Andaluces en la Curva del Níger 5. Tras las huellas del ejército andalusí que conquistó el imperio de los Askia

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Hagna Doumbou Touré, primer jefe de la comunidad andalusí en la Curva del Níger, con Paco Vigueras, autor de esta crónica.

Eran las ocho de la mañana del 9 de enero de 1985 cuando los miembros que integrábamos la expedición científica a la Curva del Níger volvíamos a pisar nuestra querida tierra andaluza, después de permanecer durante 37 días en el continente africano. Ahora, conforme transcurre el tiempo desde nuestro retorno, se multiplican las imágenes, los recuerdos de ese mundo insólito que emerge tras el gran océano de arena, en los confines del desierto. De todas las jornadas vividas –y sufridas- hubo una, la del 16 de diciembre de 1984, especialmente significativa.

Aquel día, el Imán de la Meca visitaba la ciudad de Gao. Los ulemas, los intelectuales más destacados de la ciudad, representaciones oficiales y numeroso público gaosiano se había concentrado en el centro de la villa para recibirlo. La exótica ciudad bañada por el Níger, que hace cuatro siglos fue residencia de los emperadores Askia, había quedado prácticamente paralizada, ante la presencia de tan insigne autoridad musulmana.

Algunos miembros de la expedición nos acercamos al observar el espectacular movimiento ciudadano originado por el Imán. En las calles se había creado un emotivo ambiente, cargado de expectación y una fuerte dosis de solemnidad.  Fue entonces cuando los vimos. Se encontraban agrupados y –al mismo tiempo- mezclados entre la multitud. Las túnicas blancas que los caracterizan relucían más que nunca, contrastaban maravillosamente con el atuendo del resto de la población, ataviada con llamativos “bubús”, estampados con los más estridentes colores.

Los Armas

Pregunté a uno de los inquietos espectadores sobre la identidad de aquellos hombres vestidos de blanco y la respuesta no se hizo esperar: “Ils sont les Arma”, me dijo en un excelente francés. La verdad es que lo sabía. Sabía que eran ellos, pero quise confirmarlo. Los habitantes de la Curva denominan “Armas” a lo descendientes de los andalusíes que, expulsados del reino nazarí de Granada por los reyes cristianos, se refugiaron en Marruecos. Más tarde, conquistaron el Imperio Askia, en el actual Malí, capitaneados por su líder legendario Yuder Pachá y con el apoyo logístico del sultán Almansur.

Son conocidos con el apelativo de “Los Armas” en recuerdo de aquel ejército andaluz que atravesó por primera vez el Sáhara y conquistó aquel imperio en el siglo XVI. Un ejército que llevaba cuatro cañones y en sus filas contaba con un cuerpo de fusileros, todos ellos procedentes de al-Andalus, es decir, la élite del que fuera ejército nazarí. En aquel tiempo, los africanos desconocían por completo lo que era un arma de fuego. En la histórica batalla de Tondibi sonaron, por primera vez en África, las detonaciones de la artillería andaluza, que provocaron el pánico en el poderoso ejército imperial de los Askia. En todas las ciudades por las que pasábamos, Gao, Bamba, Bourem, Tondibi, Tombuctú, íbamos encontrando huellas del ejército capitaneado por Yuder Pachá. Cuatro siglos después, éramos nosotros los que seguíamos la ruta de los conquistadores, esta vez capitaneados por el profesor Manuel Villar Raso. En Malí nos llamaban los “boro güaranka” que en lengua bambara, etnia dominante en la zona, significa “veinte personas”. Pues éramos 20 los miembros que formábamos aquel grupo interdisciplinar de historiadores, arabistas, sociólogos, geógrafos y periodistas, con el apoyo de la Universidad de Granada, una aventura sin precedentes en nuestra ciudad.

Yuder Pachá quiso fundar una nueva Andalucía 

Al día siguiente, los miembros de la expedición fuimos recibidos por Hagna Doumbou Touré, uno de los intelectuales mejor documentados de La Curva y primer jefe de la comunidad Arma. Hombre de gran estatura y elegancia. A pesar de su negritud, en el rostro de Hagna se observan ciertos rasgos andaluces. Nos sentamos formando un círculo en torno a él y se hace un silencio sepulcral. Hagna inicia una fluida disertación sobre el origen y la evolución de “Los Armas”. Cuando menciona a Yuder, sus ojos se encienden. Su admiración por el gran estratega andalusí nos contagia a todos. A través de su voz, pausada y grave, parece que es el propio Yuder quien nos habla. Hagna nos dice que para “Los Armas” el río Nïger era como el Guadalquivir, por eso quisieron crear en la Curva una nueva Andalucía.

Hagna Doumbou Touré, uno de los intelectuales mejor documentados de la Curva, en su casa de la ciudad de Gao.

Posteriormente, visitamos a Zacarías Touré, segundo jefe de “Los Armas” y ex alcalde de la ciudad. Sentados en el amplio patio de su casa, nos dibuja sobre la arena el árbol arqueológico de la comunidad “Arma”. El se considera, al igual que su primo hermano Hagna Doumbou Touré, descendiente directo de Yudar Pachá, pero seguramente ambos lo sean de los hijos que adoptó el dirigente andalusí para asegurar la continuidad del nuevo reino andaluz que aspiraba a fundar, ya que Yuder era eunuco.

También mantuvimos una entrevista con Monsieur Zoubert, director del Instituto Ahmed Babá de Tombuctú, que reunía en su biblioteca miles de manuscritos del legado andalusí, justo el tesoro literario que estábamos buscando. Ante nosotros estaba buena parte de la memoria escrita de al-Ándalus en el exilio. Más tarde, supe que la guerra y las inundaciones pusieron en peligro más de 12.000 manuscritos, que finalmente fueron rescatados por Ismael Diadie Haidara Ben Guzmán, descendiente de la familia Kati, de origen sefardí, que hace cuatro siglos se instaló en la Curva del Níger. Entre los manuscritos destaca una crónica del Imperio Songai, escrita por Mahmud Kati en el siglo XVI. Ismael Diadie nos devolvió la visita, trayendo consigo el conocido como Fondo Kati, para ponerlo a salvo. También vino a la ciudad de la Alhambra para impulsar el hermanamiento de Granada y Tombuctú.

Y fue precisamente en Tombuctú donde experimenté una de las sensaciones más profundas de este apasionante viaje. Paseaba en solitario por sus laberínticas calles, durante las horas de penumbra, entre sus viejas casas de adobe, iluminado sólo por el fuego de sus peculiares hornos de pan y alguna que otra lámpara de aceite, encendida por cualquier de sus innumerables artesanos. Me sucedió en un instante, cuestión de segundos. Aquel hombre se cruzó conmigo en una de las estrechas callejuelas. Nuestras miradas se fundieron. Nos saludamos cortésmente sin interrumpir nuestro paseo. Poco después, giré la cabeza y lo observé mientras se alejaba. Vestía una impecable túnica blanca y, sobre ella, una toquilla negra, que podía ser el distintivo que utilizaban las tropas de Yuder. Sentía dentro de mí que los dos teníamos algo en común. Quizá, demasiadas cosas en común. Que la gesta de Yuder y su ejército, que el nombre mismo de al-Andalus, nos unía en el pasado. Nunca podré olvidarlo, me sucedió en Tombuctú.