El pasado 14 de abril hemos celebrado el 88 aniversario de la proclamación de la Segunda República (1931-2019), cuando se puso en marcha un proyecto ilusionante de cambio, con importantes avances en justicia social, igualdad y educación. Era conocida como la República de los maestros, que impulsó las misiones pedagógicas y la Institución Libre de Enseñanza. Aquel sueño republicano apenas duró cinco años, hasta que fue brutalmente abortado por los golpistas del 36.
El golpe fracasó, pero los militares traidores, encabezados por Franco, provocaron la guerra y desencadenaron una represión sin precedentes, dejando más de 100.000 desaparecidos en fosas comunes. Precisamente, la Universidad fue una de las instituciones que más contribuyó a la llegada de la República y, por eso mismo, también una de las más golpeadas por la represión franquista. Sólo en Granada, los militares golpistas asesinaron al rector Salvador Vila y a catedráticos como José Palanco, Jesús Yoldi, Joaquín García Labella o Rafael García Duarte.
Después llegó la victoria y, con ella, cuarenta años de dictadura, sin piedad para los vencidos. La Universidad también se convirtió en uno de los principales baluartes del movimiento estudiantil en la lucha contra el franquismo. Por entonces, no había estudios de Periodismo en Andalucía, así que muchos jóvenes nos vimos obligados a emigrar a Madrid, sin saber que nos metíamos en la boca del lobo. Como estudiante de la Facultad de Ciencias de la Información, participé en las movilizaciones de la Universidad Complutense, durante la transición (1973-78), cuando el régimen daba sus últimos coletazos y era más peligroso que nunca.
La temida brigada político-social o policía secreta franquista tenía confidentes y agentes infiltrados en las aulas, que violaban el recinto universitario para detener a profesores o estudiantes cuando se significaban en las asambleas, consideradas por el régimen como “reuniones subversivas”. Otros estudiantes hacían funciones de enlace para coordinar las movilizaciones entre facultades. Todos asumían un riesgo importante, pues podían acabar en los calabozos de la Dirección General de Seguridad, donde eran sometidos a duros interrogatorios por parte de especialistas en tortura. Algunos detenidos no salían vivos del siniestro edificio ubicado en la Puerta del Sol y otros eran sometidos a una farsa judicial por el Tribunal de Orden Público que aplicaba duras condenas en las cárceles franquistas. Sólo por gritar: “me cago en Franco” el TOP condenó a Timoteo Buendía a diez años de cárcel.
En la Universidad se organizaban numerosas asambleas que acababan en manifestaciones, reprimidas con gran dureza por los cuerpos especiales de la policía, conocidos como “antidisturbios”. Asistí a las protestas por la brutal ejecución con garrote vil del joven anarquista Salvador Puig Antich, en marzo de 1974, y me manifesté contra los asesinatos, en plena calle, de estudiantes como Arturo Ruiz, Marí Luz Nájera, alcanzada por un bote de humo de la policía que le causó la muerte, o Javier Verdejo, el joven tiroteado en Almería por hacer una pintada en un muro en la que podía leerse: “Pan, T…” y cuando iba a escribir Trabajo y Libertad” no pudo hacerlo, pues la Guardia Civil le disparó mortalmente.
También fui testigo, en enero de 1977, de la impresionante manifestación de duelo por la matanza de Atocha (Madrid), en la que cinco abogados laboralistas de Comisiones Obreras fueron asesinados por pistoleros de ultraderecha. Y el 4 de diciembre de ese mismo año, otro asesinato, el del joven Manuel José García Caparrós, también de Comisiones Obreras, tiroteado por la policía franquista durante las manifestación por la Autonomía de Andalucía en Málaga. El asesinato de García Caparrós fue un aviso de los herederos del franquismo: “con la unidad de España no se juega”- amenazaban-, y fue precisamente este crimen el que impulsó la conciencia del pueblo andaluz por su autogobierno.
En la Universidad tomaban fuerza las reivindicaciones nacionalistas. Los estudiantes de Periodismo creamos la asociación Andaluces por Andalucía y asistíamos a los primeros conciertos del cantautor Carlos Cano, que ya por entonces nos cantaba su “verde, blanca y verde”, considerada como el segundo Himno de Andalucía. Pusimos también en marcha la revista “Andalucía 9”. Esta cabecera hacía referencia a la novena provincia, así era como llamábamos a Madrid, donde residían por entonces más de 500.000 emigrantes andaluces. A través de “Andalucía 9”, fomentábamos la conciencia autonomista de la comunidad andaluza en el exterior, con manifiestos como éste:
“Paisanos: El 4 de Diciembre, Día de Andalucía, no ha sido sino el comienzo de la lucha que ha de culminar en la consecución de un auténtico Poder Andaluz, que posibilite el fin de la situación colonial a la que Andalucía, nuestra tierra, está sometida, causa fundamental de la miseria a la que se ha condenado a nuestro pueblo: cerca de 600.000 parados y casi tres millones de andaluces emigrantes, repartidos por el Estado español, Europa y América Latina. Desde aquí, fuera y lejos de nuestra querida tierra, os decimos que los emigrantes queremos volver y nos sentimos unidos a todos vosotros en la lucha que nos llevará a una Andalucía libre y socialista”.
La Universidad era un nido de rojos, según el régimen, y no se equivocaba. Las facultades llegaron a convertirse en un hervidero de partidos políticos y las asociaciones estudiantiles organizaban en las aulas actos con escritores exiliados, como Ramón J. Sender, o conciertos de flamenco con cantaores comprometidos, como Enrique Morente o José Meneses. El mensaje eran contundente: el mundo de la cultura y la Universidad, unidos contra la dictadura y por las libertades democráticas.
En la actualidad, cada vez son más los estudiantes universitarios que rechazan una institución antidemocrática como la monarquía y apuestan por la democracia republicana. Con este fin, están organizando referéndum simbólicos sobre el modelo de Estado, en los que votan de forma mayoritaria por la III República. El sueño republicano de nuestros abuelos sigue vivo.