La esclavitud negra tiene una historia tan oscurecida como la piel o el destino de las personas que la protagonizaron. Un tráfico humano justificado desde la filosofía, bendecido por las religiones y amparado por las leyes de la guerra; un tráfico inhumano que da cuenta de lo peor de nosotros mismos, que provocó tanta muerte y sufrimiento como riqueza en quienes llevaban a cabo ese comercio.
Las esclavas, los esclavos negros, nombrados como piezas o “cabezas” en el afán deshumanizador de los esclavistas, llegaban de tierras africanas, hacinados en barcos negregros a surtir los mercados de Andalucía. Para sobrevivir, debieron adaptarse al clima, a la lengua de sus amos, a sus costumbres. Para protegerse, se unieron en cofradías y hermandades. Para recordar quiénes eran, construyeron espacios de sociabilidad donde compartir sus historias de desarraigo y defenderse de la “melancolía fija” que los aquejaba. Y acabaron contaminándose y contaminando culturalmente a la sociedad en la que eran los parias. Pululaban por nuestros campos y ciudades; han estado delante de nuestros ojos, en los cuadros, en la literatura, pero se les ha vetado el paso a la historia. A pesar de ser tan habitual su presencia, durante mucho tiempo fueron invisibles.
INTERVIENEN: JESÚS COSANO Y JOSÉ ANTONIO PIQUERAS.