Tenía pensado escribir sobre los usos que las administraciones hacen de los archivos y las dificultades y dejaciones para su consulta. Habrá tiempo. Todavía estoy bajo el impacto de las escenas contempladas en la noche electoral. No sólo por el ascenso de la extrema derecha, sino también por la naturalidad con que, durante horas, las televisiones establecían un cordón sanitario, una exclusión, no del fascismo español sino de grupos que podrían cerrar el círculo para la formación de un gobierno que no sólo haga frente a quien va a pagar la crisis que de nuevo se nos viene encima, sino también al otro gran problema político que tenemos: la crisis territorial del Estado.
Una y otra vez aparecía en las pantallas un gráfico que enfrentaba a las dos posibilidades existentes para formar gobierno: la de la suma de diputados de PSOE, Unidas Podemos y Más País y la que componen PP, Ciudadanos y Vox. Un gobierno de centro izquierda, los primeros y de derecha-extrema derecha los segundos. Dejado fuera, ninguneando por completo la suma de otros grupos parlamentarios como BNG y, sobre todo, Esquerra Republicana, Bildu e incluso PNV y JuntsxCat. Sí, ya sé que estos dos últimos son partidos de derecha pero es que la resolución de unos de los problemas centrales pasa por ellos. Incluso, en el caso del partido vasco, con una visión más comprometida del Estado y de quienes deben ser sometidos al cordón sanitario tal como demostró, negándole el saludo al representante de Vox, al finalizar el debate electoral.
De forma que el espectador podía sacar la conclusión que, más peligrosos que la extrema derecha son estos grupos. Es decir, asumiendo el mensaje de los franquistas que, además, son normalizados como partido y con él sus llamamientos de resentimiento. Ebrios de euforia ya gritaban ayer noche ¡A por ellos! Una fotografía que nos devuelve a cuarenta años atrás, cuando las bandas fascistas campaban por las calles del país. De momento lo harán por los pasillos del parlamento con la legitimidad del voto. Esperemos que no venga después lo otro. Pero es que, además obvia el problema territorial.
Parece claro que si se quiere hacer frente a la próxima crisis desde posiciones, al menos, socialdemócratas, el gobierno debe de apoyarse en los nacionalistas catalanes. Al menos en Esquerra Republicana. La realidad es tozuda y no será con Vox como se saldrá del laberinto catalán. Tampoco vendiendo el ninguneo y la raya roja que ha trazado la derecha y la extrema derecha con un entusiasta seguimiento del PSOE quiero creer por erróneos cálculos electorales. Claro que para eso se prefiere el original que la copia. En su conjunto la sociedad española busca el mamaíta que me quede como estoy, prefiriendo una supuesta moderación al riesgo para solucionar problemas que requieren asumirlo.
El momento es preocupante. No sólo por la representación parlamentaria del franquismo que, todavía, no ha salido del marco del voto pija sino porque no parece que se le vaya a hacer frente de forma decidida tanto desde las moquetas parlamentarias a las calles. A esas calles que tanto miedo parece tenerle el centro izquierda hispano. Como en Andalucía hace más de un año hay que cerrar filas, hay que buscar sentir la preocupación de forma colectiva. Como decían los antiguos la lucha no está sólo en el parlamento. Pero para eso muchos, comenzando por los dirigentes de los partidos, deben de cambiar el “chip”.
No hay muchos indicios que animen a pensar que vaya a ser así. Ya anoche, cuando los concentrados ante la sede central del PSOE en Madrid le gritaban a Sánchez que con Casado no, con Iglesias sí, a éste no se le ocurrió nada mejor que decir medio en broma, medio como reproche: “os veo muy participativos”. No sé si se dará cuenta de que o implica al personal o esto cada vez irá de peor en peor entre tacticismos, renuncias, apelaciones al orden público, a la patria, etc. Después serán las lamentaciones y el crujir de dientes. Eso sí siempre quedaran los abstencionistas para echarles la culpa de que más de 3 millones de votantes hayan escogido a Vox.