La piscina de chocolate

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A la destrucción de derechos sociales y mecanismos de cohesión social estatal se le llama crisis, y para salir de la crisis nuestros viejos caciques hispanos, hoy renombrados como neoliberales, azuzan a sus medios de comunicación para que digan a los trabajadores que haciéndolo así se sale de la crisis en la que hemos caído precisamente por no sostener los derechos sociales y los mecanismos de cohesión social que podían impedirla. También nos dicen estos mismos medios al servicio de los viejos especuladores y rentistas, hoy renombrados como inversores, que la solución para parar la destrucción de derechos sociales y los mecanismos de cohesión social es terminar por destruir los derechos sociales y los mecanismos de cohesión social; más aún, que es destruyendo empleo como se crea empleo.

Pero el objetivo de los caciques, los especuladores y los rentistas no es ni preservar los derechos sociales ni crear empleo sino multiplicar sus beneficios, y para ello lo último que necesitan es una legislación laboral que un mundo industrializado, terciarizado y deslocalizado hace completamente innecesaria, es más, que se alza como un obstáculo para quienes quieren crear el máximo de riqueza con el mínimo de recursos, capital y trabajo.

En efecto, es un hecho evidente que la economía aumenta su producción de riqueza al tiempo que la cantidad de trabajo necesaria para producirla no deja de caer, pero en vez de reflexiones colectivas y soluciones globales para ver cómo podemos hacer para trabajar todos trabajando menos tiempo, los capitalistas siguen maquinando para concentrar aún más el trabajo, hacer de él un producto escaso y codiciado en el que mueres cuando lo tienes y que te mata cuando lo pierdes; porque haciendo del trabajo un bien escaso, los capitalistas saben que tienen la sartén por el mango, que la gente correrá hacia dónde ellos quieran, que se someterán y envilecerán al extremo que ellos quieran, que podrán pedir al trabajador un plus que vaya más allá del trabajo, que éste hará suya la ideología del enemigo con el fin de ser aceptado por él, que el miedo crecerá exponencialmente a las cifras del paro, que cualquier negociación se cerrará a la baja, que todo estará bajo control. Los tiempos de la huelga, la rotura de máquinas o el asesinato de patrones es ya prehistoria, leyenda, muchos ni siquiera han oído cosa igual. Habrá alguno que aún mire al Estado como último baluarte contra las ansias depredadoras del capital, pero la historia nos avisa que el Estado no ha sido sino la forma política en que el capitalismo se ha expandido por el mundo. No su freno, más bien su acelerador.

La máquina, lejos de liberarnos del trabajo, como auguraba Paul Lafarge, nos esclaviza más a él. La tecnología expulsa mano de obra del trabajo, produce sin necesidad de ella,  con lo que la masa de desempleados no para de crecer y precarizarse. Crecimiento económico y destrucción de empleo van de la mano desde hace más de treinta años aunque nos quieran convencer de lo contrario, aunque los capitalistas sigan apelando a la cultura del esfuerzo, el meritaje y la resignación del trabajador como vehículos para escapar del terrible horizonte del desempleo.

Los medios de comunicación siguen exhibiendo al empresariado como los salvadores del capitalismo, aunque el capitalismo cada vez tiene menos que ver con la producción de mercancías y más con el flujo de capitales financieros. Los medios de comunicación siguen presentando los muros del centro de trabajo como el paraíso que permite a los afortunados con un empleo escapar de un horizonte de miseria que, en realidad, trabajar tampoco asegura cuando el acceso mayoritario al trabajo se hace en condiciones de precariedad absoluta. Dentro de estos muros los obreros se sobreexplotan para no perder un trabajo que en su sobreexplotación produce aún más paro fuera de ellos. Fuera de los muros el mayor deseo, el sueño por excelencia, es formar parte de un sistema de trabajo y consumo que está destruyendo nuestro mundo y a los que viven en él.

¿Todas estas contradicciones acabarán con el capitalismo? Algunos creen que sí, que de seguir por esta senda el capitalismo terminará colapsado por su absurda creencia en un crecimiento ilimitado que sólo produce sobreproducción e incapacidad de regenerar los recursos naturales a la misma velocidad que se depredan. Tal vez los límites, que el proletariado no supo poner a las fantasías de la piscina de chocolate con que el capitalismo nos hacía soñar, sea la naturaleza quien se los ponga. Tal vez, pero mientras tanto, tenemos que asumir que no necesitamos crecer más, sino establecer una estrategia global de igualdad, sobriedad, bienestar y responsabilidad ambiental que nos incluya a todos, que apueste por el reparto del trabajo y de la renta, y el uso sostenible de las fuentes de energía y los recursos naturales. Necesitamos abandonar las inhabitables ciudades y volver al campo, recuperar la autonomía material, los saberes tradicionales, la soberanía alimentaria y las formas de autoorganización de la vida comunal. Necesitamos una democracia incluyente, plural, participativa, real. Una democracia que haya sido liberada de los grandes grupos oligárquicos que hoy la tienen secuestrada y puesta a su exclusivo servicio, con los resultados devastadores que hoy estamos comprobando. Las viejas recetas no sirven. Pedir más obra pública, más gasto público en infraestructuras son soluciones que ni siquiera lo fueron hace un siglo. Hoy, en un paisaje saturado de ellas, no tienen sentido. Pedir a los obreros que no olviden que tendrán trabajo a cambio de seguir alimentado la producción de su propio cáncer es, cuando menos, trágico, inadmisible, absurdo. También está en ellos desatar ese nudo que los hace cómplices de un modelo productivo insostenible y, junto con el precariado, desandar el camino hacia el abismo al que nos conduce el capitalismo, reconduciendo nuestras energías hacia nuevas formas de vida: anticonsumista, decrecentista, despatriarcalizada, descomplejizada y antiimperialista, que la hagan más intensa, más solidaria, más libre, rica, plena y en permanente insurgencia. Necesitamos de este bricolaje moral, de esta conciencia insumisa, de este empeño que nos permita la autoconstrucción  individual y colectiva.

Aquella indignación que se visibilizó un 15 de mayo no solo tiene que poner en duda nuestra democracia, también tiene que poner en duda las bases materiales de nuestra sociedad, nuestro modelo de producción, las bases del crecimiento económico capitalista y, sobre todo, el expolio, la devastación, el sufrimiento, la miseria y la muerte que nuestro estilo de vida supone para el resto de los habitantes del planeta.

Como subraya el colectivo Cul de Sac en el volumen colectivo La apuesta directa, las resistencias son muchas, después de un siglo de desposesión y tutelaje estatista se hace difícil de aceptar que las instituciones contra las que deberíamos enfrentarnos sean las mismas que hasta ahora nos han garantizado nuestro sustento, pero algunos pasos se están dando, en forma de grupos de consumo, ecoaldeas o cooperativas integrales. También se están liberando espacios para la autogestión, los afectos, la confabulación, el sentido, el libre intercambio creativo y la construcción de un nuevo imaginario. Hay que reactivar el viejo proyecto anarquista de construir, extender y hacer crecer en nuestros corazones y en nuestras cabezas una sociedad paralela mientras nuestra debilidad nos impida enterrar ésta en la que malmorimos.