La aporofobia es un concepto creado por Adela Cortina, refleja el odio, miedo y rechazo a las personas pobres. Fue elegida palabra del año 2017 por la Fundación del Español Urgente, promovida por la Agencia Efe y BBVA. Este concepto desde un punto de vista flexible se puede aplicar a muchos ámbitos de la actualidad. Por ejemplo a la xenofobia y al racismo. No se trata igual a un jeque árabe que a un musulmán que te dice paisa y te quiere vender una cartera de marca falsa. El otro día vi una pancarta en una manifestación que me encantó: “Al extranjero rico turismo, al pobre racismo”. Esto es evidente en una sociedad como la nuestra donde el egoísmo y el individualismo son nuestras señas de identidad.
La aporofobia también se puede aplicar al patrimonio cultural. Se valora y se rentabilizan las construcciones romanas, los palacios nazaríes, las grandes catedrales católicas o las casas monumentales del clero y nobleza. El patrimonio de los pobres, sus chozas u otro tipo de viviendas y sus construcciones varias o se ningunean o simplemente han desaparecido. Para ámbitos tan distintos como el turismo o la educación la oligarquía elitista ha conseguido un prestigio para la ópera o la alta gastronomía, mientras el flamenco, el carnaval o el gazpacho caliente han sido y son marginados y vilipendiados. Palabras como gañanía o chirigota tienen un claro matiz peyorativo.
Si consideramos el patrimonio como herencia cultural que debemos difundir, valorar y proteger para futuras generaciones, si consensuamos que un bien cultural, material o inmaterial, constituye un recurso que fomenta la identidad de un pueblo, tenemos la obligación de desenmascarar el elitismo del patrimonio cultural clásico y verlo como una imposición ideológica de las clases dominantes.
Valorar los espacios, las construcciones y las manifestaciones de la mayoría del pueblo, que no es rica, sino todo lo contrario, contribuye a crear una concepción integral y global del patrimonio, donde las clases populares son grupos activos creadores de su patrimonio y no simples espectadores que lo contemplan. Difundir y proteger el patrimonio cultural de los pobres no debe ser un ejercicio nostálgico, la nostalgia ya no es lo que era antes, sino debe ser un ejercicio reivindicativo, una lucha por la dignidad, una conciencia de que la historia, al igual que la política, la haces o te la hacen. Como decía Jean-Paul Demoule:»¿No es mucho más interesante la historia cuando los seres humanos la escogen que cuando la padecen?”
Andalucía es una tierra diversa, que ha hecho de la lucha ante el agravio comparativo y de su humildad una de sus señas de identidad. Andalucía es una comunidad especial para llevar a cabo esta reivindicación del patrimonio popular; por el flamenco, por el carnaval, por la gastronomía popular, por las tradiciones… Casas Viejas siempre ha sido una comunidad de extremos, donde las características andaluzas se presentan con tanta radicalidad que parecen tópicos. Para el 17 de agosto la Delegación de Cultura del Ayuntamiento de Benalup-Casas Viejas ha preparado la I edición de una noche con historia. Habrá conferencias, exposiciones, rutas, proyecciones, visitas a lugares con historia, microteatro…
En esta noche los protagonistas serán las chozas que abundaban en el pueblo hasta mediados de los setenta, un jornalero poniendo trampas, el carnaval murguero, las fotos y los vídeos de Mintz, el antropólogo que dignificó la memoria de Casas Viejas, la recreación de la proclamación del comunismo libertario en 1933, la visión de los fotoperiodistas que vinieron en enero del 33 sobre los sucesos, las puertas deterioradas del casco antiguo, las condiciones de vida de los jornaleros, el rito de la cucharrá y paso atrás, la iglesia que construyeron los propietarios, los juegos tradicionales, la utilización antrópica e histórica de los recursos naturales… y un sinfín de escenas de la vida cotidiana. La apuesta es arriesgada, pero también justa y necesaria.
No hay retratos, que rememorando a León Felipe, de abuelos que ganaran una batalla, pero sí muchos de personas empeñadas en sobrevivir en medio de una titánica lucha, de una feroz guerra, donde unos pocos se apropian y disfrutan de lo que debería ser de unos muchos. Defender esa huella cultural también es protegernos a nosotros mismos y a nuestros descendientes.