Malvivimos en una sociedad donde la explotación asalariada y la dominación hetero-patriarcal condenan a las mayorías a una vida sumida en la injusticia y la miseria.
Malvivimos en una sociedad donde la acumulación de la plusvalía y la competencia por las ganancias regulan la actividad productiva y social imponiendo injusta e irracionalmente el criterio de rentabilidad sobre cualquier otro orden de prioridades sociales, ecológicas y políticas.
Malvivimos en una sociedad donde la perpetuación del sistema capitalista conlleva la perversa e insaciable incorporación al mercado de nuevos espacios sociales y geográficos mediante la coacción económica, política-ideológica y militar.
El imperialismo es el resultado de esta modalidad de dominación capitalista, machista, xenófoba, expansiva y violenta, apuntalada estructuralmente por los Estados y aplicada a un marco mundial dividido en clases y pueblos.
La gran diferencia entre estas dos divisiones es que la primera tiene que desaparecer y la segunda reformularse. Las clases tienen que desaparecer, los pueblos no. La existencia de clases es correlativa a la vigencia de un sistema de explotación. La existencia de pueblos diferenciados es el resultado del transcurso histórico de conformación de comunidades humanas. Lo que tiene que desaparecer son las relaciones de poder desigual que existen entre los pueblos.
Por lo tanto, las diferencias culturales, lingüísticas, históricas y de cosmovisión de cada pueblo ni pueden ser superadas ni tienen que serlo ya que su existencia no implica, en sí, asimetrías de poder. Al contrario, la existencia de pueblos diferenciados constituye una incalculable riqueza de biodiversidad socio-histórica que persistirá en una sociedad emancipada aunque con notables cambios cualitativos al no estar atravesados por relaciones de explotación y dominación.
Por todo ello, la soberanía de los pueblos, entendida como la articulación de una independencia de clase y nacional, sintetiza la necesidad de los pueblos trabajadores de superar su condición económica, política y cultural subordinada tanto para los que, como los andaluces, carecen de Estado propio como para los pueblos trabajadores cuyo Estado permanece en manos de las burguesías locales, nacionales y/o trasnacionales.
Por lo tanto, a pesar de las diferencias sociales, culturales y de tradiciones políticas existentes entre los pueblos, tenemos un objetivo estratégico en común: nuestra liberación nacional y social. Al estar sometidos a la misma estructura de explotación y dominación capitalista-imperialista-patriarcal, la unidad y solidaridad en la lucha de los pueblos trabajadores son de carácter estratégicas.
En este sentido, alejada radicalmente del asistencialismo paternalista y del humanitarismo biempensante, entiendo la solidaridad ante todo como una práctica política que surge de la toma de conciencia de los lazos estratégicos que unen a los sectores y pueblos oprimidos para la superación de su condición de tal. Como la emancipación de cada pueblo depende directamente de la emancipación de los otros, el internacionalismo se convierte en el componente necesario para cimentar la acumulación de fuerzas a nivel internacional para la consecución de un sistema éticamente superior basado en valores solidarios e igualitarios.
Por lo tanto, desde el respeto de las diferencias culturales e idiosincráticas que existen entre los pueblos y desde el respeto a los tiempos, prioridades y formas de lucha que cada pueblo desarrolle en tanto que marco autónomo de lucha de clases y de género, la práctica política internacionalista, tal como la entiendo, busca mediante la solidaridad y aprendizaje mutuo, de ida y vuelta, el fortalecimiento y culminación de los procesos de liberación social y nacional empezando por el propio.
En Andalucía, el internacionalismo no tiene sentido fuera del proyecto político de construcción nacional y liberación social de nuestro pueblo. En efecto, la soberanía nacional andaluza no sólo responde a los intereses estratégicos de los sectores populares de nuestro país, sino a los intereses de todos los pueblos trabajadores que luchan por la superación del sistema capitalista-imperialista-patriarcal. Por ello, con la culminación de dicha soberanía nacional de Andalucía, las ocho provincias y sus comarcas, nos dotaremos de la herramienta necesaria para llevar adelante una genuina política internacionalista como pueblo y, en este sentido, se convertirá en el mayor aporte solidario del pueblo andaluz a otros pueblos en lucha.
Correlativamente, nuestra emancipación no tendrá sentido ni podrá llevarse a cabo sin asumir integralmente el internacionalismo como elemento transversal y consustancial a su práctica política. En efecto, un país soberano y socialista no será alcanzable ni perdurable sin gozar de un firme componente internacionalista que fomente la solidaridad hacia nuestra lucha, que abra las posibilidades de enriquecerla con experiencias de otros pueblos en lucha y que apoye y establezca relaciones solidarias en todos los campos con los procesos que apuestan por la superación del sistema capitalista-imperialista.
En pocas palabras, un componente internacionalista transversal que desde todos los ámbitos de intervención blinde la construcción nacional y social de nuestro pueblo en todos y cada uno de sus pasos y luchas sectoriales.
Por todo ello, el internacionalismo representa un elemento emancipatorio clave y absolutamente necesario en nuestro proceso de liberación andaluz, máxime en un contexto de crisis estructural capitalista. En efecto, ante la ofensiva económica, política y militar orquestada por los Estados dominantes y el capital, la unidad y solidaridad entre los pueblos trabajadores tiene que profundizarse para forjar una salida anticapitalista, antimachista, antirracista, antifascista y antiimperialista a la crisis actual.
El internacionalismo será andalucista o no será.
El andalucismo será internacionalista o no será.