La tradicional práctica cordobesa ir de patios, que se celebra durante el mes de mayo, está seriamente amenazada, en sus formas y expresiones materiales e inmateriales, desde hace una década. Las causas son comunes a las que afectan a otros muchos elementos de nuestro patrimonio cultural que pasan de ser patrimonio de referencia, comunal y/o local, a productos turísticos, respondiendo a fines escandalosamente económicos y que no cuentan con la intervención, al menos consciente y suficiente, de sus legítimos protagonistas. En el caso de los Patios, éstos han pasado, de ser una simple y sencilla celebración para grupos de cordobeses y cordobesas, con la participación de algunos forasteros, a ser ofrecidos, por entes públicos y privados, como producto de consumo masivo para foráneos, distorsionando la celebración e impidiendo su desarrollo habitual, debido a la masificación provocada y a la falta de pautas, por desconocimiento, para sentir y vivir el ritual.
Cada primavera el vecindario prepara y abre el patio, enseñándolo, porque lo cuidado durante el año merece ser observado y compartido. Además, el resto de los cordobeses y cordobesas, ante la acción de enseñar el patio, van o vamos de patios, término por el que se conoce en Córdoba, popularmente, la visita a los recintos que sus habitantes han cuidado con primor. Entonces se disfruta de la multitud de macetas, arriates y otros elementos estructurales que los conforman, como columnas, pilas, pilones, muros, pozos, etc., que cuando llega mayo lucen encalados y limpios para que se pueda abrir la puerta de la calle, en determinadas horas del día, con el fin de que entren las visitas a admirar la belleza conseguida. No podemos dejar de reseñar el rol determinante que desarrolla la población femenina en esta expresión de la cultura propia cordobesa, ya que sobre este género recaen las principales tareas de cuidado y adorno de las macetas, plantas, árboles y del resto de los elementos y tareas del patio como limpieza de suelos, arriates, pilas y pozos, encalado de paredes, etc., como principales protagonistas y transmisoras fundamentales de la tradición a su prole, asegurando la pervivencia de la fiesta y de la forma de vida.
Las calles y plazas del Conjunto Histórico de Córdoba, con este motivo, se llenan de grupos de amistad o familiares para recorrer las rutas de estos recintos privados que, de año en año, abren sus puertas. Se aprovecha el ritual para comer y beber en colectividad en bares o barras colocadas exprofeso en los espacios públicos. Los cordobeses y cordobesas se identifican y participan en la fiesta de dos modos: visitando los patios o/y arreglándolos y conservándolos para exhibirlos, como específica expresión del ser y sentirse cordobés o cordobesa. El ritual anual produce un sentimiento de pertenencia a la ciudad y de identificación con los patios, calles y barrios del centro histórico, fomentando y aumentando el arraigo sobre la ciudad y sus espacios más propios y significativos.
El origen y desarrollo de la práctica ritual anual es totalmente popular, dado que, según se ha podido constatar por las fuentes orales y documentales, surge en los primeros años del siglo veinte en las casas comunales de vecindad de los barrios cordobeses de San Lorenzo, Santa Marina, las Costanillas, Alcázar Viejo, Judería, San Pedro, Santiago, etc., que contaban en ocasiones con nombres propios como la Casa Paso, situada en la zona de Santa Marina- la Lagunilla, que ha llegado hasta nuestros días, o la desaparecida Casa los Muchos, en San Lorenzo, etc. Todo ello constituye casi una práctica o rito natural, provocado por la llegada de la primavera a los patios y a sus gentes y con el despertar de la naturaleza, cuando las flores crecen y las ganas de bailar y cantar, de comer en compañía y de ir en grupos, de unos patios a otros, por las calles y plazas empedradas del centro, es goce para los cinco sentidos y un deleite.
Los patios pueden participar en el concurso municipal, que data de los años veinte del pasado siglo, y que incentiva a los cuidadores y cuidadoras y añade emoción y competición a la fiesta, además de ayudar a su desarrollo por los premios obtenidos. Sin embargo, el concurso, también denominado Festival de los Patios Cordobeses, como reminiscencia de los años 60-70 del siglo veinte, aunque importante, no consideramos que sea la esencia de la fiesta, aunque si uno de sus componentes más populares.
Actualmente, aunque aparentemente los patios son más conocidos, siguen sin estar lo suficiente y eficientemente valorados y reconocidos como patrimonio cultural, ya que en Córdoba se siguen perdiendo casas-patio y espacios tradicionales de la ciudad histórica, consustanciales a la forma de vida propia, especialmente los que albergan a pluralidades familiares, y con ellos, a sus vecindarios y su específica convivencia. En estos casos no cabe conformarnos con salvar, solamente, una parte de la arquitectura para hacer nuevas viviendas, prescindiendo de la gente que, desde varias generaciones, han ocupado las casas y los barrios. Tampoco es solución conveniente, ni para las personas ni para el patrimonio cultural, dotar de nuevos usos no habitacionales a todos estos significativos espacios; sino que, como premisa y objetivo, hay que reponer la vida cotidiana en el máximo número de casas de vecindad posible, tal como ha ocurrido, por ejemplo, en la calle Martín de Roa del barrio del Alcázar Viejo, gracias a la restauración material, por parte de la empresa municipal de la vivienda, y a la vuelta y reubicación posterior de las personas que habitaban el edificio. Además de otras iniciativas como las de la cooperativa PAX, Patios de la Axerquía, en este mismo sentido. Consiguiéndose, con estas actuaciones, además de la pervivencia de la población tradicional, eliminar situaciones, en muchos casos, de realidades de infravivienda y desprestigio social, hechos que han eclipsado muchos de los valores de esta forma de habitación comunal, casi siempre ligada a las clases sociales bajas y medias-bajas, que habitan en situaciones de alquiler, propicias a la especulación y al desalojo de la población para sustituirla por otra de mayor poder adquisitivo.
Respecto al ritual festivo, hemos de concluir que su desmedida promoción turística, acrecentada por la declaración de la fiesta por Unesco, ha producido la masificación y distorsión de su desarrollo tradicional, estando amenazados sus elementos y expresiones, además de sus funciones sociales y culturales, especialmente en cuanto al goce sensorial, ya que la vista, el olfato, el tacto, el oído y el gusto intervienen cuando vamos de patios. Habiéndose convertido en la actualidad, especialmente durante los fines de semana, en un acontecimiento carente de valores, multitudinario y global, que reduce sensorialmente la fiesta al sólo mirar, transformando el ir de patios en el vemos los patios, hecho que distorsiona y redunda en la dificultad de disfrute de sus protagonistas: cuidadores de patios y población cordobesa. También es justo apuntar que se han ido buscando soluciones para gestionar la masificación y ordenarla, abriendo patios en distintas fechas distintas a mayo, además de haber cesado, en parte, la propaganda institucional de promoción, aunque se ha de seguir trabajando para restituir los valores perdidos al ritual, evitando su transformación en producto turístico, porque, sin las vecindades viviendo, cuidando y enseñando los patios, y los cordobeses y cordobesas recorriendo calles, plazas y barrios…no habrá fiesta, aunque haya patios y turistas para mirarlos.