“Todos somos iguales, pero algunos más iguales que otros”. George Orwell
Los estragos que producen las llamadas crisis económicas no son iguales, por muchas veces que nos lo digan desde sus medios, para todas las personas. Y es por dos motivos principales: las condiciones previas para afrontar la crisis y la forma de salir de la crisis que impone el capitalismo.
No han dejado de repetir la afirmación de que el virus nos afecta a todas las personas por igual y que no entiende de sexo, edad, lugar de residencia, etc. Nada más lejos de la realidad que podemos comprobar empíricamente. Que pregunten a las familias de las personas mayores muertas, muchas de ellas en la más absoluta soledad y desamparo, por este tema y que le digan que el virus nos afecta a todas por igual.
En marzo, cuando se cortó la escuela presencial, las consecuencias no fueron las mismas para todo el alumnado. El derecho a la educación fue por barrios, en algunos de ellos la posibilidad de seguir las clases online fueron ridículas. Han pasado más de seis meses desde el confinamiento general y nada significativo se ha hecho para evitar las desigualdades acrecentadas con la pandemia. Quien ha tenido dinero se ha buscado escuelas privadas y recursos telemáticos para lo que se avecina. Quienes viven en los márgenes de la llamada “sociedad del bienestar” les queda la hacinada escuela pública y, cuando mucho, el móvil con datos limitados como una espada de Damocles.
Cuando la sanidad pública se desbordó, y así sigue, no afectó igual a quienes pueden pagarse una privada. Otra vez el derecho a la salud fue y va por barrios. Otra vez “los nadie”, en expresión de Galeano, valieron y valen menos que la bala que los mata. Recortar en sanidad, hasta la asfixia, es una mala noticia para quienes el cumplimiento del derecho humano a la salud pasa por una sanidad pública y de calidad.
Los servicios sociales están saturados y mayoritariamente atienden de forma telefónica a quienes menos o nada tienen. Les asesoran sobre cómo meterse en el laberinto burocrático que terminará en “silencio administrativo” como bien narraba Sara Mesa. Si abrieran presencialmente poco o nada tendrían que ofrecer porque poco o nada tienen para ofrecer. La Renta Mínima de Inserción de la Junta de Andalucía y el Ingreso Mínimo Vital del Gobierno central son una farsa porque son ayudas condicionas que se concibieron como farsa y propaganda. La Renta Básica Universal no está en el debate político porque a los pobres hay que estigmatizarlos y dejarles claro que aquí están para servir a un sistema económico y político que produce miseria y muerte.
En estos días hemos visto como Isabel Ayuso de forma hierática afirmaba que los contagios en Madrid se están produciendo por el modo de vida que tienen las personas migrantes ignorando, con mala intención, que el coronavirus no entiende de países de origen de las personas y que, en cambio, sí entiende de clases sociales y encuentra un mejor caldo de cultivo en el hacinamiento y en la falta de recursos básicos para poder implementar unos mínimos de prevención.
Son los barrios ignorados, los barrios ninguneados y hartos de su empobrecimiento los que peores condiciones tienen para afrontar esta pandemia. En muchas ciudades se están empezando a levantar. La represión será a la que nos tiene acostumbrados un estado que siempre se ha mostrado fuerte con los débiles y débil con los fuertes, ejemplos de esto no faltan. Levantarse será el único camino para exigir la justicia y los derechos que otros barrios disfrutan desde siempre. En Sevilla, convocadas por la Plataforma Vecinal “Barrios Hartos”, Marea Blanca y Marea Verde se están haciendo concentraciones y manifestaciones para decir basta a quienes juegan con la salud y la educación de las familias más empobrecidas, para pedir que cese la criminalización, el clasismo y el racismo. Para pedir, en definitiva, que se respete lo que a toda persona corresponde por el simple hecho de serlo: la dignidad.