“Si se deja actuar libremente al capital, la ciudad se convierte en un lugar de depredación” (Gustavo Petro, alcalde de Bogotá, Colombia).
El “extractivismo urbano”, dice Granero Realini, es una “nueva metáfora que retoma la esencia de otros tipos de extractivismos ligados al ámbito natural y está vinculado con la apropiación de excedentes de capital que se dan en y a través del espacio urbano y cuya característica fundamental es que, en líneas generales, esos excedentes que se apropian privadamente (ligados a poderes concentrados) se producen de forma colectiva. Lo que se apropia en la ciudad –con la misma lógica predatoria que se ejerce sobre los recursos naturales- son las rentas que genera el espacio urbano”.
En las últimas décadas, las formas de apropiación y de expulsión en el ámbito urbano se han expandido y diversificado hasta el paroxismo, multiplicando los excluidos, los desposeídos, en un contexto en el que, como señala Sassen en su libro “Expulsiones. Brutalidad y complejidad en la economía global” (2015) “crecer económicamente significa empujar gente afuera”; “una especie de versión económica de limpieza étnica” que se dirime ahora a escala mundial y que se refleja claramente en el espacio urbano.
Entre las múltiples nuevas fronteras extractivas urbanas destaca la inducida por la especulación inmobiliaria a gran escala ligada a la financiarización de la economía. Sólo en el año 2013-2014 la compra corporativa de propiedades ya existentes superó, a escala mundial, los 600 mil millones de dólares en las 100 principales ciudades receptoras de inversiones, y 1 billón de dólares (aproximadamente el PIB del estado español) un año más tarde, y esta cifra incluye sólo adquisiciones importantes (por encima de 5 millones de dólares). Estas inversiones, por otro lado, no incluyen los “nuevos desarrollos urbanos”, gigantescos megaproyectos o “compras corporativas de piezas enteras de ciudades”, que superan ampliamente la inversión mundial en los activos inmobiliarios anteriormente citados. El resultado de esta voracidad inversora ha sido, y está siendo, una crisis habitacional sin precedentes en la historia humana de la urbanización.
Como señala Vásquez Duplat en relación a la ciudad de Buenos Aires, entre 2001 y 2010 se construyeron 20 millones de metros cuadrados, de los cuales el 43% correspondió a vivienda de lujo y suntuosa; a pesar de que la población no crece desde hace 20 años, entre 2001 y 2014 el crecimiento poblacional de villas, asentamientos y núcleos habitacionales transitorios (hábitat precario) creció en un 156%; el incremento del precio del suelo fue de un 281% y el 20% del parque habitacional se encuentra deshabitado. Hay en la ciudad 150.000 viviendas vacías. Este es un escenario global. La crisis habitacional se ha convertido de hecho en un fenómeno característico de la ciudad actual. Los gobiernos, sin embargo, siguen midiendo el éxito urbano en la guerra competitiva global a través del indicador “precio del m2 de suelo urbano”; mientras tanto, la ciudad mercancía multiplica a los desposeídos por doquier: expulsados del campo primero (industrialización, megaminería, acaparamiento de tierras, etc…) con el sueño de “la ciudad os hará libres”, para pasar a la pesadilla de ser excluidos también en la ciudad.
Otra nueva frontera extractiva urbana tiene que ver con el proceso de privatización de los espacios y servicios comunes y públicos, elementos que fueron esenciales para la reproducción social en el fordismo y que ahora se han puesto en manos del mercado: plazas, calles y espacios comunes convertidos en grandes terrazas privatizadas y en nuevos centros comerciales abiertos; eliminación de zonas verdes (p.e. conversión en aparcamientos); espacios de encuentro e interacción social transformados en verdaderos parques temáticos; nuevos espacios comerciales y de ocio, “artefactos de la globalización” que hacen el papel de las antiguas catedrales; privatización de la vivienda, el transporte y otros servicios urbanos.
El papel del Estado en todas estas nuevas formas de extractivismo ha sido central. Ha renunciado, en primer lugar, a la planificación urbana; esto es, al desarrollo de un modelo global de ciudad, como en la etapa fordista, en el que lo público tiene un papel central, así como la legitimidad política y la redistribución (sin renunciar, sin embargo, al objetivo prioritario del crecimiento). La nueva planificación urbana –estratégica- o no-planificación concibe la ciudad como una mina cuyo desarrollo, a base de convenios urbanísticos, no necesita ser ordenado ni planificado con criterios políticos.
El Estado también ha renunciado al control del mercado de alquileres y vivienda, ignorando la función social del suelo urbano y sacralizando el derecho de propiedad sobre los derechos sociales. Tampoco ha impedido, e incluso ha promovido, los desalojos; se ha deshecho del patrimonio público con la excusa de financiar otras políticas “sociales” que luego no fueron tales o no se llevaron a cabo; ha promovido directamente el desarrollo de megaproyectos que han dado lugar a espectaculares “pelotazos urbanísticos”; ha desarrollado costosísimas infraestructuras urbanas (metros, tranvías…) convertidas a la postre en lucrativos activos financieros; ha alimentado la gentrificación en sentido amplio; esto es, la expulsión de vecinos y actividades tradicionales para incrementar el valor del suelo urbano. En suma, el Estado se ha convertido en el principal promotor de la especulación inmobiliaria y el extractivismo urbano.
Como consecuencia, las ciudades se están convirtiendo es espacios cada vez más duales, elitistas, excluyentes, y violentos, donde la población, origen de las economías de aglomeración, está siendo crecientemente privada del “derecho a la ciudad”. Como en la película de F. Lang, Metrópolis (1927), los trabajadores (esclavos), que mantienen en pie a la ciudad, no son visibles; viven en el subsuelo (periferia) y han perdido el derecho a participar de las ventajas, lujos, comodidades y servicios que ofrece la ciudad.
Crecimiento urbano y apropiación, desarrollo económico y exclusión se convierten así en las dos caras de una misma moneda en el proceso actual de urbanización global; un planeta urbano crecientemente dominado por “ciudades miseria”.