Un elogio a la suciedad: entre el discurso del odio y la riqueza de lo vivo

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El sistema capitalista neoliberal tiende a pasos agigantados hacia su versión más autoritaria y extrema, en donde la aparición de discursos racistas y machistas escora el debate político queriendo hacer temblar conquistas sociales históricas. Hoy es un claro ejemplo el encarnado en los discursos reaccionarios de VOX y la fuerza con la se permite teorías conspiranoicas sobre Soros articulándose con la izquierda mundial para atacar los valores tradicionales. El grado y velocidad con el que estos discursos llegan a niveles tan relevantes como las instituciones nacionales resulta preocupante, precisamente por la carga ideológica que esto conlleva y la legitimación que tiene sobre acciones como la violencia machista, racista o la exclusión social de una parte de la población.

De entre los múltiples discursos, creo que tiene interés el construido entorno al “emprendimiento” y el imaginario que lo engloba. Así, existen personas que con gran esfuerzo y dedicación trabajan multitud de horas para sacar su negocio adelante, pagando demasiados impuestos y reciben escasos servicios (véase el neoliberalismo en sus venas). En el otro extremo del discurso se encuentran los chupópteros del estado de bienestar (puntuación extra si se trata de feministas y bingo total si se trata de personas racializadas), que en una mezcla entre picaresca y voluntad de acabar con estos sujetos emprendedores oprimidos, están en España para cobrar subvenciones, romper parejas y vivir de gratis. Esta polarización sitúa a los emprendedores a la cola para ser Amancios Ortegas a través de su duro trabajo, mientras que a los segundos sujetos los sitúa asociados a manifestaciones, violencia, ocupaciones, suciedad y videos de intervenciones policiales que vuelan por las redes.

Ironías aparte, resulta relevante el uso de la higiene en la estigmatización y agresión contra los grupos subalternos y los movimientos sociales en este discurso construido. La no depilación, el olor, el desorden, la estética desarreglada o la suciedad son elementos utilizados para deslegitimar todo aquello que “huela” a izquierda o a atrasado. En todo esto, el civismo y el higienismo son herramientas de gran poder excluyente, imponiendo reglas de control social mediante distintas formas, desde las más sutiles (chistes) a las más violentas (amenazas de violación o de asesinato a través de redes). Precisamente con esta intención, los discursos de odio que generan exclusión se refuerzan con la idea de que no ser cívic@ o higiénic@ implica ser violent@ y querer romper la sociedad criminalizando a esos pobres hombres-emprendedores. Esto legitima un status quo donde la limpieza y la estética son supuestamente elementos intrínsecos para bordar tu propio sueño emprendedor, y llegar a ser el héroe que ellOs son. Hay que recordar que estos estigmas también han sido utilizados contra el movimiento obrero y el movimiento campesino, e incluso se utilizan para estigmatizar las clases subalternas susceptibles de ser desplazadas en procesos gentrificadores. Pero lo que es más, este mismo discurso es usado desde clases dominantes desde la ciudad hacia las personas del medio rural, donde la tierra, el olor a campo y a animales son sinónimo de burla y desprecio. De hecho, se ve que los intentos de VOX de capitalizar el campo andaluz (y español) mediante videos a caballo y supuestas reconquistas, solo han conseguido atraer precisamente al sector pequeño propietario, aquel que se mancha lo justo y que deja que l@s jornaler@s se dejen la piel en la tierra de las producciones intensivas de enclaves agrarios como Almería o Murcia. Nada o casi nada ha calado ese discurso en la gente del campo que resiste el vaciamiento rural, quien sabe si debido a que identifican en VOX a los Ortegas Smiths del barrio Salamanca, con el pelo engominado, pocos callos en las manos, demasiado pulcros y habiendo aprendido a montar a caballo en la escuela hípica de La Moraleja.

Desde la agroecología, una propuesta con raíz principalmente rural, la suciedad ha sido una de sus características. Precisamente la tierra, los bichos y la imperfección es característica de productos de campo agroecológico, y ahí radica su belleza. La pedagogía sobre la simbología de los alimentos desde estos movimientos, intenta romper el estigma a través de aceptar que un producto de la huerta debe tener imperfecciones, porque eso es precisamente un indicador de que el campo está vivo. Y sin embargo, esto no quita que la belleza y la artesanalidad se encuentren en el seno de lo agroecológico, porque l@s campesina@s, a través del desarrollo de prácticas agroecológicas, persiguen una armonía en los cultivos que salta a la vista: no hay más que visitar una finca agroecológica para ver que los surcos y los distintos colores que se alternan no son solo estrategias de asociación de la biodiversidad, sino fruto de una intencionalidad campesina por buscar el sentido estético al campo. El sentido antropogénico en la construcción de los paisajes es una clara puesta en valor de los conocimientos campesinos y agrícolas atesorados durante siglos, atravesado por el valor de la belleza en aspectos que van desde la aceptación de lo diverso (cada tomate tiene su forma, cada patata la suya), hasta la variedad en los colores y formas de fincas y entornos manejados de manera agroecológica.

Aunque solo sea un ejemplo, esta asociación con lo sucio y lo imperfecto resulta ser de especial valor para contrarrestar estos discursos higienistas y cívicos reaccionarios, precisamente porque su belleza radica en que están vivos. Basta mirar las hordas de turistas que inundan los mercados campesinos del sur global, tirando fotos y quedando fascinados por el regateo, los colores, la variedad y el ajetreo de mercados informales, mercadillos, mercados de productores, etc. quizás por la melancolía de cómo fueron una vez aquí. Por el contrario, la normatividad asociada a los mercados gentrificados despoja de este sabor propio de los mercadillos, que bajo la modernización de los mismos desplazan lo que es entendido como sucio. Un claro caso es el mercado de “el jueves” en Sevilla, que con el pretexto de su ordenamiento, está siendo sometido a un proceso de higienización a través de la presencia policial, la solicitud de licencias, la demarcación de los puestos y a fin de cuentas la eliminación de sus procesos de autogestión del mercado. Pero también podemos verlo en los mercados de abasto convencionales, que cada día ven como la vida que contenían va dando paso a bares gourmet, turistas, cadenas agroalimentarias y productos alimenticios tan coloreados y homogéneos que no desprenden ningún olor. Porque aunque se piensa lo contrario, la mercantilización de la vida cotidiana significa la muerte por homogeneización forzada.

Por ello mismo, me siento con ganas de elogiar esta suciedad e imperfección de lo informal ante los ataques que, bajo el pretexto de higienizar la sociedad, buscan excluir y cercar a lo subalterno. La suciedad y el ajetreo es síntoma de diversidad, de mixtura y de estímulos, de apropiación de la calle, de derecho a la ciudad, de esfuerzo y artesanalidad. Huir de posturas exquisitas puede llevarnos a reapropiarnos de las dinámicas culturales propias, a hacer nuestra esa suciedad para contrastar con lo higiénico de aquellos que hacen de la higiene la herramienta de exclusión. Porque prefiero ver una montaña de pipas peladas en el suelo de una plaza concurrida y los remanentes del mercado de “el jueves” en la acera, a veinte pijos uniformados con sus vasos del Starbucks; porque prefiero el griterío de un mercado de agricultores a un centro comercial con aire acondicionado; y porque prefiero los tomates arrugados y llenos de tierra de mis hortelanas de confianza a las bandejas de polispam con tomates rafts ecológicos del Lidl.

Viva la suciedad.