La gestión de los estados avanzados es un conflicto permanente. Por eso, el debate sobre el perenne proceso de burocratización que sufren las sociedades contemporáneas tiene todo el sentido. Investigadores como Max Weber lo consideraba a comienzos del siglo XX algo inherente al desarrollo de las sociedades industriales (hoy tecnológicas). Durkheim también lo considera inevitable en la división del trabajo social en cualquier sociedad que pretenda ser integradora.
En la práctica, la sociedad depende cada vez más de organizaciones complejas. Entramados donde se superponen intereses colectivos e individuales, estructuras formales e informales, grupos y tendencias, incluso culturas dispares conviven en el seno de la misma organización. Organizaciones en las que se yuxtaponen la lealtad, la codicia, el compromiso, la corrupción, la ineficiencia, la incompetencia. Lo extraño de todo ello es que sepamos tan poco de la desorganización de las organizaciones complejas.
Con el aumento del dominio de las organizaciones complejas, algunos recelaron. Hace casi un siglo, Freud escribió “El malestar de la cultura” y Ortega y Gasset “La rebelión de las masas”. El rápido acaparamiento de poder y la alienación de los individuos subyace en todo el análisis sociológico del enrejado que es hoy, vivir y trabajar en estas entidades. Un elemento inherente aquí es la burocracia.
La mancha de aceite de la burocracia se extiende a todos los ámbitos. Todo aquel que alcanza un puesto, que organiza algo, por definición, genera una norma, un procedimiento, un protocolo, un impreso. Nadie es nadie en el mundo de las organizaciones hasta que no instaura su norma. Lo palpamos, lo sufrimos todos en el ámbito público. El inagotable derrame normativo que son las páginas de los boletines oficiales satura a propios y extraños. Un total de 954.568 páginas dedicaron en conjunto los boletines oficiales de ámbito estatal y autonómico a las nuevas normas durante el año 2017.
Nadamos empachados en un exceso normativo. La materialización de esa saturación es la anomia en la que vivimos, una creciente desconfianza en las instituciones por parte de los vecinos y la ausencia de responsabilidad por parte de los que tienen que aplicar las normas. Nunca pasa nada por no haber hecho nada.
Dice Alejandro Nieto en La organización del desgobierno “Nunca se insiste, nada se remata, todo se desmonta para volver a empezar lo que no será acabado”. Esto es, la vida del gobernante es dura e inútil. La marea de asuntos ahoga a los que tienen que tomar las decisiones. En las áreas de poder no se piensa, se improvisa.
Si observamos la materialización de la acción de gobierno en Andalucía puede comprobarse que se gobierna como un coro de tres voces. Lo que se dice en los discursos, lo que aparece en las notas de prensa y lo que recoge el boletín oficial. Un grupo netamente desafinado. El objetivo máximo del gobernante en la mayor parte de las ocasiones es que, desde el exterior, se perciba movimiento, aunque sea en una dirección equivocada o aberrante.
Porque, entre todas las organizaciones complejas existentes en la actualidad, hay un tipo que se ha convertido en la especie dominante (que no en la más evolucionada), son los partidos políticos. Han logrado bascular la democracia hacia la partitocracia. El fin último es el liderazgo del partido, en todo momento y en todo lugar.
Por eso nos están haciendo vivir en un inagotable período electoral. Mientras el partido y su líder tenga espacio diario en prensa, radio, periódicos y redes sociales, la estructura de partido tiene todo el sentido, vive. El objetivo es que aparezca el color de referencia en la foto o en la pantalla. El daño que eso genera, salpica a todos. La acción de gobierno institucional queda subyugada al arcoíris partitocrático y nos arrolla la desvertebración del proyecto colectivo.
Las palabras son un patrimonio en sí mismas. Hay que ser honestos y entender como un éxito de los partidos el haberse apropiado de la palabra Política. Han logrado que las andaluzas y andaluces consideremos que hablamos de política cuando en realidad nos referimos a las actividades, grescas, gansadas, bufonadas que cada día ofrecen los partidos políticos.
De forma tan pacífica como contundente tenemos que arrebatarles la palabra Política de la que se han apropiado adúlteramente para ningunearla. Porque se puede y se debe hacer Política en muy diversos ámbitos y formas. Recuperar la Política desde el ámbito civil es reivindicar la Voz propia del Pueblo Andaluz, es asumir nuestra responsabilidad, es luchar por nuestros derechos para vertebrar como se merece esta Tierra.