Siento dolor, rabia e impotencia cuando veo los crímenes de guerra que Israel está cometiendo con total impunidad en Gaza, contra población civil indefensa. Semejante masacre me impulsa a participar en las manifestaciones de solidaridad con el pueblo palestino. Somos muchos los que hemos salido a la calle, horrorizados por el genocidio que estamos viendo, casi en directo, en televisión. He firmado manifiestos para pedir un alto el fuego y mostrado mi apoyo a las huelgas estudiantiles en defensa de la causa palestina.
Colaboro también con la campaña de boicot a Israel para obligarlo a cumplir la legalidad internacional y escribo artículos como éste. ¿Qué más puedo hacer? Los andaluces nos sentimos especialmente identificados con Palestina, pues nuestros dos pueblos comparten una historia común de genocidios y expulsiones. Recordemos la persecución y expulsión de sefardíes, andalusíes y gitanos, durante un siglo, desde los Reyes Católicos en 1492, hasta Felipe lll en 1609. La historia se repite.
Enciendo el televisor para ver el Telediario y no puedo soportar las terribles imágenes que siguen llegando desde Gaza. El Telediario coincide con la hora de comer y me resulta indecente estar disfrutando de una comida caliente, mientras veo cómo una bomba de precisión revienta un edificio con centenares de personas dentro. Me siento estremecido al ver niños, abuelos y mujeres, víctimas de los bombardeos y envueltos en mortajas. Los equipos de rescate recuperan los cuerpos, aún con vida, de algunas víctimas sepultadas bajo montañas de escombros. Esta vez no se trata de un terremoto, sino de las mortíferas bombas israelíes que machacan sin piedad a la población civil.
Los supervivientes son trasladados a hospitales sin energía eléctrica, donde intentan curar sus graves heridas con la luz de una linterna, sin anestesia y con vinagre como único desinfectante. Hoy hemos visto cómo el ejército de ocupación israelí ha atacado el hospital de Al Chifa con la excusa de que allí se oculta Hamás. La imagen de bebés, a punto de morir, por no disponer de incubadoras, es aterradora. Otro crimen de guerra.
Gaza está sin luz, tampoco tiene agua, escasean los alimentos y el combustible, y la ayuda humanitaria es insuficiente para más de dos millones de personas. El bloqueo que Israel ha impuesto a este campo de concentración se parece cada vez más a un asedio medieval, que intenta rendir a la población por hambre y sed, como el que sufrieron muchas ciudades andaluzas, durante la conquista castellana de Al-Ándalus. Y me pregunto: ¿cómo es posible que el régimen israelí esté haciendo con los palestinos lo mismo que los nazis hicieron con los judíos?
En un mes de bombardeos indiscriminados, Israel ha matado ya a más de 16.000 palestinos, la mitad de ellos niños. Llamar «derecho a defenderse» a esta masacre televisada es hacer apología del terror, pues son crímenes contra la humanidad, que cuentan con el infame permiso de Estados Unidos y el silencio cómplice de la Unión Europea. No obstante, resulta reconfortante ver cómo pacifistas estadounidenses han interrumpido una sesión del Senado, con las manos manchadas de pintura roja, para exigir un alto el fuego y salvar la vida de los niños palestinos. Y judíos antisionistas de Nueva York se han concentrado en la estatua de La Libertad por una Palestina Libre.
El régimen sionista ha cometido el error de llevar a los palestinos al borde del exterminio, con la intención de obligarles a abandonar su tierra. Para Netanyahu, la «solución final» es la expulsión del pueblo palestino. Es el propio Israel, con su brutal política de apartheid, el que ha creado a Hamás. Y ahora pretende aniquilar a esta milicia palestina, pero ha crecido tanto, que ya es imposible acabar con ella. Los soldados israelíes ya no se enfrentan a cuatro jóvenes con piedras. A partir de ahora, tendrán que llevar chalecos antibalas y muchos saben que no volverán a casa.
Cuando escribo estas líneas, el ejército israelí ha invadido Gaza y se enfrenta, cuerpo a cuerpo, con la resistencia palestina. Las columnas de vehículos militares nos recuerdan la invasión del ejército ruso en Ucrania, pero esta vez no hay condena internacional. El doble rasero pone en evidencia a las decadentes «democracias» occidentales.
La sociedad israelí ha entrado en shock, pues se siente cada vez más insegura. Las familias de los 239 rehenes israelíes, secuestrados por Hamás, presionan para que sean canjeados por 6.000 presos palestinos, que llevan años sufriendo torturas en las cárceles israelíes. El régimen de Tel Aviv debería saber que los pueblos del mundo están con Palestina y que no habrá seguridad para Israel, hasta que no haya justicia para el pueblo palestino.