Hace poco leí un informe de un estudio en el que se informa que un alto porcentaje de andaluces y andaluzas no comprende lo que lee. Que de un texto apenas puede rascar el 40% de lo expresado.
La comprensión lectora es el proceso de elaborar el significado por la vía de aprender las ideas relevantes de un texto y relacionarlas con conceptos que ya tienen un significado para el lector. Es el proceso a través del cual el lector “interactúa” con el texto. La lectura es un proceso de interacción entre el pensamiento y el lenguaje, el lector necesita reconocer las letras, las palabras, las frases, sin embargo cuando se lee no siempre se logra comprender el mensaje que encierra el texto, es posible incluso que se comprenda de manera equivocada. Como habilidad intelectual, comprender implica captar los significados que otros han transmitido. La comprensión lectora es un proceso más complejo que identificar palabras y significados, ésta es la diferencia entre lectura y comprensión.
Una vez, un profesor de una facultad que nunca he pisado de filosofía y letras, no sé en referencia a quién, dijo que “Hablaba correctamente en cinco idiomas. No escuchaba en ninguno”.
No sé si será un caso de comprensión lectora o de no querer escuchar pero más bien me inclino por el recurso clásico del que no puede o no quiere rebatir algo y para ello levanta un castillo inventado y hecho a su medida para poder asaltarlo. Algo así como el yo me lo guiso y yo me lo como.
El caso es que el proceso soberanista que vive Catalunya, pese a sus dificultades y claroscuros ha despertado con nueva fuerza el fantasma del españolismo en la izquierda española. Y no me refiero solo al PSOE, el cual hace ya muchas décadas optó por aliarse y fundirse con el nacionalismo español, con tal de impedir procesos emancipatorios haciendo suyas las directrices franquistas. Ha sido Podemos, a través de su muleta IU y las palabras de Cayo Lara en Palma del Rio, quienes han escenificado de forma clara su oposición frontal al derecho al ejercicio de la soberanía de los pueblos a través de la autodeterminación.
Este españolismo de viejo cuño disfrazado de progresista (ya ni siquiera pretende ser revolucionario) no es sino una extensión del españolismo ya puesto en su lugar por Blas Infante en su día y el único objetivo que presenta es ser aliada de la reacción burguesa española haciendo campaña para impedir procesos de emancipación nacionales con el pobre objetivo de engordar filas partidistas.
En cualquier caso, lo cierto es que resulta en cierta manera divertida esa leyenda urbana construida en salones del Podemos-PCE y el PSOE, extendida después a sectores de la izquierda revolucionaria española en el que se explicaba que las luchas de liberación andaluza, catalana, vasca o de cualquier lugar de Europa es una lucha burguesa. Pero claro, ¿Qué ocurre? Que resulta complicado mantener esa mentira si la “burguesía andaluza” es partícipe y está ligada al proyecto españolista hasta el zancarrón. Si el capitalismo y el españolismo van de la mano en Andalucía, la respuesta dialéctica y antagónica de los trabajadores andaluces ha de ser la soberanía nacional y el socialismo. Y ahí está el lío. Que se rechaza la soberanía de Andalucía, negando el marco autónomo de relaciones laborales andaluz desde ese españolismo de “izquierdas” reconociendo únicamente el español sin un análisis de clase y de la coyuntura real andaluza, lo cual hace, fíjate tú por dónde, promover un nacionalismo español identitario. Justo lo que achacan a los sectores soberanistas andalucistas de nuestro país a la inversa. Y con el plus de que el nacionalismo español es imperialista y opresor de naciones y la nación andaluza no está reconocida sino ninguneada y perseguida históricamente.
La negación de Andalucía como marco autónomo de la lucha de clases, la subordinación al marco estatal español, el antisoberanismo, la negación de realidades objetivas y concretas como la opresión cultural, la equiparación entre nacionalismos de liberación y nacionalismos imperialistas, la injerencia política obviando el internacionalismo y el sucursalismo son algunas de sus características que además no siguen baremo ideológico alguno.
Hay que ser necio para negar la existencia de una burguesía andaluza, no se necesitan una docena de títulos universitarios para verla. Lo que ocurre es que esta burguesía es española y su camino transita y está unido a la oligarquía española que cuenta con una de sus mayores sedes en el Palacio de San Telmo. Es decir, que los intereses de esta burguesía, digamos andaluza, no tienen nada que ver con la soberanía y la liberación de Andalucía sino todo lo contrario, es partícipe del proyecto español, es colaboracionista, españolista. Aunque hayan nacido aquí (si es el caso) y se pongan traje de faralaes para pasear por la Feria de Sevilla.
La soberanía nacional andaluza es la forma que toma aquí la lucha de clases y no es simplemente un viejo lema. Un avance en nuestra soberanía, un avance en los derechos nacionales no es algo para dejar “después” bajo la excusa-amenaza del avance del fascismo, sino que debe ser el núcleo central de la izquierda soberanista andaluza hoy y ahora, y a su vez vehiculizar, a través de la Confluencia Soberanista, ese contenido democrático general contra la opresión de todo sector social favorable a la libre determinación de los pueblos.