económico desde la perspectiva de la atención a las necesidades humanas básicas, como proponía Max-Neef, incluidas en el marco social y ecológico, la reconfiguración metabólica de la economía deberemos basarla en los principios de sostenibilidad, la reformulación de prioridades, la gestión democrática de límites y tiempos, en el uso de recursos e impactos, así como en la aceptación de criterios de redistribución más justos.

La Transición Energética requiere incluir modelos de consumo relacionados con la economía social y solidaria, la apuesta por el bien común, el comercio justo, las prácticas comunitarias, otras formas de producción y distribución alternativas, más sostenibles, más justas y distributivas, iniciativas sociales que coloquen a las personas en el centro y como objeto de su actividad, como alternativa a la desigualdad e injusticia que impone la economía capitalista.

En la apuesta por la economía social y solidaria se enmarcan las cooperativas de productores y consumidores de energía renovable, y las comunidades de energía. A nivel estatal se encuentra la pionera en España, la cooperativa Som Energia, a la cual se han ido sumando y adaptando a las necesidades de cada territorio otras cooperativas como Goiener (País Vasco), Nosa Enerxia (Galicia), Energética y Megara (Castilla León), Econactiva (Castilla la Mancha), La Corriente (Madrid), o la nueva que está a punto de nacer aquí en Andalucía, Candela (Cooperativa Andaluza de Electricidad Alternativa) que pretende ser una cooperativa de consumo para fomentar el uso de las energías renovables y la eficiencia energética de la sociedad andaluza.

Para lograr la autosuficiencia energética de barrios y ciudades que permita la dependencia exclusiva de los recursos renovables, será imprescindible también recuperar el modelo de ciudad compacta, con diversidad de usos, donde las necesidades de desplazamiento se reduzcan al tiempo que se mejora la conectividad con la ciudad mediante la introducción de la movilidad eléctrica, reestructurando el espacio público para dar prioridad a los recorridos peatonales y los lugares de encuentro.

La viabilidad económica, financiera y social de la rehabilitación de los barrios y ciudades sólo será posible imaginarla como reto colectivo cambiando el paradigma de la relación entre los habitantes, las administraciones públicas, las empresas y los equipos técnicos, donde el protagonismo recaiga en las comunidades de vecinos y en las empresas de barrio.

En este reto están inmersas dos iniciativas sevillanas que, inspiradas en el movimiento de Ciudades en Transición y la filosofía del Community Organizing, promueven el empoderamiento y fortalecimiento de las comunidades, así como la movilización y la acción del vecindario para que sean los verdaderos promotores del proceso de transición.

Amor de barrio, une a los vecinos de los barrios de San Julián, San Gil y la calle Feria de Sevilla para fortalecer las potencialidades del barrio y al mismo tiempo promover cambios para mejorar el lugar que habitan, bajo los principios sostenibilidad y humanización, en aspectos como la movilidad, la energía, el comercio local, espacios verdes o vivienda y contra la amenaza de la turistificación. Una iniciativa que tiene como colectivos motores a Santa Cleta y la Transicionera, a los que se unen otros colectivos y entidades del barrio, y que cuenta con el apoyo económico del Fondo Andaluz de Municipios para la Solidaridad Internacional (FAMSI).

Calle en Transición, es otro proyecto piloto para promover la transición energética de una calle del Casco Histórico Norte de Sevilla, que cuenta con dos líneas principales de trabajo: el descenso energético y la toma de conciencia sobre las estructuras económicas, políticas y jurídicas que frenan o impiden el cambio hacia un nuevo modelo energético más justo, descentralizado y sostenible. Esta iniciativa también impulsada por la Transicionera cuenta con financiación gracias al premio recibido en el 2º Concurso de El Germinador Social (2018), promovido por Som Energía, y Coop57, cooperativa de servicios financieros éticos.

Como hemos visto, la solución no pasa sólo por la sustitución de los combustibles fósiles por energías renovables, sino que la solución tiene que pasar por un cambio radical del modelo global que además de implicar estrategias de ahorro, eficiencia y autoproducción, requiere el convencimiento y la complicidad de los seres humanos que habitamos el planeta, porque necesitamos un cambio tanto en las políticas como en el modelo socioeconómico y territorial en el que vivimos. Nos enfrentamos a la necesidad de resolver problemas filosóficos, políticos y económicos que se refieren a la autogestión colectiva de las necesidades y los medios para su satisfacción.

La voluntad de emprender el camino está en manos de la sociedad y de las fuerzas políticas. El cambio de modelo energético necesita de la aplicación de nuevas políticas de acción, innovación social e independencia de los poderes fácticos que determinan la marcha del mundo, así como de una renovación profunda de los valores y las simbologías que configuran la opinión de las personas y los movimientos ciudadanos, que son los auténticos actores del cambio social.

Veremos si las elecciones de esta primavera arrojan un poco de luz para hacer más fácil esta época de cambio.

En un mercado en el cuál sólo es libre quien tiene dinero, nos encontramos ante “mercaderes que compran el trabajo y venden el vivir” (Sampedro, 2009)[2].

[1] Datos de Eurostat (2017).

[2] Sampedro, J. L. (2009). Economía humanista. Algo más que cifras. Barcelona: Debate, Ed.