Resulta inaudito el desahogo con el que la extrema derecha, en demasiadas ocasiones acompañada del supuesto centro derecha, utiliza la mentira y la sospecha, casi nunca refrendada por los hechos, para vender su discurso de odio, rencor y populismo desaforado. No es de nacimiento, es de vicio. Es decir no es una actitud inconsciente, sino completamente consciente. Pero lo peor es que, parece, que les resulta rentable. Que hay una parte de la población que está dispuesta a creérselo e, incluso, a aceptar el gobierno de semejantes elementos. Véase lo que pasa en Madrid y, lo siento por los madrileños que no participen y se avergüencen de semejante tragicomedia. Es lo que pasa con los tópicos y lo que ocurre en el viejo poblachón manchego lleva camino de convertirse en uno.
Pero como dice la máxima representante de los madriles: “Madrid es España dentro de España. ¿Qué es Madrid si no es España?” y el cáncer parece que se extiende por la piel de toro. A las viejas prácticas caciquiles, tan propias históricamente del sistema partidario hispano, se le añaden ahora las importadas desde el propio imperio, del mundo del “trumpismo”. Así, ya se oye en los círculos de extrema derecha el mantra de que los resultados de las próximas elecciones regionales madrileñas serán un pucherazo si no resulta ganadora por mayoría absoluta la actual presidenta de la Comunidad. Que si el voto por correo, que si los más sofisticados sistemas a emplear en los colegios electorales, etc. Un calco de la propaganda extremista yanki que, aquí, produce mayor preocupación, por el poder judicial existente.
Dijo hace años el político del PSOE Alfonso Guerra, la noche del triunfo electoral de octubre de 1982, que a España, tras su paso por el gobierno, no la iba a reconocer ni la madre que la parió. Más allá de las sospechas de que los golpistas de febrero del año anterior alcanzaron sus objetivos últimos rectificadores, lo cierto es que a la luz de lo que ocurre parece verdad que España está al revés. No de otra forma se puede entender que sean los más rancios representantes del caciquismo nacional quienes toquen a rebato para denunciar pucherazos. Una práctica que mediante la compra del voto, la ruptura de urnas por parte de partidas de la porra, los censos hinchados con muertos que resultan que estaban vivos y otras artimañas forman parte de la práctica política histórica de las derechas españolas desde que tuvieron que aceptar el voto universal, primero el masculino y después el femenino.
La finalidad última de la mentira es deslegitimar a quien resulte vencedor si no es el que debería serlo. No se trata sólo de negar la legitimidad del triunfo sino además de impedir que cualquiera no “respetable” pueda pisar las alfombras y moquetas del poder político. Por muy mediatizado y disminuido esté por parte de los de “verdad”. El juego político está para que el resultado sea el que tiene que ser. Si no es así no vale. La novedad ahora es que la derecha española estrecha el margen del sistema e incluye entre los antisistema hasta la socialdemocracia hispana que tantos servicios le ha prestado desde hace décadas. De ahí que los “cabeza de huevo” madrileños lancen eso de “socialismo o libertad”. ¿Será posible que alguien pueda creerse en este país que el PSOE es la vía para una revolución no ya socialista sino de esas bolivarianas que tanto les gusta enarbolar al “mocorroñismo” nacional? Pues parece que sí, que hay ciudadanos y no pocos.
Evidentemente a la España de 2021 no la reconoce ni los que la parieron durante la Transición. Llevamos años viviendo el evidente agotamiento del régimen, cuyas costuras saltan por todos lados: pacto de silencio, monarquía, ruptura del sistema de partidos, corrupción estructural, etc. Una vez más, como ha sido la solución mayoritaria de la derecha española, se utiliza el palo y tente tieso y la exclusión del opositor. Las escasas ocasiones en las que no ha sido así, como las dos repúblicas, recordemos como acabaron. Parece como si el vértigo a la necesidad de los cambios recibe el favor de los vientos hacia una extrema derecha que no se moderniza en el contenido pero sí en las formas. Continúa anclada en el viejo nacional catolicismo, en la privatización de lo público, en la consideración del ciudadano como súbdito, en la idea excluyente de la nación, en la concepción del Ejército como instrumento de control interior y en la privatización de los beneficios y la socialización de las pérdidas. Sólo por poner algunos ejemplos que definen a la reacción hispana.
¿Cómo hemos llegado a esta situación en la que la mentira se convierte en verdad, en la que los corruptores acusan de corruptos a los demás? Hay que reflexionar para establecer como hacer frente a la propaganda mocorroña nacional. De momento, pienso, en Madrid quienes tengan todavía un mínimo de sentido común deberían pensar de utilizar las navajas antes de las elecciones y presentar una única candidatura que arrastre hasta el último voto. Que no se olvide que el sistema electoral de esa comunidad incluye un corte del 5%. Avisados están.