En este rinconcito de luz llamado Portal de Andalucía, han sido muchos los compañeros y compañeras que durante los últimos meses han analizado las múltiples formas de blanqueamiento mediático perpetrado en nuestra comunidad hasta presentar a Juan Manuel Moreno Bonilla como un tipo no solo ‘afable y centrado’ de cara a la ciudadanía, sino también como el líder del ‘mejor equipo posible para gestionar la Junta’… El silenciamiento de sus políticas de imparable privatización en educación o sanidad, de fiscalización en favor de los ricos o de dejadez ante el problema medioambiental andaluz, está logrando que la población apenas conozca algo que, por duro que resulte o por mucho que cueste decirlo, debería ser divulgado cuanto antes: de seguir ‘avanzando’ con la actual gestión, la mayoría de la población cada vez tendrá más difícil acceder a servicios públicos de calidad o a condiciones laborales o económicas más justas y con mejores derechos. Y no poder ejercer el derecho a ser informada con la mayor veracidad posible es, precisamente, lo que hace de una sociedad un ente más vulnerable.
Pues bien, a continuación, otro ejemplo bastante sonado en las últimas fechas (no en Andalucía, sino en la Comunitat Valenciana, aunque extrapolable a todo el territorio estatal) acerca de la facilidad con la que la clase dominante de este país puede chasquear los dedos y, cuando desee, poner en funcionamiento la maquinaria de destrucción: el caso Mónica Oltra (cargo electo de Compromís y, hasta hace unos días, vicepresidenta de la Generalitat). Conste, antes de proseguir, que serán los próximos acontecimientos judiciales los que dictaminen si la causa tiene motivos para seguir adelante o no. Pero parece (y he aquí la esencia de este texto) que eso ya da igual. El caso está, mediática y socialmente, decidido. Finitto: Oltra es culpable (¿Qué más da de qué? ¡De lo que sea!). Y ‘da igual’ porque la maquinaria urdida (no estas semanas, sino desde tiempo ha) amasa tal cantidad y calidad de poder que su efectividad desborda. Algo que, a poco que tiremos de con(s)ciencia, resulta espeluznante.
Sí, espeluznante, pues asusta lo frágil que, en este país, puede llegar a ser el escudo que nos proteja del intento de desestabilizar profesional o personalmente a alguien por parte de los autodenominados dueños del Estado (los “buenos españoles”). Da lo mismo que seas del este o del oeste, galego o extremeña, política, actor o rapero, jornalero, viñetista o titiritera, activista social, poeta o economista, pensador, deportista o periodista, empresaria o sindicalista (incluso policía, militar o eclesiástico que se atreve a denunciar)… Si desarrollas ideas en torno a poner en jaque los valores del privilegio y a luchar por condiciones más humanas, equitativas, igualitarias, empáticas o plurales, y si, encima, eso que transmites logra ilusionar a cada vez más gente y sumar nuevas corrientes, entonces la maquinaria se pondrá manos a la obra desde la sombra y dentro de ‘x’ tiempo todo se desencadenará: de repente, ‘informaciones’ y acusaciones varias se cernirán sobre ti, buscando cercenar tu proyecto (y si tiempo después resultase ser falso todo cuanto se hubiera montado en tu contra, no esperes que eso cobre la más mínima importancia).
Sobre el caso mencionado, me gustaría pedirles que echen un vistazo a esta información, que contextualicen nombres, organizaciones y antecedentes, y que tejan las pistas acerca del entramado. Asimismo, y antes de volver a estas líneas, les pido que repasen y crucen noticias relacionadas, y luego saquen sus propias conclusiones. He aquí la de quien esto firma: así, a base de procesos más cimentados en conjeturas y odios particulares que en pruebas reales, es como en España se va normalizando, paso a paso, el que las diferentes corrientes del neofascismo ganen terreno a la democracia. Ni más ni menos. Dicho de otro modo: cuanto más celebra la ultraderecha, más sufren la democracia y los derechos humanos (aquí y en la Conchinchina). Y si desde nuestras diferencias individuales no somos conscientes de ello, la inmensa mayoría de personas que convivimos en sociedad seremos cada vez más vulnerables a sufrir todo tipo de injusticias. *Por si alguien no lo ha percibido: hace ya un buen rato que no estamos refiriéndonos al caso Oltra en particular, sino reflexionando sobre el significado del fondo de casos similares y, en especial, sobre las consecuencias sociales que tras ello afloran.
Independientemente de si el señalado pertenece a una corriente política o a otra, o de si defiende ideas aperturistas u otras más conservadoras (aunque el patrón suele repetirse por el lado zurdo de la ecuación), en caso de que el no reconocido aparato de poder de este país lo detecte como figura ‘peligrosa’ o incómoda para lo que ellos defienden, irán a por él (o ella). Sin que el señalado lo sepa, acusaciones, campañas de acoso e insultos serán diseñados. Y si faltan pruebas irrefutables de aquello que es incitado, les bastará con sus prestigiosos bufetes de abogados, su millonaria pasta gansa y su difusión a través de los no pocos medios de comunicación afines y de la acción en redes sociales (conectando, así, con esos espectros de población que sitúan la veracidad de una noticia en un tuit/meme/whatsapp). Bastará con todo eso para machacar el tema día tras día, meterlo en las escaletas de los medios de mayor audiencia (los «neutrales y objetivos”, esas “teles abiertas»…) y saturarnos los móviles. La víctima de la cacería (demócrata, casi siempre) será expuesta en la digital plaza del pueblo, capirote puesto. Tu amigo, tu suegro o tu vecino soltarán pestes del perseguido -en realidad, reproducirán el escaso, repetitivo y sectario pero populista argumentario neofascista-. La presión se hará insostenible. Y, al final, el perseguido quedará fuera de juego… ¿Cómo no iba a ser así, si su presencia puede inquietar o incomodar el relato del núcleo duro del Estado!
Judicatura, abogados, periodistas (o empleados en medios de comunicación), equipos tras las campañas de redes sociales, muchos millones de euros, adoradores del Capital, Vox, HazteOír, España 2000, Falange, Giorgia Meloni’s fans, Abogados Cristianos, El Yunque, Fundación F. Franco, Gobiérnate, Inda, Negre, Minuesa, Libertad Digital, Alvise, Estado de Alarma TV, Intereconomía TV, 7nn, OKDiario, El Programa de AR, Ristos y Prats, Motos y su Hormiguero, Opus Dei, Desokupa, Jusapol, los reductos más reaccionarios del Ejército, Democracia Nacional, Coalición ADÑ, Hogar Social Madrid, Bastión Frontal, las ramificaciones de QAnon/MAGA/Alt-right, Ignacio Arsuaga, CitizenGO, Mayor Oreja, Neos… ¿Paramos aquí? No, seguimos:
Grupo Planeta, grupo Mediaset, José María Aznar (infame su entrevista hace unos días en Espejo Público -a cargo de Susana Griso, también clave en esta lista-, en la que, entre otras perlas, y de manera muy velada, volvió a exculpar a las multinacionales de la energía -de las que él forma parte decisiva, al igual que Felipe González- de la situación actual de precios, y a culparnos, ¡a los ciudadanos!, de la crisis económica presente y futura -“la gente vive por encima de sus posibilidades”, ¿les suena este mantra de los dioses del capitalismo?-, volvió a llamar a una guerra militar abierta, en este caso entre la “civilización occidental a través de la OTAN” y Rusia -como en su día llamó, justificó y participó en la guerra de Irak, a la postre demostrada como inventada por Bush, Blair y el propio Aznar, señores de la guerra- y volvió a sembrar caos y “catástrofe” entre la población española, como baza para atizar al gobierno actual y promover al PP de Feijóo, uno de los políticos que más privatiza en España), Vicente Vallés (otro que ejemplo de periodista de masas que, siguiendo la línea de Losantos o Herrera, desprestigia el oficio y convierte los ‘informativos’ que presenta en ‘opinativos’ donde, subido al púlpito, declara la cruzada contra lo que él llama -en directo y en horario de prime time– políticos de extrema izquierda, refiriéndose a parte del gobierno actual), García Ferreras, (merece ser estudiado con atención el papel que Atresmedia juega en el ambiente que este país vive desde hace años, en la línea de las grandes corporaciones estadounidenses de comunicación que allí tumban gobiernos y encumbran a otros, siempre con la salvación de los magnates de la Bolsa como premisa; de nuevo: caso paradigmático que apuntala la vulnerabilidad de la sociedad), Florentino Pérez, fondos buitre y de privatización, elitistas escuelas y universidades neoliberales y ultraconservadoras donde son esculpidos los impecables discursos de los presentadores, políticos y líderes de masas del futuro, los influyentes lobbies contra el aborto (como esos cuyo aberrante peso ha llevado a Estados Unidos a retroceder 50 años de sopetón hace escasos días), contra la multiculturalidad, contra los derechos de la comunidad LGTBI, contra los diferentes tipos de familia y, en general, contra todo lo que suene a siglo XXI…
Muy extensa es la lista, cuyos anexos son todos los organismos, empresas, oligarquías o personalidades que, desde posiciones en teoría alejadas, les tocan las palmas (sin olvidar a los youtubers y creadores de contenidos con miles de seguidores -sobre todo, jóvenes- que vanaglorian la marcha de sus gerifaltes y extienden la ‘necesidad’ de sus posturas).
Puestos de mando. Cargos con responsabilidad. Toma de decisiones. Eso significa poder, mucho poder. Por eso, en pleno 2022, siguen pudiendo lastrar la democracia. Por eso, los bulos, las manipulaciones, las imputaciones o, si es necesario, las órdenes de detención son sus juguetes. Todo vale, con tal de salvaguardar ‘su’ país, ‘su’ España, ‘su’ imperio.
Quizá no lo estemos percibiendo (Don’t look up…), pero todas/os estamos expuestos a ser puestos en la diana. Somos vulnerables, cada vez más, incluso a nivel legislativo (esa Ley mordaza…). En la era del morbo y las redes sociales, las cartas ganadoras están en manos de quienes escupen a la democracia. En la época de la información, es la desinformación la que más y mejor cala. Mañana, tú, o yo, podemos ‘ser’, de repente, delincuentes, terroristas, estafadores, malos patriotas, agresores de agentes de la seguridad… La división entre los demócratas (positiva para tantas cosas, pero absurda y peligrosa cuando se trata de combatir la antidemocracia) tampoco ayuda. Y si continuamos normalizando lo que no es normal, esas campañas seguirán absorbiendo calles, esas causas continuarán encontrando caladero en el sector más anquilosado de los jueces, ese grillete inquisidor caerá sobre nosotros antes de podernos defender, hasta que nos veamos forzados a dejar aquello que estemos haciendo, porque, total, para entonces, ya seremos odiados.
Posdata: sirvan estas líneas, no para caer en el abatimiento del “no hay nada que hacer”, sino, al contrario, como prueba de que la denuncia no debería quedarse en las entrañas, sino que ha de salir y ser compartida, para generar debate, para exigir el fin del juego sucio, para decir alto y claro que no nos asustan las victorias marrulleras de los privilegiados: para soñar y creer colectivamente que podemos dejar de ser vulnerables.