El olvido mudo

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Catalina Silva Cruz. Fotografía Olga Zilbermann.

La objetividad absoluta es una cuestión peliaguda en el ámbito de las Ciencias Sociales, pero la dificultad se agrava si el tema que hay que tratar es la historia reciente de España. Este curso creí oportuno trabajar en clase el documental El silencio de los otros. Cuando alguna voz aislada me acusó de sectarismo y dogmatismo, argumenté que todas las dictaduras falsifican la historia condenando al olvido los hechos que no interesan que se conozcan. Como ejemplo paradigmático siempre cito que Benalup-Casas Viejas (donde vivo y trabajo) pasó a llamarse Benalup de Sidonia en agosto de 1936.

Al mes siguiente de ver el documental, en la prueba de Lengua Castellana y Literatura de la EvAU (antigua selectividad) entró un fragmento de Los girasoles ciegos, de Alberto Méndez. La pregunta que le hicieron al alumnado fue si se considera legítimo que un gobierno reprima el desarrollo cultural de un país. Tras el examen, una de mis alumnas me llamó entusiasmada contándome que había escrito sobre la ley mordaza y la necesaria supresión de la Ley de Amnistía de 1977.

Sinceramente, lo que me parece intransigente e intolerable es cómo el régimen franquista, a través del terror, la represión y la propaganda, logró imponer el silencio y el olvido que han generado la indiferencia actual. También me lo parece las dificultades que estamos teniendo para normalizar nuestro pasado y reconocer los errores, como hicieron los alemanes, por ejemplo. Claro está que Hitler perdió la guerra y Franco la ganó.

El sábado 6 de junio, a las 20:00 horas, se inaugura una plaza en Benalup-Casas Viejas dedicada a Catalina Silva Cruz, miembro de la familia Seisdedos y, a su pesar, una de las grandes protagonistas de los sucesos de Casas Viejas de enero de 1933. A los pocos días de los hechos, el ambiente de represión que se instaló en el pueblo obligó a todas las mujeres y a tres niños de esa familia a salir de allí. Tras una breve estancia en Cádiz recalaron en Paterna de Rivera, donde les pilló el golpe de Estado de julio de 1936. Allí, los sublevados secuestraron y asesinaron a su hermana María (la Libertaria), y Catalina tuvo que huir de nuevo. Así hasta que el desarrollo de los acontecimientos hizo que terminara como refugiada en Francia, donde sufrió en carne propia el tratamiento que el gobierno de Vichy y los nazis reservaron a los exiliados españoles. Terminada la Segunda Guerra Mundial, Catalina se estableció en Montauban, donde murió en agosto de 2017.

En enero de 1933 Catalina no solo perdió a siete familiares (un abuelo, el padre, tres tíos y dos primos), también se vio expulsada de la tierra que la había visto nacer: la derrota se completaba con la condena al olvido. Esta casaviejeña sobrevivió al capitán Rojas, a las tropas sublevadas franquistas, a Pétain, a Hitler…, pero no pudo sobrevivir al silencio y a la indiferencia a la que la condenaron en Casas Viejas.

En 2005, Miguel Sen escribió La memoria muda, una novela sobre una niña que vive los sucesos de Casas Viejas y termina exiliada en Francia. Isabel, la protagonista, es muda como fruto del terror. Sen no conocía el caso de Catalina, pero la magia de la literatura hizo que realidad y ficción se fusionaran.

Cuando este sábado se inaugure en Benalup-Casas Viejas la «Plaza Catalina Silva Cruz», Catalina habrá dejado de ser una de tantas mujeres mudas; como suele ser, las últimas en recuperar su voz, sobre todo si, además, eran pobres y de izquierda (ella militó en el grupo juvenil, femenino y libertario Amor y Armonía, creado en Casas Viejas en 1932). Por eso, este acontecimiento me parece un acto de restitución, como sinónimo de devolución de la dignidad y de la recuperación de la identidad perdida, y como antónimo de la usurpación, la expulsión y la apropiación del espacio público por parte de los vencedores.

Esta nueva plaza se encuentra junto a la calle Seisdedos, la calle María la Libertaria y la calle Manuela Lago. Mientras, lejos de allí, en el centro histórico, la antigua plaza de la Constitución seguirá llamándose plaza de Nuestra Señora del Socorro, la cual está situada junto a calles con los nombres de San Juan, San Elías, San Francisco o Rafael Bernal, el coordinador de las obras de la iglesia.

Se dice que somos «más hijos de nuestro tiempo que de nuestros padres» y ello explica el dualismo en esos nombres. Para completar el círculo solo falta que se restituya a su lugar de origen el monolito que la CNT-Andalucía colocó en 1983 en memoria de las víctimas de los sucesos de Casas Viejas.

Si en la EvAU preguntaran si es legítimo que un gobierno reprima el desarrollo cultural de un país, o que en Benalup-Casas Viejas inauguren una plaza con el nombre de Catalina Silva Cruz, símbolo de las mujeres derrotadas de la Segunda República, no me parecería ni sectario ni dogmático, todo lo contrario: justo y necesario. Además de ser nuestro deber y estar actuando de acuerdo con los nuevos tiempos que vivimos.