«Hacer historia no es toda acción de pensar y actuar a contracorriente; es el pensar y el actuar que fuerza a la corriente a desviarse de su curso natural”
Boaventura de Sousa Santos
Durante el mes de julio y agosto se sucederán diversos actos institucionales y críticos, recordando el nacimiento de Blas Infante y su asesinato a manos de los franquistas tras el golpe de Estado de 1936. Estos actos, más que necesarios, no supone actos de referencia para la inmensa mayoría del pueblo andaluz y sí una disputa entre los diferentes espacios políticos andalucistas, esto se agudiza en las vísperas del cuarenta aniversario del 4 de diciembre de 1977.
Como defiende el historiador marxista Walter Benjamin, hay momentos e imágenes de una dimensión crítica y subversiva que penetran en el presente como un momento revolucionario capaz de interrumpir el curso de la dominación. La historia es objeto de una construcción cuyo lugar no está constituido por el tiempo homogéneo y vacío, sino por un tiempo pleno, ‘tiempo-ahora’ que puede ser el camino para comprender la crítica al presente.
La historia es eminentemente política, esto ocurre así porque se trata de un presente que se reconoce en sus partes visibles, en su identidad positiva, plena, y que reconoce en el pasado sólo aquello con lo cual se identifica.
La familia de García Caparrós solicitó en mayo de 2017 al Congreso de los Diputados tener acceso a las sobre las actas de las sesiones de la comisión que investigó su asesinato. En cambio Mesa de la Cámara negó el derecho a conocer la verdad amparándose en el reglamento preconstitucional que regulaba las comisiones. Esta causa, debe ser prioritaria para Andalucía y para el andalucismo. También la Fundación de Blas Infante lleva años luchando para que Congreso de los Diputados declare ilegal la sentencia que condenó a Blas Infante. Estamos ante una oportunidad para mirar atrás, observar la historia desde la perspectiva de las víctimas y curar sus heridas; una oportunidad de unirse a ellas para explorar posibilidades alternativas y abrir caminos de futuro y dignidad.
El presente puede, modificar el sentido del pasado contradiciendo la historia escrita por los vencedores. La última palabra no se dice nunca, y siempre está cubierta con deuda. Reunificar las prácticas en pedazos, lo político no politizado, articular la esperanza y lo posible, el despertar y el acontecimiento, la interpretación y la bifurcación. Porque no se trata solamente de transformar al mundo, sino también de interpretarlo. Pese a la incompatibilidad entre el mito y la historia, el mito pervive en la historia. El objetivo de la crítica es, en este sentido, desmontar las configuraciones míticas y dotar a sus fragmentos de contenido político, historizándolos.
Huir del mito y reconocerlo es el paso ineludible que necesita Andalucía para reivindicarse y construir un nuevo despertar colectivo. Blas Infante, Caparrós y el 4 D no son patrimonio de unos pocos sino que son patrimonio de toda Andalucía. En consecuencia, si lo que se pretende es que este patrimonio siga constituyendo una parte viva, debe desempeñar en ellas un papel social, político, y cultural significativo. El reto que tenemos las y los andalucistas consiste, entonces, en adoptar planteamientos dinámicos, centrados en la actuación y basados en el valor significativo del patrimonio cultural, de modo que puedan asegurarse su continuidad y vitalidad para las generaciones actuales y futuras.
El andalucismo político significa eso, un inconformismo que puede cambiar la realidad y hacer historia. Aunque tenemos que ser conscientes que tenemos que ir más allá. El pasado no determina ya al presente y al futuro, de forma casual. El futuro no enciende el presente. El presente se convierte en la categoría temporal central, donde pasado y futuro vuelven a poner, sin embargo, permanentemente, todo en juego.
No podemos basar nuestro ideario en una confianza blanda en las promesas del futuro, una esperanza hacia los objetivos de lo posible, se trata de ver más lejos, pero no para huir de la proximidad de lo que es más cercano, sino para atrapar, en el momento mismo en que se pone en marcha “las emergencias en la historia”.
La victoria del neoliberalismo y la imposición de sus consecuencias, es decir, la mercantilización de la vida y la naturaleza, privatizaciones, acumulación por desposesión, recortes de derechos etc., nos invitan a frenar el individualismo insolidario que concibe al ser humano como sujeto de consumo. Es ineludible hablar de identidad y de relato común. Tenemos que redistribuir la riqueza como elemento central pero también tenemos que construir comunidad. Defender una política de los encuentros en este mundo del egoísmo como presupuesto racional. Una persona por sí sola no puede ser autoconsciente, sólo se es consciente y se tiene autoestima cuando se es consciente de formar parte de una comunidad, de ser consciente de las relaciones que le unen a las otras, en esos los momentos que se plantea que es un bien para sí es cuando se plantea que es un bien para las otras personas.
Pero antes que nada es necesario frenar el conformismo, la desesperanza, y la indiferencia, porque no puede cambiarse lo que no se conoce, como tampoco puede cambiarse lo que simple y dócilmente se acepta.
El andalucismo necesita volver a reconocerse, necesita aprender, discutir, sacar lecciones y evitar cometer los mismos errores. Nos toca evitar que la historia se convierta en el mito, ser capaces de empezar ‘por el medio’ para que nuestro pueblo vuelva a reconocerse como sujeto colectivo capaz de transformar su realidad, para que mañana no nos vuelvan a decir que todo fue un sueño.