El número de personas muertas o desaparecidas tratando de llegar a Europa a través del mar de Alborán y el Estrecho en los siete primeros meses de 2019 es de 205, según datos provisionales de la Asociación Pro-Derechos Humanos de Andalucía. 205 no es solo una cifra. Son personas muertas. Personas con sus vidas, sus historias, sus familias, sus amigxs, sus alegrías, sus penas, sus sueños, sus miedos… Sin embargo, nos hemos vuelto insensibles a la brutalidad de las políticas migratorias españolas y europeas. Leemos 205 muertxs como leemos 5 o 2525. Da igual. Hablaba Rita Laura Segato, en la presentación de su libro La guerra contra las mujeres, de la “pedagogía de la violencia”, de cómo se nos enseña a habituarnos a la crueldad mediante (aunque no solo) unos medios de comunicación que nos ofrecen una serie de gags para ser consumidos y sustituidos al instante por el gag siguiente sin dejarnos ningún tipo de huella. Y nos volvemos insensibles ante terribles realidades, como ocurre con la de estas 205 personas.
En 2017 tuve la suerte de presentar en Sevilla el libro Nanas del Estrecho, con textos de Emy Luna e ilustraciones de Fátima Conesa. En él, al contrario que en los medios de desinformación masiva, encontré personas, sentimientos, emociones, que llegan, tocan, acarician y derrumban.
El Estrecho, esa distancia de poco más de 14 kilómetros que separa Andalucía de África. 14 kilómetros de un Mediterráneo hoy convertido en mar de muerte. Mueren niñas y niños pequeñxs y niñas y niños ya grandes, pero no por haber crecido han dejado sus madres de llorarles, y de cantarles. Nanas de niñxs muertxs.
Una Nana es una canción que se canta a los niños y niñas para arrullarlxs, para que duerman. Entre la población afro de América Latina hay también canciones hechas para niños y niñas muertxs, porque el cante es una forma de llanto. Se llora de muchas maneras, pero todas las madres lloran a sus niñxs muertos, tengan la edad que tengan. Lloran pidiendo justicia, como la madre de José Couso ante el asesinato de su hijo por el ejército estadounidenses en la invasión de Irak, como las Madres de la Plaza de Mayo en Argentina o como las madres senegalesas de tantos y tantas jóvenes víctimas de las políticas migratorias europeas. Estas madres, asociadas, han tomado la determinación de informar sobre las causas de las migraciones, sobre el saqueo de sus países en el contexto actual de la globalización. Como ellas mismas afirman, no es justo decir que Europa no puede acoger toda la miseria del mundo porque de lo que se trata es de cambiar las reglas del juego, de que no continúe el pillaje del continente africano por parte de esos países que afirman no tener suficiente capacidad para acoger a todos los “miserables”.
En Nanas del Estrecho pude leer “Me pregunto si nuestros hijos nacen para hacernos recobrar el alma de otro tiempo, para llamarnos a la solidaridad desde la cuna de mimbre y sus sabanitas blancas”. Es cierto que para la ternura y la solidaridad hace falta un tercero; la ternura y la solidaridad nos las da la relación con el otro, con la otra, y solo la podemos ejercer hacia afuera, hacia las demás. En Malí, en Senegal o en Camerún, se dice que existen dos tipos de paños: uno que permite a las madres llevar a sus hijxs a la espalda cuando son pequeñxs y otro con el que lxs hijxs, ya grandes, mantienen a sus padres, garantizándoles lo que necesiten, correspondiendo. Por eso emprenden el viaje, para corresponder. Pero se encuentran con las cuchillas de las vallas y de la espuma de las olas que matan niños y niñas, convertidos ya en hombres y mujeres unas veces, y otras no. Los muertos y muertas de las políticas migratorias son hijos e hijas de otras madres.
Hoy la solidaridad, tan necesaria y humana, es convertida en delito y se acusa de tráfico de personas a quienes salvan vidas en el Mediterráneo: Open Arms, Helena Maleno, Miguel Roldán…
Ojalá nuestros niños y nuestras niñas vean en el Estrecho, como Emy Luna, como Fátima Conesa, “Olas que unan los mares, olas que acerquen orillas, que confundan los paisajes y contagien alegrías”.