Utilización política del COVID-19

595

Un padre está en la calle con su perro, al que todavía (todo llegará) tiene derecho a sacar a la calle sin ser multado. Ya han pasado veinte días de cautiverio, pero a la chavala que le acompaña que no tendrá más de cuatro años, le han debido de parecer años.

Padre e hija han salido a la calle con Sultán, el perro callejero que lleva años compartiendo el pequeño piso en el que viven. El padre no ha tenido que conciliar vida laboral y familiar. Le conozco y sé que lleva en el paro más de un año, de modo que él se encarga de que mientras dure esto, en casa las cosas se vayan adaptando a una cierta rutina.

En casa de Violeta, así se llama la niña, hace tiempo que la economía no da para encender la calefacción, y estos días todavía hace frío dentro de ella. En esta casa no hay videojuegos, conexión a Internet ni otras decenas de juegos que hay en la mayoría de casas con y sin niños.

La calle, el parque o la escuela son los sitios donde Violeta siente que es igual al resto. Para correr, dar patadas a un balón o saltar a la cuerda no hace falta un gran presupuesto. La calle es, con todas sus opciones de juego y entretenimiento, el espacio más “democrático” y educativo para cualquier niño y niña de la edad de Violeta.

El vecino del bloque de enfrente ha empezado a lanzar gritos contra Violeta y su padre. En unos pocos segundos ha pasado de gritar “¿qué, os divertís?” a insultar abiertamente a padre e hija llamándoles insolidarios, gentuza y deseándoles que toda su familia se contagie.

¡Insolidarios! No me lo puedo creer. Precisamente él. El mismo que solo un par de meses se enorgullecía de que mientras otros hacíamos una huelga “que no servía para nada”, él había ganado ese mismo día una pasta en horas extras. El mismo energúmeno que solo hace dos días, un par de horas antes de abrir el supermercado, estaba en las puertas del establecimiento para entrar el primero. Ése que miraba con desdén a aquellos clientes que solo 20 minutos después ya no disponían de carne porque gentuza como él salían con sus carros llenos. El mismo que, anticipándose al resto, había hecho acopio en casa de mascarillas y productos desinfectantes. El listo del barrio, vamos.

El estado español ha implantado una serie de medidas para combatir la pandemia del coronavirus, dice. Sin tener elementos suficientes para considerar útil y/o necesaria la aplicación del estado  de alarma, lo cierto es que una medida como esta se puede llevar a la práctica de tantas formas como ideologías existen.

No deja de llamar la atención que el gobierno español y los gobiernos autonómicos desoigan sistemáticamente las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud. Esta organización, cuyo único objetivo es trabajar por garantizar la salud de las personas, plantea unas actuaciones concretas. En estos días muchos medios de comunicación están señalando que “la OMS insta a hacer el test a todos los sospechosos como única vía para frenar la pandemia del coronavirus”. Mientras en Andalucía y estos mismos días, se decide realizar el test solo a los casos más graves y el resto a casa, con síntomas pero sin saber si se enfrenta al coronavirus o a una neumonía. ¿qué credibilidad tienen por tanto los datos de extensión de una pandemia si simplemente no se hace lo posible por diagnosticar y tratar todos los casos existentes? ¿Por qué una decisión tan irresponsable? Es evidente que si en la medida propuesta por la OMS se valora exclusivamente el binomio salud/personas, la decisión de los gobiernos español y andaluz está tomada teniendo en cuenta otros factores que pasan a relegar la salud a vete a saber tú que posición. Exigencia total a la ciudadanía en beneficio de la salud y de todos nosotros, dicen, pero decisiones políticas donde frente a la salud se anteponen otras cuestiones como la seguridad, las necesidades de la “economía”, o los intereses por utilizar esta pandemia para legitimar la posición de poder y autoridad del Estado español en todo el territorio.

La primera decisión del estado español ha sido suspender de facto el estado de las autonomías. Sin ningún argumento que sirva para entender porqué a través de los mecanismos descentralizados habituales, que hacen que la sanidad, la educación y los servicios sociales funcionen a diario, no sea posible combatir el coronavirus.

Es innegable que hay una serie de medidas que sirven para maquillar al estado español y dar un tinte izquierdista a alguna de sus decisiones. Así se han presentado medidas como una posible intervención de la sanidad privada. O al menos una disposición por parte del estado español llegado el caso, a hacerse con la gestión de instalaciones sanitarias privadas, lo quieran éstas o no. Mienten. El estado español no va a entrar por las bravas en las clínicas del Opus o de Mapfre. Seguro. Si los del Opus deciden que hay negocio, lo aprovecharán. Y si deciden que primero se deben a “sus” pacientes, ni el PSOE ni Podemos van a mandar a la policía o al ejército a intervenir.

Tampoco van a poner a los municipales a la puerta de los comercios para sancionar a quienes hagan acopio de alimentos, medicinas o bienes de primera necesidad. Se han establecido sanciones para quien pasee por la calle, pero no a los especuladores que han subido desorbitadamente los precios de productos básicos de un día para otro. No hay penalización ni orden de cierre para las empresas que juegan, amparadas en el estado de alarma que se lo permite, con la salud de sus currelas. No se contemplan medidas para evitar que los trabajadores y trabajadoras que,  por razones del estado de alarma, se tienen que quedar en sus casas no acumulen, al finalizar el mismo, semanas de “deuda” en forma de días laborables a la empresa. La conciliación laboral y familiar que se contempla para los funcionarios y funcionarias no se amplía obligatoriamente a toda la empresa privada.

Se habla ya de medidas para revitalizar la economía una vez se supere la pandemia. La última vez que hubo que salvar a alguien fue a la banca. Ahora la gran industria pedirá su parte. Medidas para que las cifras de ganancia de los poderosos se alejen lo menos posible de sus expectativas. Medidas de nuevo alejadas de las necesidades de la clase trabajadora y los sectores más desfavorecidos de la sociedad.

Hay motivos más que suficientes para estar en los balcones, pero no para volcar nuestra indignación contra el vecino que roba a la cuarentena unos minutos de libertad. Hay razones más que suficientes para gritar, pero sin unir nuestra voz a la de quienes pretender aprovechar el momento para hacernos tragar discursos alienantes.

El gobierno español ha establecido un estado de alarma que delimita lo que es legal de lo que no lo es. Creo que como clase trabajadora hace tiempo que sabemos diferenciar y sabemos que legalidad y justicia raramente van de la mano. A mi vecino de enfrente le ampara la legalidad cuando vuelca su odio sobre Violeta y su padre. Y también le ampara esa misma legalidad cuando hace acopio innecesario de productos básicos. Yo me inclino a pensar que, por muy legal que sea, ninguna de estas dos actitudes es justa, y que por tanto ambas hay que combatirlas.

Creo que a partir de hoy saldré además de a hacer la compra, a sacar fotos de mis modélicos vecinos acaparadores para que todos los virus de esta epidemia tengan, si no nombre, al menos sí rostro. Por otra parte, saldré al balcón a comer si el tiempo lo permite, y desde esa parte de mi casa, me uniré, como siempre he hecho a las reivindicaciones y muestras de apoyo que me parezcan razonables, sin dejarme arrastrar ni por mensajes huecos ni por el miedo al qué dirán.

Unas últimas líneas para mandar un abrazo al compañero Fran Molero y a todas esas personas que están en prisión o en el exilio.

Vista la intencionalidad de las medidas que va tomando el estado español en la calle, seguro que no se contendrá a la hora de utilizar esta pandemia contra vosotras y vosotros. Parte de este cautiverio domiciliario que nos imponen va a convertirse en la ocasión ideal para aumentar la comunicación que mantenemos. Sabemos del valor que, tal vez ahora más que nunca, pueden tener unas líneas. Ahora que no podemos salir, que nuestros espacios vitales se han visto reducidos es cuando más apreciamos el sentido de la libertad. Ahora es cuando más capaces de valorar el precio que estáis pagando por vuestra lucha.

¡Viva la libertad!