La sociedad y la economía andaluza han recorrido un largo camino en su inserción en el capitalismo; una trayectoria que presenta una clara continuidad en los dos últimos siglos y que se ha ido tejiendo alrededor de un hilo argumental con dos cabos fuertemente entrelazados. Uno de ellos, la articulación hacia fuera; el otro, la forma en que se configura y evoluciona la propia economía y la sociedad andaluza en su interior. Los dos están muy condicionados por la propia dinámica del sistema, desde la que, cada vez en mayor grado, se modula tanto la especialización de la economía andaluza, su papel y funciones dentro del mismo, como su propio modo de funcionamiento interno.
De manera que las formas de apropiación y control de los recursos andaluces y los modos de creación y apropiación de “riqueza” tienen mucho que ver con la articulación de la economía andaluza en el exterior; pronto se consolidó aquí la dedicación a tareas de producción primarias –minería y agricultura-, cuya dinámica estuvo subordinada a las necesidades de los procesos de crecimiento y acumulación que tenían lugar en los centros industriales dentro o fuera del Estado español.
En los años 50 del siglo pasado, Andalucía sumó a su función de exportadora de productos primarios, la de suministradora de fuerza de trabajo[1]. Exportadora de hombres y mujeres para que otras economías pudieran funcionar. Esta sangría humana despobló a muchos de nuestros pueblos, porque fue sobre todo en el medio rural donde la población, siempre al borde de la supervivencia, tuvo que emigrar en mayor medida. Según las estadísticas, en 20 años, de 1955 a 1975, cerca de un millón y medio de andaluces dejaron su tierra. Andalucía perdió aproximadamente una tercera parte de su población. Claro que enseguida la “ciencia económica” vino a explicar esta égida como algo que no nos tenía que preocupar; es más, aunque nos costara comprenderlo, era algo que nos convenía a todos. Porque, gracias a esa pérdida de población había disminuido la diferencia entre nuestra renta por habitante, y la de las áreas industriales a las que había llegado esa población. Se había propiciado así lo que los economistas, en un alarde de reduccionismo, pero también de prepotencia, llaman “convergencia” o aproximación entre economías, en el sobreentendido de que esto supone que la sociedad que se aproxima será cada vez más parecida a la que antes estaba más lejos. La función encubridora de la ideología económica dominante jugaba así su papel.
En Andalucía, la escasez de mano de obra en el campo, que se fue a “atender” las necesidades del crecimiento y la acumulación de capital de otras economías, será el factor desencadenante de la mecanización y la modernización de la agricultura, entendida ésta como el resultado de reproducir en la actividad agraria andaluza formas tecnológicas y de organización propias, en su origen, del desarrollo del sistema en otros territorios. Desde el punto de vista de la distribución de la riqueza, este proceso trajo consigo un aumento de la participación de las ganancias del capital frente a las rentas salariales en la riqueza producida por la agricultura. De modo que, si la concentración en pocas manos de esta riqueza había venido siendo una de las claves para entender la situación económica y social de Andalucía, esta concentración se veía ahora agravada por una modernización que mantenía alejada a la población del patrimonio natural andaluz como fuente de riqueza a la vez que suponía un creciente deterioro ecológico del mismo. La crisis y la consiguiente degradación del medio rural andaluz llegarán hasta nuestros días, siendo ésta una de las fuentes principales de una cada vez más desigual distribución territorial de la población en el interior de Andalucía.
Estas desigualdades en el reparto territorial de la población dentro de Andalucía justifican que, a pesar de sus limitaciones, el Estatuto de 1981 recogiera como objetivo básico “la superación de los desequilibrios económicos, sociales y culturales de las distintas áreas de Andalucía, fomentando su recíproca solidaridad”. Desde entonces se ha recorrido un camino que ha ido, como ha ocurrido para las principales aspiraciones expresadas en aquellos años, en dirección contraria[2]. Desde 1981 a 2011, los Censos de Población (INE) muestran (mapa) una profundización de las desigualdades territoriales en el interior de Andalucía: avanza la concentración de la población, de modo que en sólo un 17,1% del territorio andaluz, básicamente la franja litoral y las capitales de provincia, se concentra el 65,1% de la población, mientras que aproximadamente la mitad del territorio andaluz continúa perdiendo población en los últimos treinta años.
Mapa. Evolución de la población en Andalucía. 19981-2011.
El espacio que pierde población está conformado por Sierra Morena, las Sierras de Cazorla y Segura, gran parte de la provincia de Almería y el Norte de la de Granada, algunos municipios del pasillo intrabético y una buena parte de la serranía de Ronda y de Sierra y la Campiña de Cádiz. Los 393 municipios (de un total de 771 en 2011)[3] en los que en los últimos treinta años continúa disminuyendo la población, han pasado de albergar, en 1981, al 21,1% del total de la población andaluza, a suponer sólo el 13,6% de la misma. Un segundo grupo de municipios, los que en el mapa aparecen en gris, también viene perdiendo peso en el total de la población andaluza, pasando de sostener a la mitad de la misma en 1981 a suponer el 44% treinta años más tarde. Es una parte del territorio andaluz también en declive, aunque menos pronunciado, estructurada básicamente alrededor del Valle del Guadalquivir.
Como tercer grupo identificamos un conjunto de municipios que crecen por encima de la media, algo menos de la quinta parte del territorio andaluz, y que han pasado de localizar al 28,2% de la población andaluza en 1981 a suponer el 41,4% de la misma en 2011. Entre ellos, sólo diez municipios concentran ya a la tercera parte de la población andaluza.
Retroceso en la participación sobre el total de la población de Andalucía de una gran parte del territorio andaluz, más del 80% del mismo, mientras avanza su concentración en algo menos de una quinta parte. Polarización que traduce una dinámica demográfica desigual y un modelo de ordenación del territorio en el que los dos grupos extremos se separan, creciendo, por tanto, las desigualdades territoriales. Es la proyección territorial interna del modo en que la economía andaluza se articula en la globalización.
Especialmente en economías primarias o extractivas como la andaluza, especializada en actividades generadoras de daños sociales y ambientales que la economía convencional oculta, la globalización impone una creciente separación entre producción y consumo, que en Andalucía tiene su ejemplo más ilustrativo en el ámbito agroalimentario, cuya producción, crecientemente orientada hacia el exterior, se concentra cada vez más en menos cultivos y espacios, mientras crecen nuestras importaciones alimentarias. Se configura así una economía de archipiélago en la que junto a islas de conexión con la economía globalizada para las actividades por las que el capital global se interesa y que alimentan su propia revalorización, junto a tramas, redes y nudos que se conectan a la globalización desde una posición subordinada, se extienden espacios sumergidos, marginados, apartados de los circuitos que al capital global le conviene estimular.
[1] La emigración masiva andaluza tiene precedentes importantes en otros momentos entre los que cabe destacar la década de 1920 a 1930, en la que miles de andaluces emigraron sobre todo a Cataluña, donde se construían grandes obras modernizadoras de la ciudad, entre ellas las del metro.
[2] Véase Delgado Cabeza, M (2016) “En dirección contraria. El camino de Andalucía desde 1980” en El Topo tabernario, nº 15.
[3 En la actualidad, marzo de 2017, son 778 municipios.
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