Las huelgas de hambre como instrumento de acción política consisten en un mecanismo de presión no violento que consiste en renunciar voluntariamente a la alimentación para reivindicar derechos. En Irlanda, encuentran precedentes ya en el siglo XIX en las acciones de sufraguistas como Hanna Sheehy-Skeffington, o activistas sindicales como James Connolly, Jim Larkin o James Byrne.
Este año, se cumple el cuarenta aniversario de la que quizá fue más sonada, por conducir a varios de sus participantes hasta la muerte. Corría el mes de octubre de 1980 y siete presos políticos iniciaron la huelga de hambre. El 1 de diciembre se unieron a ellos tres presas políticas y a mediados de diciembre de 1980 lo hicieron otros treinta prisioneros políticos irlandeses. La huelga de hambre cesó ante una propuesta del Gobierno británico de introducir mejoras en el régimen carcelario, pero esta no se hizo efectiva. Así que retomaron la huelga desde el 1 de marzo de 1981 ante el incumplimiento observado. Las huelgas de las mantas o las huelgas de aseo ya habían precedido también a esta lucha.
No vestir uniforme de prisionero, no realizar trabajo en prisión, la libertad de asociación, el derecho a las visitas, paquetes y cartas eran sus demandas principales que pueden resumirse en una: el reconocimiento como presos políticos. De hecho, estaban alojados en la prisión de Long Kesh, en los denominados H-blocks (por su forma de “hache” vistos desde arriba), construidos expresamente para alojar a prisioneros del conflicto y que resultó clausurada el 29 de septiembre de 2000, tras los Acuerdos de Viernes Santo.
Durante los siete meses que duró la huelga de hambre, la policía y el ejército británico respondió a las manifestaciones con vallas de plástico, productos de las cuales mataron a cinco personas, tres de ellas, niños. La represión respondía así al apoyo obtenido fuera de los muros de la prisión.
Uno de los huelguistas, Sands fue nominado para el Parlamento Británico, y ganó el 9 de abril de 1981 el escaño por la circunscripción de Fermanagh and South Tyrone. Sin embargo, el Gobierno británico de Margaret Thactcher seguía oponiéndose a sus demandas y el 5 de mayo, después de sesenta y seis días en huelga de hambre, Sands falleció. Más de cien mil personas asistieron a su funeral en Belfast. Otros nueve huelguistas de hambre (miembros tanto del IRA como del INLA), también murieron en julio y agosto del mismo año, antes que la huelga de hambre fuese suspendida el 3 de octubre. El día 6, el Gobierno británico anunció cambios en el régimen de prisiones, entre otra, la posibilidad de que los prisioneros vistieran su propia ropa. Además, en el balance de esta huelga hay que destacar que supuso el refuerzo tanto de la militancia republicana como del ascenso electoral de su opción política, el Sinn Fein.
Este año, en su cuarenta aniversario, Bobby Sands, Francisc Hughes, Raymond McCreesh, Patsy O´Hara, Jose McDonell, Martin Hudson, Kevin Lynch, Kieran Doherty, Thomas McElwee y Michael Devine reciben un especial homenaje por parte de sus seguidores. Lucharon hasta el final y ese compromiso tiene mucho que ver con los avances en el status político actual de Irlanda del Norte, aún bajo dominio británico.
El eco de estas luchas también llegó a Andalucía. De un lado, hay que recordar las operaciones de los servicios secretos británicos que tirotearon y mataron a tres militantes republicanos desarmados (Mairead Farrell, Dan McCann and Sean Savage) en Gibraltar en 1988, y de otro, la introducción de la huelga de hambre como mecanismo de acción política. No es casual, que también en los inicios de los 80, el entonces presidente andaluz, Escuredo, plantease acogerse a esta medida de lucha no-violenta en defensa del proceso autonómico andaluz y tampoco lo es la utilización masiva y exitosa que realizase el movimiento jornalero de esta herramienta. Parece que las luchas nacionales desde los territorios dominados y las huelgas de hambre corren parejas en la historia. Basta conocer los ejemplos –quizá no tan lejanos- de Irlanda y Andalucía.