8 de marzo

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Bajo los enfáticos discursos sobre la igualdad de género se esconde una nueva forma de sumisión que protege e inmuniza, en realidad, la vieja desigualdad, que la conserva y multiplica, aunque desplazada, porque el capitalismo vive, precisamente, de ella; tiene en la desigualdad, la explotación, el acoso y la humillación los pilares sobre los que sigue extendiendo su despótico régimen. Así, mientras reclama respeto para las mujeres siembra desesperación colectiva entre los de abajo sin que importe mucho el género y se recubre de demagogia no sexista por arriba para desactivar cualquier crítica cuestionadora, es más, maquilla el problema de la desigualdad como exclusión y lo soluciona como una cuestión de lenguaje. Haciendo visibles a las mujeres desde un lenguaje inclusivo bien se las puede seguir manteniendo invisibilizadas y excluidas en todo lo demás. A través del lenguaje,  mientras se potencia la autopercepción de la mujer, se racionaliza el menosprecio, la humillación, la explotación, la marginación, la exclusión, el acoso, la división social del trabajo; en suma, la desigualdad de derechos y oportunidades que viven las mujeres en la vida real. Sobre esta instrumentalización simbólica no sólo se perpetúa la opresión sino que sitúa en el estadio de normales y naturales las relaciones de clase, la jerarquía, los privilegios, las desigualdades política, económica y cultural que reproduce el totalitarismo estatista capitalista.

En el tiempo del apogeo de las políticas de género, la explotación y la exclusión se muestran también, paradójicamente, más sofisticadas que nunca, al punto de que lo peor que le puede pasar a las mujeres es que no vean más relación de autoridad que la que establece el género, como si las mujeres no establecieran también relaciones asimétricas, de dominación, de abuso y explotación entre ellas mismas y con el resto de los grupos sociales; pero así lo han decidido los hombres, el Estado, los gobiernos, las leyes que, con su feminismo reformador e institucionalizado aplica políticas de igualdad y contra la violencia de género que no van más allá de donde les está permitido ir.

Si las mujeres no luchan más allá de por ser mujeres por no reproducir relaciones de dominación, la lucha de las mujeres acaba en los brazos del capitalismo como forma actual y absoluta de la dominación, del poder institucionalizado y de esa microfísica del poder como ejercicio de clase, de salario, de raza, de condición… y del poder como consentimiento de las personas dominadas; y la lucha de género sucumbe entonces, por institucionalizada, en institución, como otra coartada del poder en su propia defensa y conservación.