En la noche del 10 al 11 de agosto se cumple un nuevo aniversario del asesinato de Blas Infante. Unos días antes, había sido detenido (o, mejor, secuestrado) en su casa de Coria del Río por unos falangistas y luego pasó varios días de cautiverio en el antiguo Cine Jauregui, de Sevilla, convertido en prisión. Aquella noche fue conducido desde allí al kilómetro 4 de la antigua Carretera de Carmona donde fue asesinado junto a otros líderes políticos y sindicales sevillanos. Se cumplían exactamente cuatro años de la frustrada intentona golpista contra la República en la que el general Sanjurjo tuvo a la ciudad en sus manos durante unas horas. ¿Una mera coincidencia de fecha?
Los motivos de su asesinato están claramente expuestos en la infame sentencia del tribunal militar que lo “legalizó” cuatro años después, condenándolo también a una muy importante multa (a la que tuvo que hacer frente su viuda, con cuatro niños, en condiciones muy difíciles). Las dos acusaciones centrales eran que había sido “un revolucionario”, por pretender que la tierra fuera para los jornaleros, lo que estaba incluido en el programa de su candidatura a las elecciones a Cortes Constituyentes de 1931, y por ser el principal organizador del “andalucismo” (aunque, en realidad él nunca quiso crear un partido, aunque sí desarrollar una conciencia de Pueblo).
Mataron al hombre, silenció el régimen franquista durante décadas sus ideas y su propia existencia, al igual que hicieron con la bandera, el escudo y el himno de Andalucía, pero ya en el tardofranquismo de los primeros setenta y, sobre todo, en la llamada “transición política” uno y otros resurgieron como parte de la lucha por la democracia y por la afirmación de la identidad no solo cultural sino también política de Andalucía. Incluso habría que afirmar, para el caso de Infante, que, sin apenas haber entrado en la lectura, y mucho menos en el análisis de su obra, fue convertido también en símbolo y definido oficialmente como “Padre de la Patria Andaluza”, pero sin que quienes gobernaban entonces la Junta, ni sus sucesores, asumieran el compromiso de dar a conocer su pensamiento. Así hemos llegado a la situación actual en que, salvo la ultraderecha, todos los partidos homenajean en momentos y lugares puntuales a Blas Infante como un medio de autolegitimación, lo mismo que utilizan también puntualmente la bandera o cantan el himno (supongo que cruzando los dedos o cerrando los labios en algunos de sus versos).
Este manoseo, que raya en la impudicia, de don Blas, esta utilización en vano de su nombre como coartada e intento de autolegitimación “andalucista” (¿?) por parte de partidos, entidades y personas cuyos planteamientos y acciones van en la dirección contraria al pensamiento y a las propuestas infantianas, es hoy el pan nuestro de cada día. Como ya he escrito en diversas ocasiones, actualmente, salvo Vox, todos se declaran, cuando la ocasión les interesa, andalucistas. Todos, menos Vox, dicen, al menos de puertas hacia afuera, respetar la figura de Infante e incluso tener a este como referencia, convirtiéndolo en una especie de santón laico mientras ocultan las claves de su pensamiento y neutralizan su potente carga cuestionadora y transformadora; en realidad, revolucionaria y adelantada a su tiempo.
Este comportamiento manipulador y en gran medida desvergonzado es especialmente lamentable si se produce desde la izquierda (sea esta real o así autonombrada). El caso más reciente es el manifiesto titulado “La unidad de la izquierda para defender la Andalucía de Blas Infante” que circula estos días y ha sido difundido por diversos medios informativos. Desconozco quién sugirió ese título, que no constaba cuando yo fui invitado a respaldar el texto con mi firma antes de ser publicado, a lo cual rehusé. Por eso me indignó especialmente cuando fue publicado tratando de cobijarse bajo el paraguas del “padre de la patria (yo prefiero decir matria) andaluza” sin que nada de su contenido lo justifique.
Infante señalaba los problemas, que él denominaba “dolores”, de Andalucía, pero también planteaba las medidas concretas que habría que tomar para avanzar en su solución. Partía de un diagnóstico y planteaba un tratamiento. El manifiesto en cuestión se limita, en su primera parte, a hacer relación de los más evidentes males de Andalucía sin plantear actuaciones políticas específicas y achacándolos, además, en su totalidad, a los años de gobierno del PP de Moreno Bonilla en la Junta. Ni la más mínima alusión a los 37 años de régimen pesocialista que alguna responsabilidad habrá tenido -digo yo- en que Andalucía siga estando en el último lugar de todas las estadísticas negativas en el ranking de las comunidades autónomas del estado español. No alguna, sino la principal responsabilidad -afirmo- ha tenido el PSOE en mantener a Andalucía, a efectos comparativos, en el mismo lugar que estaba en tiempos del franquismo. ¿Quién, si no, inició la privatización de la enseñanza, inventando la “concertada”, e introdujo criterios explícitamente empresariales en el funcionamiento de la sanidad pública? ¿Quién aceptó la privatización y consiguiente entrada en el mercado libre de las viviendas de protección oficial fomentando también un turismo masivo y depredador? ¿Quién impulsó el extractivismo agrícola y minero acentuando nuestro papel de colonia interna del estado español y luego también de la Unión Europea? ¿Quién adormeció la conciencia de identidad andaluza incumpliendo el mandato expreso del Estatuto de Autonomía en todo cuanto refiere a profundización y difusión de la conciencia de pueblo a través de la enseñanza y de los medios de comunicación públicos? Y podríamos continuar la relación…
Los impulsores del Manifiesto y cuantos han respaldado este no tienen en cuenta nada de lo anterior. Parecería que después de Franco aquí ha gobernado siempre Moreno Bonilla. ¿Cómo es posible tamaña aberración y falta no ya de análisis sino de memoria? ¿Será para no molestar al partido al que luego, si las elecciones fueran exitosas -cosa que dudo muy mucho, aunque se cumpliera esa “unidad” exprés que postulan-, ofrecerán su apoyo prácticamente incondicional, como han hecho una y mil veces, “para que no gobierne la derecha”? ¿Opinan los firmantes que el PSOE no tiene la máxima responsabilidad en la triste y desesperanzada situación actual de Andalucía? En todo caso, ¿por qué ocultan su posición ante ese partido, aquí y ahora? ¿Cómo pretenden credibilidad si es obviado este tema fundamental?
La segunda parte del Manifiesto consiste en lo que llaman “pilares” del gran compromiso unitario que plantean “al conjunto de las fuerzas vivas”. ¿Por qué se utiliza esta enrevesada e inconcreta expresión de “fuerzas vivas” en lugar de hacer referencia a partidos concretos y/o otras organizaciones o sectores sociales? ¿Por qué ese miedo a hablar claro? Los nueve primeros pilares del compromiso aluden “a la defensa de” o a “la lucha contra”, o “por”. Todo muy general y con falta casi total de concreciones. Se insiste en el “queremos” pero casi nada se dice de cómo conseguirlo ni mediante qué alianzas. En esto, el Manifiesto se asemeja más a una carta infantil a los Reyes Magos que a un documento político serio. Ya se verá luego, parecen decirnos, porque lo urgente -repiten con insistencia y algún que otro toque emocional- es unirnos todos los que decimos ser “de izquierda” (sin dejar tampoco nada claro en qué consiste, aquí y ahora, eso de ser de izquierda) cara a las próximas elecciones andaluzas. Y afirman que “la unidad” no es un fetiche, sino una necesidad. Pues discrepo, porque desde hace muchas décadas, en la cultura política más extendida en lo que podríamos entender como izquierda, “unidad” sí es una palabra fetiche, o si se prefiere mágica. Es una palabra con la que siempre se han justificado caudillismos, purgas, exclusiones y barbaridades varias para anular la diversidad de pensamiento y las voces discrepantes, imponiendo un pensamiento único al gusto de quienes mandan. ¿Por qué no usar el concepto de confluencia en lugar del de unidad? Considero que es este uno de los lastres que quienes -organizaciones y personas- nos sentimos de izquierda deberíamos prontamente superar. (Y no va precisamente en esta dirección el que, poco después de publicado el manifiesto, su principal impulsor declarara en una entrevista que la unidad es indispensable porque “toda la izquierda le ofrecemos al pueblo el mismo producto”: forma expeditiva donde las haya de negar la diversidad real no solo de tácticas e intereses de grupo sino también de estrategias).
Solo el pilar 10º del Manifiesto, que no se presenta como conclusión, sino como a modo de estrambote obligado, refiere a “la profundización del autogobierno”. Sin conexión alguna con todo lo anterior, se señala aquí que el Estatuto vigente no se ha desarrollado plenamente y es insuficiente, por lo que es preciso “superar el marco autonómico para avanzar hacia la soberanía”. Con esto último sí estoy de acuerdo, pero esa mirada habría tenido que iluminar todo el texto desde su principio y no reducirse a sus tres líneas finales sin profundizar en lo que esto significa. Muy pobre todo, por lo que sorprende ver ahí a algunas firmas. Y nada se dice de la necesidad de organizarnos por abajo ni de activar la conciencia de pueblo-nación en los andaluces como paso imprescindible para que exista voluntad de verdadero autogobierno.
¿Habría hecho suyo Blas Infante este Manifiesto? Sin necesidad de practicar el espiritismo creo razonable responder negativamente. Como negativamente habría que responder también a la pregunta de si conocen suficientemente su pensamiento y sus propuestas políticas la gran mayoría de quienes han firmado un manifiesto que pregona en su título que la “unidad de la izquierda” tiene como objetivo “defender la Andalucía de Blas Infante”. Si hubieran leído a este, sabrían que esa Andalucía está muy lejos de la que existe hoy realmente. Y no es posible defender lo que no existe: lo que sí es necesario es luchar porque exista, que no es lo mismo. Y por cierto, ¿piensan los firmantes que esto es posible desde partidos cuyas direcciones están fuera de Andalucía, por muy de izquierda que estos fueran (si es que lo son)? El comportamiento constante de estos en las instituciones públicas del estado demuestra precisamente que no. Y es que están lejos de considerar a Andalucía como un pueblo-nación, con todo lo que de ello se deriva.
Y no quiero entrar ahora, aunque me declaro abierto al diálogo en esta como en otras cuestiones si el Portal se ofrece como escenario de debate, en la relación que pueda tener el Manifiesto con las estrategias de partidos políticos que piensan deben ir juntos en una misma papeleta electoral para no sufrir un descalabro en las próximas autonómicas. La significación partidista de algunos de los firmantes, así como la ausencia de determinadas firmas, podría ser una buena pista para empezar a situarse. Sin dejar atrás el objetivo no declarado de dificultar la existencia de una izquierda organizada exclusivamente andaluza, soberanista y cuestionadora no solo “de la derecha” -sin duda aquí y ahora muy potente y venida arriba-, sino también del jacobinismo y el ultranacionalismo españolistas de gran parte de la que se autodefine, sin necesidad de más razonamiento, como “la izquierda”, la cual suele creer que Andalucía es, y debe ser por siempre, su reserva de votos, a modo de cortijo en el que los mandamases de aquí son los manijeros bajo las órdenes de quienes realmente mandan, desde Madrid, en sus partidos.