En la primera parte del escrito acabamos en la Puerta del Sol el 14 de abril de 1931 dirigiéndose Alcalá-Zamora, Presidente provisional de la República, a la multitud que abarrotaba la plaza: “Con el corazón en alto, el Gobierno de la República no puede daros la felicidad, porque esto no está en sus manos, pero sí el cumplimiento del deber, el restablecimiento de la Ley y la conducta inspirada en el bien de la Patria”.
Niceto Alcalá-Zamora participó en las elecciones generales de junio de 1931 en las listas del partido de la Derecha Liberal Republicana, con escaso éxito, y tras la formación de las Cortes Constituyentes continuó ocupando la Presidencia del Gobierno. Desde un principio intentó ejercer una labor de consenso, por lo que alguna vez fue tachado de exceso de legalismo. El recién constituido Gobierno provisional consideró un problema la proclamación de “La República Catalana dentro de la Federación Ibérica” por Francesc Macià en Barcelona el 14 de abril. Tres días más tarde se alcanzaría un acuerdo por el que Esquerra Republicana de Catalunya renunciaba a la “República Catalana” a cambio del compromiso de aprobar lo antes posible el reconocimiento del Gobierno catalán que recuperaría el nombre de Gobierno de la Generalitat de Catalunya abolido por Felipe V en 1714.
El nuevo Gobierno quiso amparar, desde el primer momento, la libertad de conciencia y desarrollar un proceso de secularización para desligar el Estado de la Iglesia católica. La intención de poner al frente del Gobierno al católico liberal Alcalá-Zamora demostraba que la República no pretendía eliminar ninguna religión ni atentar contra las creencias. Entre las medidas más destacadas figuraban la creación de escuelas laicas, la libertad de cultos, el divorcio, la expulsión de los jesuitas, la disolución de las órdenes militares, la prohibición de la participación oficial en actos religiosos, el fin de las exenciones tributarias a la Iglesia, el carácter voluntario de la enseñanza religiosa y la no intervención de la Jerarquía católica en la elaboración de los planes de estudios. El nuncio Federico Tedeschini envió un telegrama a los obispos para que respetasen y obedeciesen los poderes constituidos.
Ante estas medidas, una mayoría del episcopado se mostró contrario a la República, que la consideraba una desgracia para la Iglesia católica. Incluso el cardenal Segura llegó alabar a Alfonso XIII: “quien, a lo largo de su reinado, supo conservar la antigua tradición de fe y piedad de sus mayores”. Mientras tanto, un grupo de monárquicos comenzó a conspirar contra la República y decidieron crear un partido monárquico, denominado Acción Popular, con la intención de derrocar la República. El domingo, 10 de mayo de 1931, se inauguró el Círculo Monárquico en Madrid con exclamaciones provocativas que generaron un conflicto callejero, acabando en la quema de edificios religiosos. Al extenderse por otros lugares del país el Gobierno declaró el estado de guerra para controlar la situación. La derecha antirrepublicana convertiría la “quema de conventos” en uno de los pretextos para justificar el golpe de estado de julio de 1936. Ni siquiera había pasado un mes del nuevo Gobierno cuando sucedió la llamada “quema de conventos” contra edificios e instituciones de la Iglesia católica, ocurrida entre el 10 y 13 de mayo de 1931, lo que supuso el primer gran conflicto de orden público que tuvo que afrontar la República.
Un hecho que enturbió las elecciones generales de finales de junio de 1936 fue el llamado “Complot de Tablada”. La causa fue la Candidatura Republicana Revolucionaria Federalista Andaluza forjada en Sevilla por Blas Infante para sacar un diputado netamente andalucista. La candidatura abogaba por los campesinos de Andalucía para que recuperasen la tierra y alcanzasen la libertad como pueblo creador, por proclamar la república de Andalucía para ser ciudadanos libres y crear la gran federación española. Para alcanzar dichos objetivos era indispensable un autogobierno andaluz. En este contexto se sitúa el llamado “Complot de Tablada”, que se podría calificar como un bulo que cortó las alas al andalucismo. Fue un montaje político, ideado por la derecha política y militares monárquicos, y mediático a través de los medios de comunicación mayoritariamente conservadores de la prensa sevillana, que difundieron la falsa información de que la candidatura de Blas Infante pretendía tomar Sevilla por las armas y declarar el Estado Libre de Andalucía. Miguel Maura, ministro de la Gobernación, manifestó que “se preparaba una marcha sobre Sevilla de los obreros del campo, habiendo concentrado el comandante Ramón Franco en Tablada varios aviones para que volaran sobre la ciudad arrojando proclamas amenazadoras. El complot estaba fraguado de acuerdo con elementos sindicalistas y otros que se dicen comunistas para proclamar la revolución social y el estado libre en toda Andalucía”. El ministro no dudó en enviar el 27 de junio al general Sanjurjo, director general de la Guardia Civil, para abortar el supuesto complot. Blas Infante negó que la candidatura tuviese la intención de realizar actos de fuerza, quedando muy bien descrito en su libro La verdad sobre el complot de Tablada y el estado libre de Andalucía. Una investigación llevada a cabo en 2017 concluyó que el llamado complot fue un bulo ideado por militares monárquicos, sin la intención de constituir un movimiento de sedición, rebelión o insurrección armada. Se aprovechó este suceso para estigmatizar e insultar a Blas Infante con la intención de marginarlo y desprestigiarlo. Más tarde el propio Niceto Alcalá-Zamora tendría graves problemas con responsables del ejército, entre los que destacaría Sanjurjo, que fue el protagonista del fallido golpe de Estado del 10 de agosto de 1932 contra la Segunda República.
Con el transcurrir del tiempo, las diferencias entre Alcalá-Zamora y Azaña fueron a más. La cuestión religiosa, dada la condición católica del presidente, fue empañando la relación, alcanzando su punto cénit en la redacción de la Constitución de 1931. El 13 de octubre de 1931 se debatía la cuestión religiosa para el proyecto de Constitución de la Segunda República y acababa de aprobarse el artículo tercero del título preliminar: “El Estado español no tiene religión oficial”. Inmediatamente pasó a debatirse el artículo que desarrollaba más específicamente los derechos y deberes de los españoles con respecto a la religión, momento en el que Manuel Azaña en la tribuna dijo: “España ha dejado de ser católica”, o sea un Estado laico y libre de doctrinas, financiando las actividades religiosas las propias religiones y que los presupuestos generales del Estado no financiaran el clero. El presidente del Gobierno provisional de la República, Niceto Alcalá-Zamora, acabó dimitiendo, pasando Azaña a ser el segundo Presidente del Gobierno provisional. Además, de la cuestión religiosa, afectó a la dimisión de Alcalá-Zamora los problemas internos con los ministros, el rechazo a su proyecto de reforma agraria y algunos contenidos de la nueva Constitución.
Los dos presidentes de la Segunda República, de ideologías encontradas y a veces irreconciliables, tenían el denominador común de ser demócratas, republicanos y antifascistas, precisamente los dos fueron víctimas del fascismo y murieron exiliados. Alcalá Zamora era de derechas y católico, tenía hasta capilla en su casa. Dos meses después de su dimisión, diciembre de 1931, le ofrecieron la Presidencia de la República (primer Presidente de la 2ª República después de aprobarse la Constitución). Un mes antes, en noviembre, había ingresado en la Academia de la Lengua.
Llegados a este punto, es necesario preguntarse ¿Cómo fue posible que las Cortes Constituyentes eligieran como primer presidente de la República, a quien dos meses antes había dimitido como jefe del Gobierno? Hay autores que argumentan que temiendo que Alcalá-Zamora emprendiera una campaña revisionista y de desprestigio contra la República, los socialistas y los azañistas convinieron en ofrecerle la Presidencia de la República, cargo por el que fue elegido el 2 de diciembre de 1931. Otros, en cambio, opinan que fue elegido por la garantía de ponderación moderadora que afianzaba la República. El mismo Alcalá-Zamora (1977, pág. 204) escribió: “algunos otros, Azaña y Ríos, encontraron preferible alejarme de las Cortes atándome de las fuertes ligaduras impuestas al poder presidencial” (se refería a la Jefatura de Estado). Era evidente que el distanciamiento entre Azaña y él irían en aumento. Azaña llegaría a decir: “está visto que no nos entendemos. El presidente no puede aguantar al Gobierno ni a mí personalmente. Quiere hacer una política de derechas y anda buscando la ocasión de derribarnos”.
A pesar de su catolicismo, Alcalá-Zamora apostaba por la separación Iglesia-Estado y por la educación pública. En Compañía del ministro de Instrucción Pública, Fernando de los Ríos, presidió en 1932 la apertura de curso en el instituto de Cabra, del que había sido alumno, al igual que Blas Infante:
La Segunda Enseñanza es la única que permite que cada alma goce del ensueño y pueda asomarse a todos los horizontes del pensamiento… Los elementos reaccionarios estiman, a su manera, que no debió entregarse el poder al pueblo sin antes educarlo. Eso hubiera sido un yerro de la democracia. Fue deber entregar al pueblo su soberanía, como ahora lo es la labor de educación. Hay que cuidar de la formación, desenvolvimiento y educación del pueblo. Esa es la obra y el afán de la República en su aspecto social y pedagógico (La Opinión. Cabra, 9 de octubre de 1932).
Desde el primer momento las reformas que traía la República (militar, privilegios de la iglesia sobre la educación y sobre la propiedad, la reforma agraria de 1932, el reparto de tierras entre los jornaleros que malvivían sobre todo en la mitad sur del país) contó con la oposición de los grandes terratenientes y la escasez de presupuesto para su ejecución, lo que provocaron incidentes como los de Castelblanco en Badajoz y Casas Viejas en Cádiz reprimidas por el Gobierno con suma dureza, lo que desprestigiaron al Gobierno de Manuel Azaña e hizo caer el bienio progresista con las elecciones de noviembre de 1933. Ganó la derecha, el partido llamado “la Ceda” (Confederación española de derechas autónomas) de Gil-Robles, de visos fascistas (prometía volver la catolicidad a España, devolver a la Iglesia sus privilegios y terminar con la reforma agraria devolviendo la tierra a los terratenientes). Siendo menor el número de votos obtenidos por las derechas en las elecciones de finales de 1933, la desunión entre los partidos de izquierdas provocó que gobernara la derecha.
Alejandro Lerroux formó nuevo Gobierno por encargo del presidente, ya que Niceto Alcalá-Zamora desconfiaba del espíritu democrático del partido de Gil-Robles, que no había jurado lealtad a la República. Sin embargo, Lerroux mostró desde el primer momento discrepancias con Alcalá-Zamora. El primer problema surgió cuando se pidió la amnistía para Sanjurjo, recordemos su intento de golpe de Estado en 1932 para terminar con la República, a lo que Alcalá-Zamora se negaba, no consiguiendo el refrendo del Gobierno para ejercer el derecho de veto.
La derecha, que no vio con buenos ojos el nombramiento de Lerroux, acabaría acusándolo de mal gobierno, siendo sustituido por Ricardo Samper hasta octubre de 1934 en que volvió Lerroux a ocupar la Presidencia del Gobierno con ministros de la Ceda. Desde un primer momento se encontró con graves problemas, como el levantamiento independentista en Barcelona, la revolución de Asturias y el escándalo del “estraperlo” por el que Lerroux fue acusado. El Gobierno respondió encarcelando a Companys y sus consejeros de la Generalitat, que por cierto sería visitado en la cárcel del Penal del Puerto por Blas Infante, y mandando al general Franco para reprimir brutalmente la huelga de Asturias que causó más de tres mil muertos y miles de encarcelados. Nuevamente surgió el enfrentamiento entre Lerroux y Alcalá-Zamora cuando se manifestó a favor de los indultos para los condenados a muerte, en este caso se impuso la postura del jefe de Estado. El dirigente de la Ceda, Gil-Robles, llegaría a decir: “El jefe de Estado mermó, así, la autoridad del Gobierno. Los partidos representados en él quedaron gravemente comprometidos ante la opinión pública. La revolución cobraba aliento” (J.M.- Gil Robles, 1968, pág. 148). En este mismo escenario Alcalá-Zamora impidió que Lluis Companys fuese a un Consejo de Guerra, siendo finalmente juzgado, como correspondía, por el Tribunal de Garantías Constitucionales.
Hay más ejemplos de lo incómodo que se sentía Alcalá-Zamora con las directrices políticas de Gil-Robles. Cuando en mayo de 1935, Lerroux le presenta a los miembros del nuevo Gobierno, ante las cinco carteras de la coalición derechista, exclamó: “¡Dios mío!, Don Alejandro. ¿No podrían ser menos?… ¿Y Gil Robles en Guerra? Don Alejandro de mi alma, ¿nada menos que la cartera de Guerra?” (A. Lerroux, 1945, pág. 389). Chapaprieta, que ocupaba la cartera de Hacienda en este Gobierno, cuenta que las disputas entre Alcalá-Zamora y Gil-Robles eran constantes. “La designación de personal, especialmente en los puestos de mando, era lo que más repugnaba al señor Alcalá-Zamora, que creía ver tras de cada nombramiento un designio de entregar el ejército a los enemigos de la República” (J. Chapaprieta, 1971, pág. 318). Especialmente tensa fue la discusión cuando Gil-Robles propuso al general Franco como jefe del Estado Mayor Central, sentenciando el Jefe de Estado: “Los generales jóvenes son aspirantes a caudillos fascistas” (J.M. Gil-Robles, 1968, p. 235).
En los últimos meses de 1935 la situación política se podría definir como de crisis permanente. Entre septiembre y diciembre hubo dos Gobiernos presididos por Chapaprieta y Portela Valladares. En el fondo, estaba la negativa del presidente de la República a entregar el poder a Gil-Robles, ofreciéndole a su amigo Manuel Portela Valladares el Gobierno, que presidió entre noviembre de 1935 y febrero de 1936. La intención fue crear una fuerza de centro entre la derecha radial-cedista y la izquierda social azañista.
Durante todo este tiempo, las izquierdas se fueron organizando hasta formar el bloque del Frente Popular, que ganó las elecciones de febrero de 1936. Las nuevas Cortes nombrarían a Manuel Azaña nuevo presidente de la República, poniendo fin a la presidencia de Alcalá-Zamora. Decisión discutible atendiendo a la opinión de diferentes autores, como la de Tuñón de Lara que llegaría a decir: “no me parece descabellada la hipótesis de que aquella medida (la destitución) fuese uno de los mayores desaciertos del Frente Popular” (M. Tuñón de Lara, 1981, pág. 219). Un presidente que se caracterizó por su austeridad, se negó a trasladar su residencia al Palacio Real contra la opinión de los ministros, acudiendo al despacho puntualmente, procurando llevar una vida normal alejada del protocolo que conllevaba el cargo que ocupaba. Algunas de sus acciones fueron comentadas por Azaña como cosas del presidente: “la otra noche fue al cine, y un amigo mío le vio pegado a la taquilla sacando los billetes” (M. Azaña, 1978, I p. 460).
La vida política de don Niceto llegó a su fin. Tras su destitución, pasó unos días en su finca “La Ginesa” de Priego. Iniciando, posteriormente, un viaje desde Santander (8 de julio de 1936) a Hamburgo, Noruega y París. Cogiéndole el golpe de Estado en Noruega. Cuando llegó a Paris en agosto de 1936, el país estaba en guerra, debido al golpe fascista dado por los mismos militares a los que, desde 1934, le costara firmar sus nombramientos y ascensos, como años después escribiría Alejandro Lerroux: “Suspiraba y también ponía los ojos en blanco. Todos los coroneles le parecían sospechosos presentados por mí, no sé si por presentarlos yo o porque don Niceto me suponía descuidado, indiferente o ignorante” (A. Lerroux. 1945, p. 346). Entre aquellos once militares “sospechosos” estaban Franco, Fanjul y Millán Astray.
Mientras Mussolini y Hitler ayudaron a la ultraderecha en la guerra, Francia y Reino Unido dieron la espalda a la democracia española. Azaña se mantuvo en el poder y sabía que sin el apoyo internacional la guerra estaba perdida, acabaría cruzando la frontera con la gran oleada de personas que huían de una muerte segura entre el 28 de enero y el 5 de febrero de 1939, los mismos días en los que cruzó a Francia Antonio Machado. Niceto Alcalá-Zamora ya vivía en el exilio. Después de múltiples penalidades, debido a la ocupación alemana y a la actitud colaboracionista del Gobierno de Vichy, salió de Francia desde Marsella a Argentina en noviembre de 1940 en el vapor Alsina, un año antes había fallecido su mujer, Purificación. Un viaje en tercera clase que se complicó de tal manera que no llegó a desembarcar en Argentina hasta el 28 de enero de 1942, odisea recogida en su libro 441 días. La larga gira marítima transcurrió por Orán, Casablanca, Dakar, La Habana, Río de Janeiro y, por fin, Buenos Aires. Durante todo su viaje le acompañó la bandera tricolor y un puñado de tierra española.
Guillermo Cabanellas nos describe con mucho detalle la estancia de don Niceto en Buenos Aires. Llegó extremadamente delgado y con el pelo totalmente canoso, acompañado de cuatro hijos, dos varones, Luis y Niceto, y sus hijas Isabel y María Teresa. Alquiló un modesto apartamento, donde acabarían también parte de sus nietos. Desde un principio, quiso ganarse la vida con su trabajo haciendo lo que sabía: escribir y hablar. Escribió libros, artículos, pronunció conferencias. Llegó a decir “me pueden arrebatar todo menos mi pobreza. Yo no necesito nada”. Murió en la madrugada del 18 de febrero de 1949, hace setenta y cinco años. Sus hijas lo encontraron muerto en el diván donde dormía, fue enterrado en el cementerio de La Chacarita.
Durante este tiempo sus hijos Luis y José defendieron la República desde las trincheras. Luis, abogado, ingreso en la Agrupación Socialista madrileña en 1935. Cuando estalló la guerra se encontraba junto a sus padres en un viaje por el norte de Europa, inmediatamente volvió al país y se incorporó al ejército republicano. Al terminar la guerra, después de haber estado en un campo de internamiento en Francia, volvió junto con su familia a Pau, y con ella partió hacia el exilio en Argentina en 1940. Falleció en Buenos Aires en mayo de 1985. José, al igual que su hermano Luis, regresó a España una vez que estalló la guerra incorporándose al ejército republicano, falleciendo en 1938 en un hospital militar a consecuencia de una enfermedad hepática. El tercer hijo varón, Niceto, contrajo matrimonio con Ernestina Queipo de Llano, hija del general fascista que, en 1930, ironía de la historia, formó parte del Pacto de San Sebastián para derrocar a la monarquía. Catedrático de derecho en diferentes universidades, fue depurado por el Gobierno golpista y se exilió con su mujer y sus hijos a Francia, Argentina y México. Regresó en 1976 y ejerció de profesor emérito en la Autónoma de Madrid. Las hijas de don Niceto, Isabel y Purificación, donaron al pueblo de Priego la casa natal de su padre para convertirla en museo.
Durante su exilio no solo fue juzgado por el tribunal fascista, sino que sus paisanos enemigos, monárquicos y franquistas, intentaron desprestigiarlo lanzando el bulo de que solo había construido la cárcel de Priego, como relata el historiador Manuel Molina; por cierto, necesaria ante la insalubridad que presentaba la vieja prisión. A él se le debe en su ciudad natal el instituto, la primera escuela pública, una escuela de artes y oficios, la carretera Cabra-Alcalá, además, de donar terrenos propios para viviendas sociales.
Alcalá Zamora pidió en su testamento regresar a España cuando volviera la democracia. Indicó que cuando lo enterrasen en Buenos Aires “acompañe mis restos un puñado de la tierra española que con tal fin conservamos”. Recibió sepultura, envuelto en una de las últimas banderas republicanas que pasó la frontera hispano-francesa, con un crucifijo entre sus manos y dos puñados de tierra procedentes de Los Pirineos y Priego de Córdoba. La familia, después de la muerte del dictador, en 1977, justo hacía un siglo del nacimiento de don Niceto, solicitó la repatriación de sus restos. Adolfo Suárez prefirió esperar a que se calmasen las aguas de la llamada “transición modélica”. La familia esperó otros dos años, coincidiendo en 1979 con el treinta aniversario de su muerte, para volver pedir la repatriación de sus restos. El presidente Suárez lo permitió, pero con la condición de que no hubiese honores, ni publicidad, exigiendo que fuese un traslado con total disimulo y privacidad. Un silencio impuesto, una memoria sometida al olvido. Volvió a España sin que nadie se enterase en agosto de 1979. Sus restos llegaron a Barcelona en barco, continuó a Madrid en coche y su familia, sola y sin ningún representante oficial, lo enterró en el panteón familiar del cementerio de la Almudena.
Un entierro en las antípodas del que tuvo Alfonso XIII, cuando sus restos fueron traídos desde Roma a España en 1980. Al contrario del que fuera el jefe de Estado con más años elegido democráticamente, a Alfonso XIII (un perjuro, que derogó la Constitución, fue un mal gobernante, golpista y corrupto) se le dispensó un funeral de Estado en el Escorial, presidido por el rey Juan Carlos, el Gobierno en pleno y el Cuerpo Diplomático.
Tras la aprobación de la ley de Memoria Histórica en 2007, los seis nietos de Alcalá Zamora reivindicaron la figura de su abuelo y reclamaron un homenaje público que moralmente merecía. Su nieto Juan llegó a decir: “Queremos que se haga justicia con un hombre ignorado por todos pese haber sido el español que sin privilegios de nacimiento y por vía de la legalidad democrática ha ejercido más tiempo la jefatura del estado”. Aún no ha recibido el merecido homenaje de ningún Gobierno, ni de los del PP, no olvidemos que la impronta de la derecha española es más franquista que de la derecha liberal republicana de don Niceto; ni de los del PSOE, especializados en nadar y guardar la ropa, en este caso manteniendo la corrupta monarquía borbónica. Don Niceto ha quedado en el limbo de la historia, en palabras del historiador Manuel Molina, con sus luces y sus sombras ha sido injustamente tratado.
Recomiendo la visita a su casa natal de Priego de Córdoba en la calle Río, 33. Una casa que ayuda a recuperar su memoria para evitar en alguna medida la frase de Gil Biedma: “De todas las historias de la Historia, sin duda la de España es la más triste, porque termina mal”.
Niceto Alcalá-Zamora no fue andalucista, pero fue un andaluz enamorado de su pueblo y de Andalucía, tanto es así que Madariaga llegó a decir de él: “(…) Para explicar aquel originalísimo ejemplar de andaluz hay que apelar a las cuatro razas que han hecho a Andalucía: don Niceto era un bético-hebreo-árabe-gitano” (Salvador de Madariaga. 1974 (b), pág. 218). Gerald Brenan hizo un resumen de su personalidad: “(…) Don Niceto era un andaluz, abogado y propietario de tierras, el hombre más apropiado para ser presidente de una república latina sólidamente establecida (…)”. (G. Brenan, 1977, págs. 296-297).