El diario de la Desbandá

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Fotografía: Hazen Sise.

Además de ser un médico solidario, el doctor Henry Norman Bethune fue un magnífico cronista de La Desbandá. Gracias a su diario y al reportaje gráfico de su colaborador, Hazen Sise, hoy disponemos de dos pruebas incuestionables para hacer frente a los negacionistas, que intentan sembrar dudas sobre el mayor crimen de guerra contra población civil indefensa, conocido como el Guernica andaluz. Lo que el doctor Bethune describe en su diario nos produce rabia, dolor y espanto, sobre todo cuando nos habla de las víctimas más inocentes: los niños de La Desbandá.

“La Llanura se extendía en la lejanía, hasta donde nos alcanzaba la vista, y atravesándola, treinta kilómetros de seres humanos serpenteaban como una oruga gigante, con sus innumerables miembros, elevando una nube de polvo, moviéndose con lentitud, ponderadamente, alargándose hasta más allá del horizonte, entre la tierra seca y plana, hasta los pies de la montaña”.

“Si eran de Málaga, llevaban andando por los menos cinco días con sus cinco noches. ¿Era posible?…Y los niños de todas las edades, la mayoría descalzos, ¿era posible asimismo que hubieran sobrevivido? ¡Demasiados niños! Una rápida mirada a la carretera, de frente, le producía a uno un dolor escalofriante… El Sol de España era aquel día tan inclemente como los fascistas”.

“A la derecha y a la izquierda de la carretera, cientos de heridos, niños llamando en vano a sus padres y mujeres desmayadas, con los pies terriblemente hinchados y sangrando, a causa de la larga travesía. Atormentados por el hambre y por la sed, caían completamente derrotados. Otros caían muertos”.

Así describió el doctor Norman Bethune el drama de La Desbandá, en febrero de 1937, hace 86 años. Un documento estremecedor que nos recuerda el crimen de guerra perpetrado por nazis alemanes, fascistas italianos, así como legionarios y regulares españoles, a las órdenes de Queipo de Llano. Y cuando el general golpista supo que esta avalancha humana, con más de 5.000 niños y niñas, intentaba escapar, se permitió bromear: “Grandes masas huían a todo correr hacia Motril. Para acompañarles en su huida y hacerles correr más aprisa, enviamos a nuestra aviación, que los bombardeó”. Tropas fanatizadas y sin honor, que persiguieron y masacraron a 300.000 refugiados, la inmensa mayoría civiles. Actuaron sin piedad y sin escrúpulos, aún sabiendo que entre los fugitivos había más de cinco mil menores.

“Camarada, los niños” 

El propio Norman Bethune narra en su diario varias escenas dramáticas sobre los niños y niñas de La Desbandá: “Detenidos momentáneamente por un embotellamiento en la ruta, fuimos asaltados por gritos de súplica, las manos tendidas hacia nosotros, gente pidiendo agua, que les llevásemos hasta Almería”.

“Una niña pequeña se acuclillaba al lado de la carretera, completamente sola, lloraba con el pulgar metido en la boca. Vi a un miliciano acercarse a ella y acarrearla al hombro. Junto al miliciano, un campesino cargaba a una mujer sobre sus espaldas, como un saco de patatas”.

“En la oscuridad, un hombre con un niño de cinco años en brazos: “Mi chico, muy malo. Mi niño está muy enfermo. Morirá antes de que pueda llevarlo a Almería. Yo me quedaré. Sólo pido pare él… lléveselo. Déjelo donde haya un hospital. Dígales que se llama Juan Blas y que iré pronto a buscarlo”.

“Cogí al niño y lo tendí con delicadeza en el asiento”.

“Camarada… por favor, sálvenos”, gritaban. Y yo entendía sus súplicas, sin entender las palabras”.

“Llévese a nuestras mujeres y  niños, los fascistas llegarán pronto”.

“Déjenos ir en su vehículo, no podemos caminar más”.

“Camarada, los niños”.

Y ante semejante drama humano, el doctor Bethune se vio obligado a improvisar un plan para salvar a tantas víctimas inocentes: “Sólo hay una cosa que podamos hacer: llevar a toda la gente que nos sea posible hacia Almería. Vamos a descargar todo lo que hay atrás para hacer espacio. Y enviaremos los materiales con la primera ambulancia que pase. Nosotros únicamente transportaremos niños. Inspeccioné el camión, calculé el número de personas que podían caber y salté al suelo: ¡Niños, solamente niños!”

“Me dirigí a una mujer que acarreaba a un bebé en el cuello: Nos llevaremos a tu hijo.

Y entonces me percaté que el niño era demasiado pequeño para separarlo de la madre.

Esta mujer de ojos oscuros y hundidos, replicó: “Si se lleva a mi hijo solo, nos matará a los dos”.

“Van los dos, dije”.

“Cuarenta niños y dos mujeres iban hacinados en el camión y en la cabina. La mitad de ellos, sentados en el suelo; para los restantes, quedaba únicamente espacio para ir de pie. El camión se fue y las mujeres lloraban por los hijos que se habían marchado, por los niños que habían dejado”.

“De nuevo vi el camión que regresaba y juntamos a tantos como pudimos. En esta ocasión, también tenía a un niño en mi regazo, mirándome con ojos de fiebre. Probablemente, meningitis. Al rato, no parecía mostrar dolor alguno. Mala señal. Esperaba poder llegar a tiempo a Almería. Tendría unos siete u ocho años”.

Por fin Almería

Durante siete días, el doctor Norman Bethune y sus colaboradores se enfrentaron a peligros de todo tipo, padecieron hambre y sed, y salvaron de una muerte segura a cientos de mujeres y niños, a los que llevaron en su ambulancia, desde el frente fascista hasta Almería.

“Y por fin llegamos a Almería. En cuatro días, la ciudad se había transformado en un extenso campamento. Las calles estaban atestadas de gente que no sabía dónde quedarse ni dónde ir. Muchos de ellos permanecían en la plaza principal, a la intemperie. En el Socorro Rojo nos derivaron hacia un edificio viejo, donde se improvisó un hospital y un área de ingresos para niños”.

“Fue un gemido de sirenas lo que me despertó. Me puse en pie con dificultad y caí de rodillas, cuando explotó la primera bomba. La explosión fue como un puño monstruoso lanzado a las profundidades de la tierra, haciéndola añicos. Podía escuchar los gritos terribles, aterrorizados de los niños. Corrí por los largos pasillos, chocando contra gente que huía en todas direcciones. En los dormitorios, los niños lloraban de terror”.

“A los bombarderos no les interesaba el puerto, perseguían presas humanas. En una casa destripada, me encontré a una niña lloriqueando bajo una pila de pesadas vigas. Debía tener unos tres años. Aparté las vigas y me la llevé en brazos hasta una ambulancia. La dejé en la camilla, pensando que sería mejor que se muriera, porque aunque su cuerpo tullido sobreviviera, la luz de la razón se iría de sus ojos de niña”.

“En el centro de la ciudad, me acerqué a un silencioso círculo de hombres y mujeres. Dentro del círculo, una bomba había dejado un inmenso cráter. En el fondo del cráter había tubos de desagüe, rosas desgarradas y restos de lo que alguna vez habían sido seres humanos. Sentía el cuerpo tan pesado como el de los propios muertos. Pero vacío y apagado, Pero en mi cerebro ardía una rabiosa llama de odio”.

Después de aquella terrible experiencia, el doctor Bethune denunció ante el mundo aquel crimen contra el pueblo andaluz y sentenció: “Uno de los más monstruosos, cometido por parte de las hordas extranjeras, que luchan para someterlo a la negra tiranía de la barbarie fascista”.