Es bueno estar contento. Desde estos pasados días lo estamos. ¡Con qué poco nos contentamos los pobres! Además de no olvidar aquello otro de ¡qué poco dura la alegría en casa del pobre! Espero que cuando se publiquen estas líneas el gobierno de coalición PSOE-Unidas Podemos siga existiendo. También que la derecha cavernaria, el mocorroñismo nacional, continúe con su campaña milenarista. Es decir que habrá una situación a la que, más que nunca, debemos observar con atención para estar dispuestos a actuar. No por proyecto moderado deja de ser extremista para quienes están acostumbrados a que los únicos que puedan hacer de su capa un sayo sean ellos.
Digo que nos contentamos con poco y, además, de mala manera. Propuestas más que moderadas que llegan a lomos de viejos mecanismos del sistema del régimen del 78. Un acuerdo entre burocracias partidarias al que la situación político social existente ha convertido en algo parecido a un bálsamo de Fierabrás izquierdista. A pesar de lo que digan esos caballeros medievales que llevan debajo de la chaqueta la cruz de Jerusalem y blanden, a modo de espadas tipo mandoble, falsas noticias con las que inundan las redes sociales.
No podemos olvidar que, en este país, las empresas partidarias nunca se han salido de la versión más conservadora del negocio político si no han sentido el aliento de la sociedad en el cogote. Sobre todo en situaciones tan complejas e indeterminadas como las que vivimos. Con el añadido de que las derechas están dispuestas a salir a las calles. A movilizar a esa parte de la sociedad española, a la que no le afectan recortes y demás zaranjadas, que está dispuesta a inmolarse en el altar del martirio patrio. No deja de ser un respiro que la ultra derecha hispana sea más que nada pija.
Una vez más hay que recordar la gran desconfianza del sistema político español en los ciudadanos. Lo repito una vez más: ¡cuánto más lejos, mejor! En todo caso están quienes interpretan mejor, desde el interior de las burocracias y con la ayuda de consultores y otras yerbas, los caminos por los que transita el mundo social. Aquellos que se dan cuenta de que cuarenta años no pasan en balde; que la goleada capitalista no se va a detener hasta que no alcancen sus últimos objetivos financieros y que son tiempos de que todo cambie para que nada lo haga.
La ciudadanía debe de reconstruir sus propias herramientas hoy oxidadas cuando no rotas en su gran mayoría. Si no es así, cuando llegue el momento del crujir de dientes, que llegará, espero que más tarde que pronto, nos cogerá inermes y apenas nos quedará, de nuevo, el sentimiento de engaño e impotencia. Es hora de que los votantes activos se conviertan también en ciudadanía activa. Como también de que los abstencionistas den un paso adelante. Hay que reconstruir redes, marcar espacios, apretar en políticas y, sobre todo, no dejarse seducir por la idea de que es la administración la que hará todo y será culpable de lo bueno y de lo malo.
Estructurarse socialmente es necesario, no ya por coherencia sino porque será la única forma de segar la hierba bajo los pies del fascismo nacional y sobre todo construir, al menos, la fuerza que no permita que se olviden e incumplan los mendrugos prometidos. Ni siquiera sé, si se reconstruyen los movimientos sociales y vuelven a ocupar el protagonismo, si serán capaces de mantener este gobierno de coalición progresista en el camino que ha prometido. Pero de lo que estoy seguro es que si no existe será más fácil que más pronto que tarde el progresismo encallará en las rocas de Escila o Caribdis.
El momento es grave para que la sociedad no haga oír su voz para que la delegue en la de otros. Los antecedentes, si eso ocurre, no auguran nada bueno. Lo menos que puede ocurrir en los próximos meses es que, al menos, el programa progresista se cumpla y sirva de palanca para otros objetivos más ambiciosos. No se pide nada del otro mundo aunque para el Estado español así lo parezca.