Entre las características de gran parte de la derecha española y de la extrema derecha está un comportamiento cercano al del maltratador. Ya saben, eso de que la maté porque era mía. Otra es su fascinación por el culto a la muerte. Recomendable es la lectura de España Salvaje. Los otros episodios nacionales (Madrid, Editorial La Felguera, 2019). La actual epidemia ha creado las condiciones perfectas para que durante meses hayamos asistido atónitos a, una tras otra, conductas en ese sentido. La “Mater Dolorosa” de la presidenta de la Comunidad de Madrid es quizás unos de los mejores símbolos.
La primera es comprensible porque, creyéndose todavía legitimada por el triunfo final del golpe de Estado de 1936, no acaba de entender que no es propietaria de la “cosa pública”. Que eso de la democracia no significa sólo que todo debe de cambiar para que no cambie nada (podemos llamarlo Transición) sino que aunque sólo sea porque el tiempo pasa, las cosas envejecen y nuevas generaciones (¡qué buen nombre!) aparecen en el horizonte. Incluso ahora, cuando ideología derechista y economía capitalista no viven tan mal en este país. Pero les parece que no es así y se sienten amenazados. No de otra forma puede entenderse que intentaran utilizar una situación de calamidad pública para derribar a un gobierno, al que además considera ilegítimo y que, por añadidura, considera “marxista” tal como lo describe en su propaganda. Intentona no sólo circunscrita a la extrema derecha sino a esa otra que lleva años en un interminable viaje hacia El Dorado del centro.
Así que, al igual que cuando airean como acusación que un asunto o una actuación tiene “ideología”, como si la derecha no tuviera sino el sexo de los ángeles, la derecha y su extremo no consideran aceptable cualquier cosa que no sea la “natural”. La de su naturaleza que, por lo demás, es la única posible, la que pertenece al “ser” del ser español. Así que, al igual que un padre autoritario, considera de su pertenencia al Estado y, por supuesto, a sus símbolos. Así se produce la situación que a los díscolos, aunque sean moderados, se les reprime o intenta prohibir utilizando toda la batería legislativa, gubernativa y judicial a su disposición. Otra tradición hispánica: erradicar cualquier reformismo. Que para eso es suya, piensa. A la vez que se sorprende que los reprimidos se rebelen. La relación amor/odio del maltratador. Ejemplos no faltan.
La segunda se remonta a la propia construcción del Estado español. Un Estado nominalmente liberal, burgués, pero fallido y profundamente trufado de mechas de pensamiento reaccionario para el que, incluso más de doscientos años más tarde, las ideas de la Ilustración le parecen “contra natura”. Es lo que denomino el mocorroñismo nacional cuyo único parangón conocido, recientemente aparecido, es la cultura extremista de derechas procedente de los Estados Unidos para la que la mentira y el insulto son dos poderosas herramientas políticas basadas en la desinformación y la banalización de un importante porcentaje de la población.
Maltrato y gusto por la muerte que dibuja un panorama futuro nada halagüeño. Epidemia y problemas económicos, además de los propios nacionales (sistema político, configuración territorial, debacle sanitaria y educativa entre otros), requerirían un esfuerzo colectivo. Tanto del 99% de la población como del 1% restante (no me resisto a homenajear al antropólogo David Graeber). Pero para que ello pueda suceder debería existir al menos la apariencia de democracia existente en los estados cercano tipo Francia, Alemania u Holanda. No parece que así sea cuando la “moderada” nueva portavoz parlamentaria del otro partido que se ha repartido el gobierno del estado durante los últimos cuarenta años, se refiere a uno de los vicepresidentes del Gobierno y cabeza de uno de los partidos de la coalición gubernamental, como “el coletas”. No sé a que colegio habrá ido la señora Cuca pero eso de las buenas formas y del “respeto institucional” a las que tan dada es a recordar la derecha pues brilla por su ausencia. Y si así actúan en el terreno de las formas podemos imaginarnos qué no harán en el de fondo. Siempre recuerdo aquello de la propaganda franquista: que lo ocurrido (por el golpe de Estado) no vuelva a repetirse y un escalofrío me recorre la espina dorsal.
Si ese es el panorama a escala nacional miedo da pensar en el andaluz. Ya saben ese Sur depredado y al que, por pobre, se le exige que soporte lo que sea, incluida la propagación del virus. Por aquí, además de maltratadora (la población es, en principio, vaga y trapacera) y cautivada por la muerte (actos anuales de la Legión y el Cristo de la Buena Muerte en Málaga) se le añade otra característica que no es que no esté presente en otros lugares, pero que por aquí brilla de forma especial: el clasismo. Pero éste daría para otra colaboración.