Me había convencido a mí mismo de que para el artículo del fatídico mes de abril no me iba a centrar en el coronavirus, pero ya aparece este bicho, que manda en el mundo, en la primera frase. Estamos desbordados, nos sorprendemos de cómo la vida nos ha cambiado tanto de un día para otro. El punto de inflexión fue aquel 13 de marzo, que para colmo fue viernes y negro, del que no ha pasado ni siquiera un mes. Nadie podía pensar que la actual realidad haya cambiado tanto y se hayan tambaleado formas de pensar y de vivir que teníamos tan arraigadas. Si una crisis es un cambio, si una revolución es una aceleración del proceso histórico, está claro que vivimos una enorme crisis revolucionaria.
Pero quiero ser optimista y tratar sobre el gen que tenemos los andaluces, el que va a permitir enfrentarnos a esta pesadilla en mejores condiciones que otros que presumen de mentalidad empresarial y nos tachan de vagos, flojos y cachondos. Aquello de “la grasia de Andalucía para derramarla en el Rosellón”, que cantaba Carlos Cano. Tengo para mí que los andaluces por cuestiones geoestratégicas e históricas estamos preparados para resistir a este tipo de crisis sistémicas en unas condiciones aceptables. Será porque estamos al sur, en una encrucijada de caminos, entre Europa y África, entre el Atlántico y el Mediterráneo, entre el mundo poderoso y el aplastado (dicen los expertos que el punto débil de África ante esta pandemia es la fragilidad del sistema sanitario, y el fuerte lo acostumbrada que está a ellas)… será porque nuestra historia está repleta de derrotas, de dependencias, de imposiciones, de carencias… que cuando vienen mal dadas capeamos el temporal porque estamos habituados a ello, porque lo llevamos en nuestro ADN. Ya lo expresó divinamente Luis Cernuda cuando dijo que los andaluces vivíamos quitándole las espinas a las rosas.
Hace unos años leí en El País un artículo de la desaparecida Concha Caballero que desarrollaba esta tesis. Explicaba cómo la gente de esta tierra tenía unos valores, unas raíces que eran muy apropiados para encarar los malos tiempos que se avecinaban (en concreto, se refería a la crisis de 2008). Concha Caballero resumía en tres características la forma de afrontar la vida del andaluz. La primera era la empatía y la solidaridad, la facilidad para ponerse en el lugar del otro, quizás porque hemos sido pobres y, como decía Steinbeck en Las uvas de la ira “si tienes problemas o estás necesitado… acude a la gente pobre, son los únicos que te van a ayudar”. Da gusto ver en estos días en las redes sociales los mensajes de apoyo, el ofrecimiento de ayuda, la técnica del tú, la de ponerse en lugar de otro dominándolo todo, la imposición del buenismo. En segundo lugar, hablaba de una propensión a la sociabilidad, a vivir en la calle, a relacionarnos con los demás, a aprovechar cualquier excusa para irnos a disfrutar con los otros. El espacio público ha sido la gran víctima de este tsunami. Pero es curioso cómo en tiempos de aislamiento y confinamiento estamos más juntos que nunca. Que nos han quitado los bares, las plazas y la calle, pues nosotros nos comunicamos a través de las redes sociales, hablamos por whasaap, conversamos por skype,…. acciones que nos hacen estar más juntos que nunca en momentos de aislamiento y confinamiento. En tercer lugar, sitúa la resiliencia, los genes forjados en esta tierra para soportar la escasez, superar las dificultades y aguantar las que vienen mal dadas. Esa capacidad para adaptarse y resistir de la que todos tenemos ejemplos paradigmáticos en nuestro mundo de mujeres. Es evidente que resistimos la comparación con cualquier pueblo si se trata de haber soportado malos tiempos.
En definitiva, que esos tres fundamentos básicos de nuestra forma de ser (empatía, sociabilidad y resiliencia) nos van a ser muy útiles y necesarios para encarar el terremoto que se nos ha venido encima. Como algunos lectores estarán pensando, es cierto que estas características también se pueden utilizar para explicar aspectos negativos de nuestra forma de ser y estar en eso que aquí se conoce como “el culo del mundo”. Pero vivimos enfrascados dentro de la tormenta perfecta y la botella no hay que verla medio llena sino completamente colmada. Siempre ha sido una tradición andaluza el optimismo, el vitalismo, la jovialidad, el humor, la esperanza, el entusiasmo… A principios de abril que, como cantaba Sabina, “nos lo están robando”, se han convertido en una obligación.