Como si de una verdad absoluta se tratase, nos han convencido de que, para ser felices, debemos consumir cuantos productos y servicios nos resulte posible. Ir de tiendas se ha convertido en una terapia ampliamente difundida. Los mayores signos de éxito se visualizan en la casa, el coche y el destino de las vacaciones.
En sentido estricto, esa felicidad y ese éxito no son ciertos. Es la interpretación de la realidad que tenemos aceptada colectivamente. El rasgo identitario de nuestra especie, el homo sapiens, es nuestra enorme capacidad cognitiva. Es ella la que nos ha llevado a una evolución y un dominio del mundo que no se explica exclusivamente por la mera evolución genética. Es ella la que define nuestra percepción de la realidad y los estímulos positivos y negativos.
La revolución cognitiva nos permite reaccionar de manera rápida, cambiar nuestros comportamientos cuando interpretamos las señales de nuestro entorno. Una capacidad que está haciendo que hayamos pasado de ser una más entre millones de especies, a ser la que está marcando el futuro del planeta. Tanto es así, que un panel de geólogos, avalado por la IUGS (International Union of Geological Sciences), ha acordado designar una nueva era geológica con el nombre de Antropoceno, es decir, la Edad Humana (de anthropos “hombre” y kainos “nuevo”). Esta edad geológica podría entrar “en vigor” en los próximos meses y definirá la etapa de la Tierra marcada por la actividad industrial y económica del hombre.
El uso y abuso de la Pachamama esparce malos presagios de futuro. Por eso es necesario agarrarse al clavo dorado de la bondad humana y mantener un halo de esperanza en la sensatez colectiva. Estamos en un momento histórico en el que la vida de las futuras generaciones sufre una grave amenaza real. El último informe sobre Perspectivas del Medio Ambiente publicado de Naciones Unidas dice de manera clara y rotunda, “Se confirma la destrucción del planeta”.
Hay en ello un origen y causa financiera. El modelo económico ha dado un vuelco conceptual que evidencia una falta de responsabilidad y equidad intergeneracional. La riqueza financiera que se genera cada año es superior al valor de los bienes y productos reales. Hemos llegado a un escenario en el que el valor económico de las grandes compañías es solo fruto de un imaginario colectivo, el mismo en esencia que fomenta el consumismo romántico. Un orden imaginario, el neoliberalismo económico, que cada vez tiene menos creyentes pero más mercenarios. Un modelo de acumulación de riquezas y de fijación de precios objetivamente injusto y falaz que manipula los criterios decisionales de clientes y consumidores con el único objetivo de incitar a la compra, con la única premisa de que más es mejor.
En el modelo de fijación de precios no se contemplan los costes de reposición, solo los costes de extracción. En la práctica se traduce en un falseamiento de los precios finales. Veamos, por ejemplo, el precio de un tomate producido bajo plástico en intensivo y otro en producción artesanal y ecológica. En el lineal, el precio del primero llega a ser sensiblemente inferior al segundo. Esto se explica básicamente por los costes de producción y distribución, en principio claramente inferiores en la producción intensiva. Unidad de producción más grande, que aprovecha las economías de escala, insumos y tecnología que aumenta el rendimiento por hectárea, grandes corporaciones que procesan y distribuyen a las grandes cadenas, propietarias (según sus propias palabras) del cliente final. Frente a esa arrolladora, el precio que recibe un hortelano es irrisorio, un modelo de negocio sin viabilidad en el sistema fiscal y financiero, a pesar de tener en las manos un producto de una calidad, salubridad y sostenibilidad extraordinariamente mayores.
En el precio de la agricultura y la ganadería intensiva, por seguir con el ejemplo, no se están incluyendo los costes de deterioro del territorio, de intensidad en el uso de recursos escasos como el agua. La huella ecológica de actividades intermedias, las consecuencias de la pérdida de biodiversidad, mayores insumos energéticos, costes de descontaminación de acuíferos (nitratos, los costes sanitarios de la población a medio plazo, los costes de mitigación del cambio climático….
Hipnotizados por estos embaucadores de la gran distribución, Andalucía, está sufriendo ya graves consecuencias: pérdida de suelo fértil, desertización, aumento de las temperaturas, contaminación del aire, menor gobernanza alimentaria,…, y, particularmente, está renunciando a los mercados de abasto, un modelo que tantos beneficios sociales, económicos, culturales, gastronómicos nos han aportado. Estamos renunciando a estos espacios de abastecimiento de productos frescos, de cercanía, de temporada, y con ello, estamos destruyendo empleo, perdiendo biodiversidad, cultura, identidad, salud, sociedad. Sorpassare el consumismo del plástico no es ir en contra de nada, consiste en actuar conscientemente, se trata de defender lo nuestro que, además, es lo mejor, lo más saludable, lo más barato. La mejor receta para la economía y el territorio de Andalucía. “…todo es posible… pero ¿Quién si no todos” (Miquel Martí i Pol).