Se atribuye a Confucio la frase “Tener sentimientos de vergüenza es algo equivalente al valor. Una nación capaz de sentir vergüenza es como un león agazapado listo para saltar”. La vergüenza, el sentir vergüenza compartida por un pueblo, sería la semilla para la toma de conciencia que pueda llevar a la lucha por su dignidad y su liberación. Pero para sentir vergüenza es imprescindible guardar memoria de como se ha llegado a la situación que la causa, de quiénes son los responsables y de las razones por las que ese pueblo se encuentra sojuzgado. El arma más eficaz que el poder sojuzgador tiene para borrar la memoria y así desactivar la posibilidad de la emancipación es el miedo, pero también la promoción de la desvergüenza: la absoluta falta de escrúpulos para hacer o decir lo que sea sin miedo a hacer el ridículo, para vender impúdicamente la propia imagen a fin de lograr “fama”, para mentir con desparpajo, o para apropiarse o utilizar los fondos públicos para financiar al partido o alimentar clientelas, constituyen las formas “desvergonzadas” sobre las que se sustenta el sistema (“Es el mercado, amigo”).
Una desvergüenza que lleva a acumular billetes para asar una vaca, gastarse en cocaína los dineros destinados a financiar los programas formativos, o utilizar tarjetas black para regalar lencería fina. Que permite a una señora pillada in fraganti sustrayendo cremas de belleza en un establecimiento comercial no meterse debajo de una piedra avergonzada, sino por el contrario, acudir a programas de TV de amplia audiencia y decir, sin que se le mueva un músculo de la cara, poco menos que las cremas se depositaron solitas en su bolso. Que hace que el actual pleno del ayuntamiento, con mayoría de “izquierdas”, de un pueblo andaluz de tradición de lucha jornalera y escenario de uno de los crímenes del estado español (que tenga forma de monarquía o de república no modifica su papel opresor sobre Andalucía) contra gente indefensa por luchar por un mundo más libre y justo apruebe rotular una de las principales calles del municipio con el nombre de la Guardía Civil, cuerpo protagonista de aquella masacre. O que un presidente de gobierno argumente la existencia de armas de destrucción masiva para el apoyo activo a una agresión militar ilegal, y no se le caiga la cara de vergüenza cuando se pone de manifiesto de manera incontestable la mentira y siga impartiendo lecciones, son solo unos pocos ejemplos de cuan amplia y profundamente extendida se halla la desvergüenza.
La persona desvergonzada llega a tomar por imbéciles a los demás, confiando en su ceguera o, lo que es peor, convencida de que cualquiera, en una situación similar, haría lo mismo y, por lo tanto, su comportamiento indigno queda con ello exonerado.
Contravalores como el individualismo, el consumismo, el egoísmo y la avaricia, sobre los que se sustenta la desvergüenza son el cáncer que corrompe cualquier posibilidad de construcción de una ciudadanía consciente y activa en pro del común.
La desvergüenza nos lleva a olvidar quiénes somos, de dónde hemos venido, cómo hemos llegado a donde estamos, qué y quiénes son los responsables de la indignidad de la ciénaga en la que estamos inmersos y que compartimos con un ejército de ranas nacidas, supuestamente, por generación espontánea. Por eso están tan empeñados en que perdamos la vergüenza, a base de la apología de los más vergonzosos comportamientos, ideas y acciones.
Un pueblo que olvida, pierde la vergüenza y eso lo reduce a mero rebaño empujado por la corriente en beneficio de los que son los responsables de su postración.
El 4 de diciembre de 1977, el pueblo andaluz, avergonzado de la postración de nuestra tierra y ante la intuición de que la modernización del régimen político español volviera a hacerse a costa de Andalucía, en un acto masivo de dignidad expresó su ansia de liberación, y perdió el miedo, que no la vergüenza, afirmándose como sujeto colectivo consciente de su identidad histórica, cultural y política. Nos debería de dar vergüenza que los que desde entonces han administrado en su propio beneficio el capital político generado por aquel levantamiento hayan conseguido sepultar el amanecer de la conciencia andaluza que representó. El memoricidio en el que tan concienzudamente se han empeñado nos ha hecho perder la vergüenza y con ello nos ha hecho más débiles. Deberíamos avergonzarnos de quiénes y cómo nos gobiernan, de cómo instrumentalizan a Andalucía quienes no creen en ella como realidad histórica y cultural, y hasta, en realidad, quieren que desaparezca incluso en su actual condición de estructura administrativa subalterna del estado españolista.
Desde un andalucismo radical es fundamental contribuir a que Andalucía recobre su memoria, que el pueblo andaluz recupere su vergüenza para que vuelva a poder renacer la esperanza de que el tigre dormido despierte y sea capaz de recuperar su dignidad y lograr su libertad.