Andaluces por los madriles

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La sevillana (La farsa monea), 2017. Pieza producida por documenta 14

De vez en cuando salen a la luz las potencialidades de nuestra tierra y de sus habitantes. Como históricamente ha sucedido los andaluces han sido internacionalistas y sus señas de identidad, los referentes que conforman su actividad, han sido incluso utilizados tanto de forma negativa como de la contraria. Poco preocupados por la identidad en el sentido estatalista somos utilizados tanto para un roto como para un descosido. Ahora, en la capital ayusiana de la libertad, una persona indefinible, por lo menos yo no soy capaz de hacerlo, protagoniza una antológica de su, no podía ser menos, también indefinible obra: Máquinas de Trovar en el Sofidou, llamado también Museo Nacional (lo de Madrid es España y España es Madrid no es algo de hoy) Centro de Arte Reina Sofía situado en la plaza donde termina la calle Santa Isabel, esa en la que antes estaba el Anatómico Forense madrileño.

Pedro G. (por González) Romero es una persona desmesurada tanto por su físico como por su capacidad intelectual, capacidad de relación (desbarre dirán algunos) y prácticas (llevar a cabo las ideas, encontrar a los colaboradores y financiarlas). Le llaman artista, comisario, editor y hasta licenciado en Bellas Artes. Aunque seguramente la mayoría de quienes han oído su nombre lo hayan hecho en el contexto de alguna de las polémicas que han salido de los estrechos márgenes del mundo cultural hispano. Porque si la persona es indefinible y desmesurada también lo son las reacciones de amor/odio que levanta.

Quien recorra los pasillos del edificio de la antigua facultad de medicina madrileña que acoge al cada vez más inabarcable e inhóspito museo y llegue hasta la planta tercera en la que se está Máquinas de trovar se encontrará con una extensa y variada exposición en la que, por lo menos a mí, lo que más me ha llamado la atención es que desde “abajo” (ya se sabe que los mesetarios bajan a Andalucía, mejor dicho al Sur) se puede escribir la historia social de este estado de regiones, nacionalidades y ciudades, sin que salga como referente el rompeolas estatal ni sus habitantes. Desde la década de los setenta a la actualidad sin que falten las referencias a otros tiempos. Ya saben eso de que todo es todo y en todo está todo.

Como escriben desde el propio museo “sus trabajos han sido calificados de singulares, particulares, excéntricos. Pero, lejos de buscar una posición solitaria y más allá de simplificaciones en torno a lo colectivo, su modo de hacer ha consistido en tramar aparatos, índices, dispositivos, en definitiva, máquinas que se vinculan al campo del arte”. Y así es realmente. Ante nuestros ojos pasan acontecimientos históricos, iconografías e imágenes diversas, acercamientos a las culturas populares, etc. En definitiva al visitante se le ofrece un inconmensurable continente del que casi siempre se desborda el no menos incontable contenido. Venga desde el intelectualismo cultural, el flamenco o el arte. Todos ellos desarrollados desde las más diversas formas y perspectivas y resignificadas a su gusto.

Pero es que además lo hace de forma ideológica. Ya saben eso que no tiene, o debe tener nadie pero que está en todo y todos a pesar de los pesares. Y para, seguro que algunos, más INRI desde una forma progre, de izquierdas o más específicamente, libertaria que no es lo mismo sea todo dicho de paso. Tanto que hasta Machado, fosilizado en la cultura progre institucional aparece como referente para darle nombre a la antológica como para “compara(r) la vanguardia moderna con el hacer de los cantaores del pueblo cuando componen un fandango”.

Siendo todo sugerente, impactante, que remueve millones de neuronas hasta casi la extenuación, lo que más me ha gustado es la sala, a modo de plaza (guiño de ojo que no hace falta explicar al inteligente lector) en donde se presentan diversas actuaciones dedicadas a lo que denomina Canciones de la guerra social contemporánea II. Una visión de la llamada transición española en la que no aparecen ni el emérito, ni Suárez, ni González, ni siquiera los almodóvares, alaskas y grupos de la publicitada “movida madrileña”. Lo hacen otras anónimas, o casi, que vivieron muchas decenas de miles de personas que no sólo no nos identificamos ni con el análisis ni con los protagonistas al uso. Por poner un ejemplo personal, nunca asistí a un mitin del PSOE de la época, ni tuve ocasión de que me encandilara la lengua de serpiente del entonces abogado que surgió de Bellavista.

Libros, panfletos y audios llenan los expositores a los que se le añaden los siempre utilizados audiovisuales que, en esta ocasión, se basan en la filmación e interpretación del cancionero que los situacionistas (Guy Debord entre otros) publicaron a comienzos de los años ochenta. Propuesta que se completa con la interpretación, y a la vez grabación, por diversos artistas de las canciones.

Uno desearía que esta exposición recalara por la tierra en la que Pedro G. Romero ha parido la mayoría de su obra. No sé si es un deseo que, por ignorancia, ya está previsto que se cumpla pero que indicaría una madurez colectiva de administraciones y población que ayudaría a tranquilizar estos intranquilizadores momentos y futuro próximo.