Resistencias y artivismo feminista del Sur

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Hoy en día escuchamos mucho hablar de “resistencias”. Se habla sobre todo de movimientos y territorios en resistencia contra un sistema que aplasta, despoja y destruye: el sistema neoliberal. ¿Pero cómo se resiste?

Cuando hablamos de resistencia inmediatamente las referencias históricas nos remiten a grandes resistencias del pasado, por ejemplo la resistencia partisana durante la segunda guerra mundial. Fue una resistencia que implicó una lucha, donde literalmente se luchó en el campo para la liberación del fascismo. Cuando hoy pensamos a la resistencia se identifica a menudo con la lucha por la calle. Pero hay muchas formas de resistencias y de luchas. Cuando pensamos en los partisanos, nos vienen a la cabeza imágenes de hombres valientes que protegían sus pueblos y se escondían en montañas impenetrables con sus armas, o así es como se describen en los libros. Sin embargo, no pensamos en cómo se protegían ellos mismos del frío y del hambre. ¿Quién les facilitaba comida y ropa para abrigarse? ¿Acaso no era resistencia también ocuparse de los cuidados de los partisanos? Toda la gente que ponía en riesgo su vida, y sobre todo todas las mujeres que subían a los montes ocupándose de los cuidados de aquellos hombres para que ellos pudieran “luchar”, también resistían y también son dignas de ser nombradas en la historia.

Las resistencias son muchas. Las más visibles son las protestas por las calles, sin embargo no sería posible articular resistencias duraderas sin formas “silenciosas”. Todos los esfuerzos que diariamente aportan para construir desde abajo una realidad colectiva que se opone a un sistema que nos quiere aisladxs e individualistas, es resistencia. Son resistencias silenciosas, por ejemplo, las iniciativas de mujeres que se apoyan y se sostienen en oposición a un sistema patriarcal violento que las quiere sumisas; las asambleas de vecinxs que intentan recuperar los barrios asediados por una turistización que quiere convertir las ciudades en parques temáticos; todas las producciones de cultivos agroecológicos que intentan recuperar nuestra memoria biocultural perdida, para oponerse a un sistema agro-industrial des-territorializado que explota los territorios. Todo esto y mucho más, es resistencia. Son resistencias diarias que no producen ruidos mediáticos en muchos casos, pero sí cambian la cara de nuestros barrios y nuestros territorios.

Un elemento central en las resistencias es la creatividad. Hay formas de resistir, creativas y pacificas que contribuyen a la reapropiación del espacio público violentamente privatizado. Algunas formas creativas se consideran artísticas, y mezclándose con el activismo dan vida a lo que se define como “artivismo”. La palabra artivismo indica una convergencia entre arte y activismo, describiendo las creaciones artísticas que contienen un explícito contenido político de denuncia. Por ejemplo, algunxs estudiosxs consideran la obra de Pablo Picasso Guernica una forma de artivismo. A partir de los años ’70 en Estados Unidos se hizo mucho uso de esta forma de expresión para denunciar el racismo, el sexismo y otros abusos en la sociedad.

Sin embargo, el arte tiene muchas formas de ser interpretado, y depende de la época y el contexto social. En muchos casos hoy lo percibimos como algo cuya dedicación pertenece a gente particularmente hábil o dotada. Pero, el arte es una forma de expresar ideas y emociones y no puede sólo ser algo de “pocxs iluminadxs”, también puede ser una forma de expresión popular en la que la gente pueda identificarse reconociendo prácticas cotidianas. Es en este sentido que creo que el artivismo puede aportar una mirada rompedora y en particular el artivismo feminista. Me refiero a prácticas creativas de feminismos del Sur que pretenden re-significar la cultura popular.

Diversamente de los feminismos “del Norte” o urbanos, los feminismos del Sur están profundamente arraigados en su propia cultura, incluso en algunos aspectos de la cultura que se pueden considerar machistas. No es posible imaginar una resistencia sin estar codo a codo con los compañeros con los que se comparten pasiones e ilusiones de nuestras tierras del Sur. En este sentido, es particularmente importante el esfuerzo de mantener tradiciones que nos definen como gente del Sur, pero sin aceptar sus sesgos coloniales y patriarcales impuestos históricamente. Un ejemplo son las re-significaciones de las vírgenes como la Virgen de Guadalupe Zapatista. La Virgen de Guadalupe en México es un símbolo popular imprescindible, indica la unidad territorial y espiritualidad indígena, de hecho estudiosxs nativos de México explican que era la diosa Madre Tierra transformada en una virgen después de la conquista. La importancia de esta diosa es tan sustancial que aunque con otro nombre impuesto, ha permanecido como el símbolo de fuerza espiritual más importante de México y por esta misma razón el movimiento zapatista la representa con una bandana que le tapa la cara, para reproducir las luchas insurgentes.

Las vírgenes insurgentes son iconos populares muy poderosos y son muchas las artivistas feministas de diferentes Sures que pintan versiones alternativas. El significado de la Diosa/Virgen es tan central, que la representación popular es muy difundida y compartida por mujeres y por hombres también. Incluso en Sevilla hubo una exposición, ConSumoArte, en la que alumnxs del instituto San Isidoro representaron sus interpretaciones de la Virgen. La exposición fue censurada hace pocas semanas, antes de las últimas elecciones estatales. Por supuesto estas formas de expresión no están exentas de denuncias y censura por desafiar el orden patriarcal.

Las expresiones de artivismo feminista no son sólo de tipo visual, existen oraciones, canticos, formas teatrales de varios géneros y surgen sin rechazar lo “popular”, pero si re-significándolo. Y así asistimos a preciosas interpretaciones de sevillanas feministas que sobre la base de “Sueña la margarita con ser romero”, cantan “Sueñan las feministas con sus derechos”. Y lo más emocionante es que el significado de este cantico no le llega sólo a las feministas, sino también a mujeres y hombres que se paran a escuchar una reivindicación tan digna que fomenta los aplausos y muchos “bravas”.

Me atrevo a decir que en la iniciativa del 5 de mayo de la Caravana Sur, el Abrazo de los Pueblos, la aportación de los feminismos ha sido fundamental para un acto tan emocionante como ha sido. Ha sido una expresión de resistencia creativa contra las brutales leyes de extranjería que maltratan diariamente a las personas migrantes racialiazadas de determinados países. En particular, el afecto y la creatividad de las mujeres que han participado, han hecho que el acto resultase conmovedor y potente. Desde el cariño y la alegría, mujeres, hombres y niñxs, han bailado, cantado, se han abrazado e intercambiando flores, compartiendo momentos de unión y mostrando que la única vía posible para una sociedad mejor, es la solidaridad entre pueblos y el respeto entre culturas, y que las diversidades son una oportunidad y no una amenaza. La presencia de tantas mujeres en la iniciativa ha dejado claro que las mujeres son sujetos activos, y a pesar de ser las más vulnerabilizadas en los procesos migratorios por las indecibles violencias a las que muchas se ven sometidas, y no obstante el paternalismo con el que se las trata, ellas son capaces de generar alternativas con fuerza y entusiasmo.

El artivismo feminista del Sur es capaz de llegar a toda la gente con sencillez, porque habla de la necesidad de superar las violencias machistas infiltradas en la rutina, en las cosas que pasan como inadvertidas, pero también de la reapropiación y re-significación de la mitología como elemento fundamental de una espiritualidad no patriarcal. El mérito de esta forma de expresión es saber comunicar con modalidades muy directas y contundentes pero no agresivas: consiguen contar la angustia y el dolor desde la creatividad, el cariño y hasta desde el humor. Es como un arcoíris en la tormenta, un grito silencioso y de colores que tiene el potencial de llegar al oído del sordo, más tajante que cien discursos políticos institucionales, porque no habla al potencial elector, habla a todo el mundo pidiendo basta ya de violencia e injusticia social, y sin olvidar que al final lo que se quiere desde los feminismos es “que valga la alegría, no la pena”.