Andaluces en la Curva del Níger 4. Una intrépida aventura por las tierras legendarias del continente africano

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La Gran Mezquita de Yenné, obra maestra del arte sudanés, creado en el siglo XIII por el arquitecto granadino Es-Saheli.

El siguiente objetivo a alcanzar por el grupo expedicionario son las ciudades de Yenné y Mopti, ambas situadas en la otra ribera del río Níger. Para llegar a ellas, la expedición se propone cruzar el delta interior del río por la población de Niafunké. Imposible. La marisma se convierte en una barrera infranqueable. De intentarlo, los vehículos habrían quedado atrapados en las inmensas ciénagas. La caravana se ve obligada a descender hasta la ciudad de Segoú, a escasos kilómetros de Bamako, actual capital de Malí.

La fertilidad de esta región contrasta fuertemente con el paisaje desolado de las ciudades ubicadas en el norte de la Curva. Por esta zona, sí es posible cruzar el Níger a través del impresionante puente de Markala, construido durante el periodo colonial francés. En el trayecto hacia Segoú, la expedición se detiene en varios poblados típicamente africanos, formados sobre todo por chozas, como Leré y Nampala, que todavía conservan pozos comunales y rudimentarios de los que obtienen agua con la ayuda de burros o camellos. Eso si, el médico del grupo nos recuerda que sólo podemos consumir el agua, después de ser clorada.

Llega la noche y acampamos bajo un ficus gigante, especie arbórea típica de este territorio. Como dicen Joaquín Molero y José Luis Rossúa, nuestros especialistas en botánica: “Un solo ejemplar del género nos cobijó a toda la expedición (nueve tiendas de campaña  y cuatro coches), sobrando aún espacio. Sólo al pie de estos impresionantes árboles, como el ficus o el baobad, podemos admirar su porte y su corteza de piel de elefante. Presiden y solemnizan el paisaje con sus desnudos y atormentados troncos, y algunos alcanzan un tamaño considerable”. Ya por la mañana, entramos en Yenné”.

La Gran Mezquita de Yenné

En el delta interior del río Níger, nos espera la ciudad de Yenné con su Gran Mezquita.  Según el sociólogo Torcuato Pérez de Guzmán, miembro destacado de la expedición andaluza: “Yenné representa la tradición. Ya existía como ciudad antes de la islamización de África y hoy es una reliquia que vive del turismo y del mercado artesanal. Allí los Arma viven voluntariamente en su barrio, casi en régimen de gueto, con una existencia austera, desde que los cambios políticos emanciparon a sus vasallos marka y la falta de calado desplazó el puerto de Yenné del gran circuito comercial”.

La Gran Mezquita fue diseñada según el estilo creado en el siglo XIII por el arquitecto granadino Es-Saheli. Tras quedar en ruinas el edificio original, a causa de las aguas torrenciales, Ismael Traoré, presidente del gremio de albañiles y seguidor de Es-Saheli, dirigió y supervisó su reconstrucción en 1906, dando lugar a la obra capital del llamado arte sudanés, esparcido por toda la Curva del Níger. Nos encontramos con el mayor edificio sagrado del mundo, hecho con barro, de una sola pieza y con una superficie de más de 5.000 metros cuadrados. La mezquita está en el centro de la pequeña población de Yenné, con poco más de 14.000 habitantes, y es uno de los monumentos más conocidos de África, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1988, junto con su casco histórico.

Junto a la mezquita hay una madraza, donde un nutrido grupo de niños aprenden los versículos del Corán en torno al viejo maestro. En este caso, el libro sagrado de los musulmanes está grabado en tablas de madera. Al atardecer, los ulemas colocados en los dos extremos de la muralla entonan los cánticos que llaman a la oración. El espíritu de Es-Saheli gravita constantemente sobre el imponente recinto religioso, construido con adobe y madera de acacia, unos materiales muy sencillos que dan como resultado un edificio de inesperada e insólita belleza.

La mezquita de Yenné es uno de los monumentos más conocidos de África, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, en 1988.

Mopti, la Venecia de Malí

Y frente a la Gran Mezquita, el célebre mercado de Yenné que alcanza su mayor apogeo los lunes de cada semana. A este mercado acuden los más influyentes comerciantes de la región. Aunque en los últimos años, la actividad comercial se ha ido desplazando hacia Mopti que, al poseer un magnífico muelle inclinado, aumenta su capacidad receptora de mercancías. Se podría decir que en este muelle transcurre casi toda la vida de sus más de 100.000 habitantes. De hecho, Mopti es el centro comercial y puerto más importante de Malí. Los mercados de su hermosa bahía venden la sal importada del Sáhara, pero también la pesca, la ganadería y la agricultura de esta rica región, en especial la producción de arroz, muy importante en la economía local.

De pronto veo a varias jovencitas moptianas que lucen sus pechos desnudos y los dejan acariciar por las aguas del Níger. La fotografía es inevitable. Naturalmente, después me piden un “cadeau” (regalo), que también es inevitable. Buena imagen para decir adiós a esta bella ciudad, cuya mezquita es gemela a la de Yenné. Mopti es una ciudad situada en la confluencia de los ríos Níger y Bani, y entre las ciudades de Tombuctú y Segoú. Está construida sobre tres islas unidas por diques: la Medina Coura, la ciudad vieja y la ciudad nueva, por eso es conocida como la Venecia de Malí.

Último campamento en el Bidón V

En Mopti llegamos al final de nuestro largo periplo por las ciudades de la Curva y el grupo se prepara para emprender el retorno. Hacemos entonces un vertiginoso ascenso por el Sáhara. De nuevo la aduana de Malí, donde nos vemos obligados a “obsequiar” a la policía maliense con unos litros de gasoil y cierta cantidad de francos para aligerar los trámites. Llegamos al punto conocido como Bidón V, particularmente célebre entre los que viajan por el Sáhara. Aquí acampamos por última vez y nos damos un buen madrugón para atravesar la inmensa planicie pedregosa, lo antes posible. Tenemos tantas ganas de volver, que la expedición recorre el largo camino día y noche. El grupo hace un esfuerzo sobre humano para conducir los vehículos en una tenaz lucha contra el sueño y para recorrer la distancia prevista. Sin embargo, un Land Rover vuelve a presentar una avería en el circuito eléctrico que amenaza con retrasarnos. Una vez más, nuestro mecánico logra hacer un arreglo provisional.

Ya estamos en casa  

De todas las jornadas vividas en el gran desierto, la más decisiva transcurre en el trayecto hasta la localidad fronteriza de Oujda, en Argelia. El vehículo averiado nos impide, definitivamente, hacer la ruta durante la noche. Terriblemente agotados por la rápida travesía de los días anteriores, obligados a soportar temperaturas de varios grados bajo cero y con los sacos de dormir mojados a causa de la intensa lluvia caída, se nos hace muy penoso levantar un nuevo campamento. Tenemos entonces la ocasión de conocer la hospitalidad del pueblo argelino. Los maestros de la pequeña población de Abdel-Moulá nos ofrecen comida y alojamiento. Aquella noche será inolvidable para todos los miembros de la expedición. Y no sólo aquella noche. Quienes hemos vivido esta intrépida aventura por tierras africanas, durante 37 días, nunca podremos olvidarla. A la mañana siguiente nos dirigimos a Melilla y embarcamos en el ferry con destino al puerto de Málaga. Dos compañeros vuelven enfermos y, de los cuatro vehículos que forman nuestra caravana, uno tiene que ser remolcado, pues durante la travesía se quedó sin luces y, más tarde, se quemó el generador. Málaga nos recibe con una mañana muy fría, acompañada de lluvia fina e intensa, pero lo importante es que ya estamos en casa. En el próximo y último capítulo será el momento de hacer balance, con la satisfacción de que los objetivos más importantes de esta expedición científica se han cumplido.