Ahora que se habla de Matria e identidades

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Escribió Lorca:

“Nuestro ideal no llega a las estrellas,/ es sereno, sencillo:/ Quisiéramos hacer miel como abejas,/ o tener dulce voz o fuerte grito,/ o fácil caminar sobre las hierbas,/o senos donde mamen nuestros hijos”

En la planta del bloque de hormigón donde crecí, mi madre y mis vecinas nunca cerraban durante el día los portones de sus casas, que siempre permanecían abiertos, sin fronteras en los umbrales. Eran rutina las conversaciones en batas, sentarse a comer en otra mesa que no era la propia y pasar de hogar a hogar con naturalidad, como quien atraviesa las habitaciones de una misma vivienda. Luego entendí, con el tiempo, que aquella costumbre en los barrios de periferia se trataba de una herencia de los patios de vecinas de las zonas más populares, donde se compartía la vida, los bienes y la miseria, de donde trasladaron las formas en la que crecieron, de donde viene mi madre y sus vecinas.

Ahora que llegan mal dadas, cuando las encuestas se desploman y cuando prevalece la desilusión, una determinada izquierda vuelve a abrir el debate de la territorialidad, la misma que antes negó ese debate en el sur. Ahora que tanto tiempo se ha perdido y que tanto se advirtió, se recupera el concepto de Matria. Ahora que desde determinados sectores progresistas hablan de confederalidad y se abre un proceso de reconocer las diferentes identidades territoriales, recuerdo mi infancia, las puertas abiertas y reconozco mi tierra.

Llega tarde, pero al menos llega. Llega tarde, pero resulta inaplazable. Porque precisamente eso fue lo que se planteó desde Andalucía, un proyecto que huyera del control férreo del centralismo, que todo lo capitaliza, que todo lo convierte en propio y homogéneo “Madrid es España dentro de España” y omite las particularidades. Un proyecto donde las diferentes nacionalidades históricas, especialmente las ninguneadas (como la nuestra) pudieran decidir su presente y su futuro y no conformarse con ser lo que quieren que sea. En este caso: el patio de recreo de Europa. Un proyecto, en definitiva, que implicara la construcción de un sujeto político propio con la mirada del sur. Sin embargo no solo fue negado, sino hasta perseguido.

Llega tarde, pero parece que llega, para poner sobre la mesa que no es casualidad que la tasa de paro en Madrid sea del 13 por ciento mientras en Andalucía, por ejemplo, casi del 24. Que tampoco es casualidad que la provincia de Madrid, que es similar en extensión a la de Cádiz, tenga un Producto Interior Bruto diez veces mayor que el de la gaditana. O que mientras que cierra en la Bahía de Cádiz una fábrica, la misma multinacional abre otra en Getafe. No. No es casualidad.

Y poner sobre la mesa también que frente a un nacionalismo dominador, que encabeza la derecha y la extrema derecha, de bandera caliente al sol, de fronteras y gritos deshumanizados, frente a los carteles que enfrentan, frente a los discursos del odio, frente al grito de maricón, de puta o de negro, frente al enfrentamiento y frente a ese patriotismo cargado de testosterona y exclusión, es necesario una alternativa que la combata, que se reconozca en la sencillez de lo cotidiano, en las diferentes identidades y que tenga la piel y la forma de los patios de vecinas de nuestras madres.

Queremos una Andalucía soberana política, social y económicamente, basada en el reparto de la riqueza y la superación del capitalismo y el patriarcado. Una Andalucía que aspire a alcanzar, con paso firme, una sociedad ecosocialista y democrática. Ese nacionalismo humano, internacionalista e inclusivo que dibujó Blas Infante. Y eso sólo se consigue con las gafas verdiblancas. Siendo conscientes de la situación de la que partimos como pueblo andaluz, de nuestro papel histórico de periferia económica, cultural y social con el que debemos acabar. Y eso sólo se consigue, repito, si el cambio lo protagonizan los rostros diversos que componen esta tierra, los obreros con la incertidumbre del cierre de la fábrica, las manos cansadas de las jornaleras y las kellys, las espaldas explotadas por un turismo depredador e invasivo. Un pueblo que camine hacia un mañana consciente de sus raíces. Un pueblo que lo reivindique con su manera de hablar.

Una Matria que cuide, anclada en la empatía y el bien común. De portones abiertos y olor a guiso y geranio.

“Dichosos los que cortan la rosa

y recogen el trigo”.

Continuaba Lorca. Dichosos ellas y ellos.