La actualidad de esta semana ha dejado a los más modernos en claro fuera de juego. Pese a que se han esforzado para explicar y luego emplear el concepto de post-verdad, ya están más que pasados de moda. Obsoletos, que dirían algunos. Y mucho, a tenor de las manifestaciones de las más altas instituciones del Estado. Nos explicaremos a continuación.
De un lado tenemos al Tribunal Constitucional, que en tiempos pasados fue un órgano prestigioso y respetado por su rigor técnico-jurídico. Pues bien, resulta que ahora los altos magistrados han mutado de funciones y se dedican a la política cotidiana, pero eso sí, investidos de especiales y visionarias facultades. Entre otras dominan la futurología. De hecho, lo último que sabemos de ellos es que tienen visión a largo plazo y dominan técnicas únicas para prever el futuro. La suspensión cautelar de la investidura de Puigdemont es paradigmática.
En el TC son capaces de intervenir sobre lo que aún no ha ocurrido. Ahora bien, como son tan excepcionales se permiten incluso condicionarlo, pues si acude en persona –previa autorización judicial- la suspensión no tendrá efecto. Son ellos y no los catalanes ni sus legítimos representantes quienes tienen la última palabra. Lo más que se despacha en constitucionalismo democrático occidental, ¡oiga! El Constitucional es ahora un nuevo agente –más bien, superagente- político, que impone condiciones previas a los órganos legislativos de las CC. AA. y se permite la friolera de establecer unilateralmente requisitos para el funcionamiento de tales órganos colegiados. Esto debe ser algo así como el momento más álgido del principio de separación de poderes pero a la inversa.
Apabulla este patético papel que está jugando un órgano como el Constitucional en el conflicto catalán. Y destroza los más elementales esquemas jurídicos. ¿Se pueden imponer condiciones para actos políticos que no han sucedido y condicionar su validez al cumplimiento de requisitos como los planteados? ¿Es el TC un órgano de control político previo? Sinceramente, la comunidad de constitucionalistas debe andar fuera de sus casillas. El constitucionalismo democrático ha saltado por los aires y son los magistrados del actual TC quienes lo han dinamitado.
Y de otro lado, presenciamos al Presidente del Gobierno, declarando sus filias y fobias. Comenzaremos por las primeras: saludos cordiales, estrechones de manos, palmadas en la espalda y sonrisas para Jean Stoltenberg. ¿De quién se trata? ¿Alguien que lidera alguna iniciativa de interés? Exacto. Es el vigente secretario general de la OTAN. De sumo interés para los amantes de la violencia más extrema, claro. Por eso, cierran filas con él. Es un legítimo responsable de la que quizá se pueda considerar organización terrorista que más daños, muerte y destrucción ha causado en la historia reciente. El Sr. Stoltenberg es un auténtico señor de la guerra. Y como tal se le brindan los mayores honores, para que en la próxima Cumbre de jefes de Estado y de Gobierno que se celebrará en julio en Bruselas dejen brillar en alguna foto a los gobernantes españoles, en horas muy bajas.
Se trata, sin duda, de paliar el más que mediocre papel que juegan los estadistas patrios a nivel internacional. La Alianza Atlántica –de la que seguimos siendo uno de sus 28 miembros gracias en primer término al PSOE –inolvidable ese “OTAN, de entrada NO”, y en segundo lugar PP- se quiere reinventar y para ello orquestará alguna campaña mediática donde esconder las vergüenzas de sus fracasadísimas gestiones militares en el este de Europa, el norte de África y Oriente Medio. Hasta aquí sus filias.
El objeto de sus fobias han sido -¡oh, sorpresa!- las autoridades venezolanas. Y es que no podían faltar las autoridades catalanas ni venezolanas en pleno juicio de las tramas Gurtel y ERE. Seguro que es pura casualidad. Ahora resulta que el embajador de Venezuela, Mario Isea, es persona non grata para el Estado español. De nuevo la pre-verdad. El gobierno español también visualiza el futuro y parece que ya avista la próxima victoria electoral de Maduro en las urnas. Resulta que estos venezolanos son incorregibles. Desde que el comandante Chávez liderara el proceso hacia la construcción del socialismo no paran. Y es que siguen con las Misiones, con la ausencia de desempleo, sin desahucios, afrontando el terrorismo y la violencia que padecen y encarando la inestabilidad que generan sus declarados enemigos. Y lo peor de todo es que siguen ganando las elecciones una y otra vez. Por eso no quieren al embajador. Lejos de entablar un diálogo con quien tiene discurso, deciden expulsarlo para así escribir uno de los más negros episodios de la historia diplomática reciente. Y es que expulsar al embajador Isea es quizá lo más desacertado desde cualquier punto de vista.
Rajoy y sus seguidores no pueden soportarlo más. Ni las victorias en las urnas catalanas de los independistas encabezados por Puigdemont ni las victorias que presumen obtendrán los de las camisas rojas venezolanas. Por eso, qué mejor que echarlos a todos. Aquí o votan lo que se les dice –a las derechas, eso sí- o los echamos a todos. Que esto debe ser la democracia 2.0. Trump y Putin creían que nadie los desbancaría en sus esperpénticos episodios del liderazgo mundial. Sin embargo, la selección española está mostrando su mejor juego para ocupar el lugar que merece. Y Rajoy esta semana ha sudado la camiseta y se ha cubierto de gloria. Eso sí, es una gloria tan negra como el chapapote del Prestige. Y es que la historia va colocando a cada cual en su sitio.