Cenábamos un grupo de amigos este verano en un lujoso restaurante del litoral gaditano. Todo a la perfección; materia prima, confección de alimentos, medidas de seguridad, profesionalidad de los camareros… cuando uno de ellos respondió a una petición nuestra “os traigo lo mejor que HAYGA”. Los que habíamos recomendado aquel restaurante nos quedamos helados con la expresión, pues no se trata de hablar con los participios o con las “s” correctas, (yo reivindico lo contrario) sino de no cometer atentados con las lenguas, ni los dialectos. Los acompañantes comensales eran catalanes-andaluces y la conversación derivó sobre el menor desarrollo andaluz que el resto del estado. Se descartaron típicos tópicos como la flojera, la “grasia para derramarla en el Rosellón”, el cachondeo, la fiesta, la siesta o el calor. Y nos acercamos a otros como el tradicional injusto reparto de la riqueza, la apropiación por unos pocos de lo que es de muchos o la imposición del caciquismo, catetismo, nepotismo, fatalismo… para llegar a la madre del cordero; LA EDUCACIÓN. A estos profesionales de la restauración andaluza le faltaba más cultura, más educación. Era fácil imaginar que muchos de ellos fracasaron en la educación secundaria y tras deambular en distintos oficios terminaron de camareros en un restaurante de prestigio.
En los sesenta nos intentaron convencer que en la emigración “ver mundo” estaba la solución, ahí aparecieron esos incultos constructores denominados “HAYGAS” porque eso eran lo que respondían cuando iban a comprar un coche y le preguntaban cuál querían. Luego en los ochenta en la I+D, y en las empresas con alto valor añadido, pero a España nos especializaron en albañiles y camareros, sobre todo a raíz de que en 1986 entráramos en la UE. El salto cualitativo en equipamientos e infraestructuras fue tremendo. No obstante, el paro estructural seguía siendo de lo más altos de Europa y los expertos hablaban de que la clave estaba en la poca cualificación de la mano de obra. Aunque la bicicleta andaba rápido, los albañiles ganaban más dinero que los médicos y el engranaje fluía con facilidad.
Pero… en el 2008 la burbuja del ladrillo explotó y otra vez se habló de nuevas alternativas. Ahora eran la digitalización y el desarrollo sostenible. Cuando la tormenta amainó y las aguas del río volvieron a su cauce, en Andalucía seguía habiendo demasiado paro y los datos de fracaso escolar seguían siendo demasiado altos. Ahora en el umbral de una nueva crisis provocada por la covid-19 la tasa de abandono escolar prematuro del 24% y la del paro 21 % se acercan curiosamente.
Mientras tanto, siete han sido las leyes de educación desde la transición hasta ahora, de la LGE a la LOMCE, sin que ninguna consiguiera el consenso social necesario para que todo el entramado educativo empujara en el mismo sentido. Septiembre de 2020 se erige como una espada de Damocles porque todo el mundo sabe que la situación que vivimos no se puede afrontar con los mismos recursos económicos que se le dedicaban a la enseñanza hasta la actualidad. Nadie se ha rasgado las vestiduras porque las escuelas estén cerradas y las discotecas abiertas, sabiendo que todo es cuestión de dinero. Y, sobre todo, los que conocemos como se rige internamente el sistema educativo sabemos que funciona perfectamente para tres terceras partes de los usuarios, hay una cuarta que se queda abandonada. Y lo peor es que si no se producen cambios estructurales, la covid-19 seguirá aumentando la brecha. Ya sabemos que la cuerda siempre se rompe por la parte más débil. Dice el presidente del Consejo Escolar al País: “El 25% no obtiene el título de la ESO y se queda sin nada. Han estudiado, sin mucho éxito, materias académicas. Pero no han aprendido ningún oficio, ni han adquirido una cualificación ni experiencia profesional. El título actúa, además, como una barrera, y es muy complicado que sin él puedan continuar su trayectoria”. Defiende un modelo que potencie la formación laboral (mantra que llevo escuchando desde los años setenta), sabedor que la formación más academicista es más fácil para los que la vida les ofrece más opciones. El problema está que en España la tasa de repetición en ESO está cercana al 30% muy superior a los países del entorno. En ellos se están aplicando medidas que favorecen la formación laboral con verdadero éxito. Es evidente que en España a la educación no se le otorga la importancia que se debiera, pero también que, según Enrique Roca: “En nuestro sistema educativo y en nuestra sociedad está arraigado que si un alumno se esfuerza, trabaja y va bien, estupendo, y si no, tiene que repetir”. La famosa cultura del esfuerzo que premia más que facilita el aprendizaje. El sistema se basa en la consecución de títulos, no de aprendizajes. Craso error. No debe ser casualidad que los alumnos que más interés demuestran, son los que sus padres tienen las expectativas más altas sobre sus estudios o los que han salido en una posición más avanzada en la casilla del monopoly de la vida. En esta cultura de la repetición muchos profesores (que en sus tiempos fueron muy buenos estudiantes) se convierten en jueces más que en enseñantes. Y así aumenta una masa de alumnado que no completa sus estudios, que terminan poniendo ladrillos o cervezas. Y que no entienden que alguien se escandalice porque se les escape un “haiga”, no sepan inglés o manejar un programa informático de hostelería y restauración.