Es sabido y cada vez se pone más de manifiesto que el dios mercado no conoce límites ni está dispuesto a someterse a regla alguna, salvo sus propias reglas, que se resumen en la del lucro y la ganancia a toda costa. Para ello, no repara en convertir en mercancía cuanto bien material o inmaterial, cuanto recurso, sea esencial o no para la vida, tenga a mano o… se lo proporcionen las élites políticas.
Entre los elementos largamente codiciados por el mercado y por los afanes colonizadores que cercan nuestra Andalucía y al pueblo andaluz, en el actual estadio del sistema capitalista, asistimos a la utilización de la naturaleza como un elemento susceptible de producir lucro, bien a través de la minería salvaje, del control del agua, de la agricultura intensiva y superintensiva, del establecimiento de macrogranjas y macrohuertos solares… Todo un despliegue de políticas ecocidas que degradan el medio natural, del que formamos parte los seres humanos, y enferman nuestros cuerpos.
En ese contexto, el cuerpo enfermo necesita ser reparado para seguir siendo productivo, con lo que se ha abierto otra “ventana de oportunidad” para incrementar el lucro; pero la pretensión de los inversores en el llamado “campo de la salud” no es curar o sanar sino ganar y para ello se tienen que dar algunas condiciones. La primera de ellas, el desmantelamiento de la sanidad pública, con el efecto de la pérdida de confianza en el sistema y el desvío de fondos públicos a manos de empresas privadas que gestionan servicios médicos. La segunda condición es que la curación o la sanación se lleve a cabo con el menor coste posible. Y es en este punto donde, en las proyecciones de negocio de las empresas del sector de la salud, las pruebas de cribado de cáncer – de mama, de colon, de pulmón…- se revelan como un gasto que entorpece la consecución de la ganancia, rebajando las expectativas de negocio o alejándolas en el tiempo. Porque los cribados, si cumplen su función, generan una serie de actuaciones médicas posteriores ( confirmación del diagnóstico, derivación y seguimiento en las unidades oncológicas, tratamientos caros y extendidos en el tiempo…) que aparecen como indeseables, en la medida en que aumentan el gasto y entorpecen o dilatan la consecución del lucro.
Dicho con otras palabras, los cribados de cáncer, si bien en un principio se pensaron como medidas preventivas que podrían suponer un ahorro para el sistema sanitario, con el paso de los años, el envejecimiento de la población y la influencia negativa en nuestra salud de la degradación medioambiental, se ha revelado como una medida que hay que eliminar. Y se ha hecho silenciosamente, con sigilo, a la espera de que los y las pacientes, más pacientes que nunca, se fueran muriendo, también sigilosamente, y que ello se achacara al desarrollo imprevisible de la enfermedad innombrable o, en último caso, a que la sociedad andaluza se ha entregado con entusiasmo a hábitos alimenticios insanos y al consumo de sustancias de riesgo. Eso sí, nos olvidamos, con la ayuda de los medios de comunicación y de la fragilidad de nuestra memoria, de que Sevilla, Huelva y Cádiz configuran el llamado “triángulo del cáncer”, un área de 30.000 kilómetros cuadrados donde los tumores malignos “matan” más que en el resto del estado español.
Se insiste por parte de algunos partidos y sobre todo de asociaciones de personas afectadas, en la necesidad de esclarecer lo ocurrido con los cribados de cáncer de mama y no sabemos si con los de otro tipo de cánceres. Y está bien que se haga. Pero nunca vamos a saber exactamente lo que ha pasado porque no conviene, ni a la élite política ni a las empresas implicadas. Sin embargo, la explicación es muy sencilla: alguien, en un mensaje sin rastro, indicó a la empresa subcontratada que hacía los cribados que no era necesario comunicar los resultados, que ya se encargarían otros de hacerlo. Y esos otros, o bien porque desconocían su nuevo cometido o, lo más probable, porque colaboraron con el poder político y económico, se olvidaron de esas comunicaciones. A fin de cuentas, debieron de pensar, quienes no pueden asistir a un centro sanitario privado a que le examinen un bulto en una teta o un poco de sangre en las heces, son gentes que están tan ocupadas en sobrevivir que pasarán por alto que no les llegue la carta con los resultados del cribado.
Pero las cosas no están saliendo según lo esperado. Porque las mujeres andaluzas, tan acostumbradas a lidiar con vidas difíciles, con trabajos precarios, con cuidados extenuantes, han decidido no callar. Con su exigencia de transparencia, con la reclamación de su derecho a la salud, con sus tetas sanas, con sus tetas enfermas, con sus tetas mastectomizadas, están diciendo que no quieren que se siga jugando con sus vidas, con las de sus madres, con las de sus hijas. Y con ello, han puesto de manifiesto la gran podredumbre de este sistema que no solo coloniza los bienes necesarios para la vida, sino la vida misma, convirtiendo a las personas también en mercancía.
El deterioro de la sanidad pública andaluza viene de lejos. Recordemos que es la condición necesaria para que el mercado entre a convertir la prestación de servicios sanitarios y la salud de las personas en un negocio. Pero la instrumentalización del cuerpo de las mujeres, intentando ponerlo al servicio de la patria, la religión o el mercado, viene todavía de más lejos. La idea patriarcal del cuerpo femenino como un campo de batalla ideológica y un botín de guerra, el lugar donde el poder se hace carne, literalmente, se ha reforzado en la la modernidad con el capitalismo. Tenemos ejemplos, en la España y la Andalucía contemporáneas, de los efectos de esta alianza perversa en nuestros cuerpos de mujeres. Sin ir más lejos, a principios de los sesenta, hubo toda una política económica, disfrazada de tendencia sanitaria, para que las madres dejaran de amamantar a sus criaturas, con lo que, por una parte, se convirtieron en consumidoras de las leches preparadas (¿quién no recuerda el Pelargón?) y, por otra, podían incorporarse al mercado de trabajo y seguir siendo productivas lo más pronto posible tras la maternidad. Esa tendencia, por razones contrarias – apartar a las mujeres del mercado laboral y mejorar las estadísticas de desempleo-, se invierte en los años ochenta, presentando la lactancia como una actuación conveniente, por motivos de salud pública. En la actualidad, con el índice de natalidad bajo mínimos, el debate no está en si amamantar o no, sino en si nuestras tetas son susceptibles de producir o de impedir beneficios económicos en el mercado de la salud. Y se ha evaluado que, antes que beneficios, nuestras tetas producen gastos; porque, para disgusto de los analistas de mercado, además cada cuerpo de mujer tiene dos, con lo que el riesgo se duplica…
Pero no han contado con que nuestros cuerpos de mujeres son y quieren seguir siendo cuerpos para la vida; no han contado con el impulso vital que nos anima a vivir y a procurar la vida de otros. No han contado con que, en esta coyuntura que muestra tan a las claras que las élites practican una política para la muerte – la necro – política-, las mujeres andaluzas estamos alzando nuestra voz y poniendo nuestras tetas al servicio de la vida. Nuestras tetas nutricias, que procuran vida y alimento, no son susceptibles de ser convertidas en mercancía, ni vamos a dejar que se instrumentalicen desde la política partidaria. Las mujeres andaluzas estamos dispuestas, ante esta nueva acometida de la política para la muerte, con cada una de nuestras tetas, sanas o enfermas, mestectomizadas o no, a exigir una sanidad pública, el derecho a la salud y una política para la vida. Por eso, esta lucha no es partidista, pero sí política.
Pero como todo esto es muy largo para gritarlo en una sola manifestación, seguiremos saliendo a la calle y gritando “La vida, nuestra vida, la vida de todos y todas, no puede esperar”.
