“Es que no teníais que haber venido. Es la primera vez que vienen” -espetaba uno de los asistentes a la ministra Dolores Delgado y su comitiva al abandonar el acto en honor a la liberación de Mauthausen y sus víctimas.
Y es que la asistencia de una comitiva del Gobierno de España era novedad; no sucedía desde el año 2005, en que, el entonces presidente, José Luís Rodríguez Zapatero, asistió al homenaje del 60 aniversario de la liberación del campo de concentración. A este hecho, sin embargo, le precedieron -y sucedieron- años y años de condena al olvido para los miles de luchadores por la libertad que murieron a manos de la barbarie fascista, y que, como los que fueron víctimas de ella aquí, han sufrido el ostracismo de manos de los gobiernos de su propio país.
Leo cientos de titulares que narran la “desvergüenza” de Gemma Domènech, directora general de Memoria Democrática de la Consejería de Justicia de la Generalitat, y del independentismo por “usar un acto en el campo de Mauthausen para hacer reivindicaciones políticas”. Es doloroso ver cómo la memoria de miles de republicanos españoles es pisada por la bajeza de la prensa y la política actual.
La referencia a Raúl Romeva era lógica y necesaria, pues, mientras los sucesivos gobiernos del Estado miraban a otro lado, fue él quien, en 2017, siendo Consejero de Asuntos Exteriores, colocó la placa ante la que Dolores Delgado posaba sonriente el pasado domingo. No se compara en ningún momento, como pretenden hacer creer, a los presos catalanes con las víctimas de Mauthausen, y puede comprobarse en el propio vídeo. Es una intoxicación de los medios, que han creado una posverdad en torno al suceso. La referencia a los presos políticos no va de ninguna forma ligada a una comparación, sino a una reivindicación desde el recuerdo a que Raúl Romeva fue quien colocase la placa en nombre del Govern.
Considero, sin embargo, que el discurso de Domènech fue torpe, y que el espacio idóneo para ciertos discursos y reivindicaciones quizás no es el de un homenaje a víctimas del nazismo, pero también es extremadamente cínico, por parte de Dolores Delgado, que con su tan poco elegante espantada eclipsaba el acto, acompañada, como no, de una bandera rojigualda -cabría preguntarse qué opinarían los que combatieron por otra España, por otra Cataluña, por otras banderas-, así como de los políticos, que ya pretenden sacar rédito de dicha situación, y de la prensa, haciendo que ese hecho aislado se convierta en lo esencial, en el foco de atención, lo que llena cientos de titulares, artículos y columnas de opinión que están utilizando para arremeter nuevamente contra el soberanismo catalán.
Un hecho aislado ha ensombrecido la memoria de esos miles, pero, además, se da la triste circunstancia de que, sin ese hecho, el acto hubiese pasado nuevamente desapercibido, como lleva siéndolo año tras año. Porque mientras que Pedro Sánchez no tuvo problema en visitar la tumba de Antonio Machado o Manuel Azaña, ha sido la ministra Delgado quien ha asistido al acto en Mauthausen. Y, por supuesto que deben ser visitadas las tumbas de Machado o Azaña, pero me pregunto si, por memoria o compromiso democrático, no debiera ser de obligada asistencia el homenaje a quienes, sufriendo el horror, la cara más cruenta del sadismo humano, nunca perdieron su sed de libertad.
Debemos aspirar a que su memoria no sea un arma arrojadiza en el panorama político actual, que, por supuesto los valores que defendieron, por los que lucharon, sufrieron, y murieron, deben ser defendidos y reivindicados en el hoy, y que la lucha por las libertades democráticas es una virtud a trabajar. Sabemos quiénes deciden olvidar sistemáticamente a las víctimas del fascismo, quiénes jamás irán a Mauthausen, a la tumba de Azaña, a la de Machado o al homenaje en honor a los republicanos que liberaron París, ni pondrán un euro en desenterrar una fosa, quienes prefieren el olvido a la recuperación, la dignidad y la memoria.
Tengamos claro por qué lucharon, que no se destiña su recuerdo, que no se descafeíne, fueron republicanos, españoles, catalanes, vascos, andaluces, que lucharon por un mundo nuevo, y perdieron, que se vieron forzados al exilio, y fueron devorados nuevamente por el fascismo, que los condenó a los mayores horrores, miles murieron, otros, sobrevivieron y luego fueron abandonados a su suerte. Que su memoria sirva para que aquello contra lo que lucharon y sufrieron no vuelva nunca más.