A falta de la encuesta pos-electoral del CIS, que ofrece el dato de la distribución del voto entre distintos grupos sociales, es previsible que el panorama no haya cambiado mucho entre las últimas elecciones y estas, ni en Andalucía ni en el conjunto del estado. El voto de derecha y de extrema derecha seguirá teniendo una fácil caracterización de clase, vinculados a barrios privilegiados y a una clase alta o media-alta que ya se encontraba políticamente movilizada. El espectro político conservador, por ahora, no consigue incrementar su número de votantes, elección tras elección, por lo que seguimos ante un escenario de redistribución del voto entre las distintas derechas. Aunque Vox ha encontrado un filón importante en el chovinismo nacional y en el desafío a la corrección política, sigue con un programa socio-económico neoliberal, que permite identificarlo claramente con las elites españolas, y que debería tener pocos partidarios entre la población más humilde.
No obstante, la preocupación de algunos sobre la hipotética capacidad de esta derecha “antisistema” de pescar votos los menos privilegiados, no deja de tener cierta base. En primer lugar, porque hay experiencias similares en otras partes de Europa, y la extrema derecha española podría intentar imitar el discurso proteccionista de, por ejemplo, su contrapartida francesa, para movilizar este tipo de voto. En segundo lugar, porque, también elección tras elección, las mayores tasas de abstención se localizan en los barrios y pueblos más pobres de Andalucía y entre la población con menor nivel de formación, desempleados y trabajadores manuales (lo que denominaría en el contexto actual clase trabajadora). Finalmente, porque la izquierda tiene cada vez más dificultad para movilizar este tipo de voto (excluyendo al PSOE andaluz) y cada vez se encuentra más vinculada a sectores urbanos relativamente privilegiados y grupos de formación media-alta y oficios técnicos y profesionales (lo que podría llegar a denominar cierta fracción de la clase media). Por supuesto, esto es solo una tendencia (la izquierda sigue por lo general conservando sus bastiones en barrios y pueblos que tradicionalmente les han votado) y no precisamente nueva, sino que viene pronunciándose desde al menos las dos últimas décadas y ha recibido cierta atención desde la sociología y la demografía del voto. Merecería la pena, para empezar a plantear el problema, lanzar algunas hipótesis sobre el porqué de esta cuestión.
Para empezar, podría plantearse que el perfil tipo de votantes de izquierdas ha cambiado entre generaciones porque ha cambiado la propia estructura social. ¿Realmente tiene sentido hablar de clase trabajadora hoy? ¿Realmente tiene sentido hablar de clases? Sin duda ha habido una transformación de la estructura socio-laboral y de su relación con la política en Europa en el último medio siglo. El viejo perfil del trabajador de mono azul, sociológicamente de izquierdas, está en vías de desaparición y hoy día una parte de la clase trabajadora es precisamente un perfil técnico y profesional que en muchos casos está precarizado.No obstante, más allá del fetichismo del obrero cualificado de cuello azul, que nunca ha tenido un gran peso en el mediodía peninsular, la realidad actual de la sociedad urbana andaluza es que los oficios más frecuentes tienen que ver con trabajos manuales de baja cualificación no estrictamente productivos (camareros, trabajadoras de la limpieza, etcétera) y que el perfil técnico y profesional es un estrato extenso, pero no mayoritario e indudablemente privilegiado dentro de los asalariados. Por lo tanto, el problema sigue ahí. La izquierda ya no tiende a identificarse tanto con los grupos socio-económicamente más vulnerables, sino con estratos relativamente privilegiados de la sociedad.
Aunque exista algo que sociológicamente podríamos identificar como clases o como estratos sociales, otra cuestión distinta es que estos sean políticamente relevantes. No hay una clase obrera movilizada políticamente como tal, por lo cual, desde un punto de vista constructivista, podría afirmarse que no existe la clase obrera. Al mismo tiempo, resulta difícil negar que sí exista, por ejemplo, una elite empresarial financiera que actúa políticamente como clase persiguiendo sus intereses colectivos. Así que se puede elegir utilizar la categoría de clase en el análisis político o no y esta puede ocupar una mayor o menor centralidad en un programa político. Podría plantearse que, para la izquierda europea, desde su reconstitución posterior caída del muro, en el contexto del movimiento alterglobalizador, la cuestión de clase cada vez tiene menor centralidad en sus análisis y en sus programas políticos, probablemente porque no la encuentra útil.
Sin embargo, si atendemos a las organizaciones y discursos de izquierda, tendríamos que admitir que sí existe cierta interpelación a la clase obrera o a las clases populares. Lo que sucede es que esta interpelación no parece ser respondida. Podría argumentarse entonces que la propia idea de clase obrera o de clase popular, dentro del marco ideológico dominante, aparece como indeseable, pasada de moda e incluso (paradójicamente) ideológica. Lo anterior no niega que no exista objetivamente una clase trabajadora o algo que podríamos denominar como clases populares, simplemente que las personas que serían objetivamente ubicables en ese estrato no se identifican a sí mismos como tales, no hay conciencia o si la hay ésta invita principalmente a intentar abandonar esa posición social lo más rápido posible. La centralidad de la noción de clase media tiene un rol ideológico determinante en el capitalismo contemporáneo y es fundamental en la desarticulación de la clase como identidad colectiva.
Otra posibilidad es que la interpelación a la clase trabajadora sea inefectiva porque la izquierda se haya convertido en una cosa de clase media y la interpelación suene hipócrita o incluso alienígena. La mayor parte de los activistas de organizaciones de izquierda proceden hoy día de la clase media, eso es bastante claro en cuanto a los cuadros de los partidos políticos, pero también se ha evidenciado en los estudios sobre las grandes movilizaciones progresistas de nuestra era, del movimiento por la vivienda al añorado 15M. Entre los partidos de izquierda post-15M, pareciese que cuanto más populista se dice una organización o cuanto más pretende interpelar a lo popular, más se vincula a una clase media urbana y cosmopolita, que debería ser su antítesis.
En la época moderna, la reivindicación de la clase trabajadora por la izquierda tenía relación con la reivindicación de la clase productiva, la reivindicación de los que realizan el mundo material. En la medida en que nuestro mundo material se realiza en algún país del sureste asiático del que no tenemos mucho conocimiento, esta idea parece perder fuerza. Sin embargo, la izquierda posmoderna parece condenada a volver a prestarle atención a los estratos de trabajadores manuales y precarios, aunque sea para evitar la tentación de una deriva reaccionaria en ese espacio social.