En medio del actual panorama socioeconómico de Andalucía, las soluciones que se vislumbran desde el sistema pretenden alimentar su continuidad; se trata, no de cambiar la realidad, sino de mantenerla, reanimando lo que nos ha traído hasta aquí. Pero si algo nos ha enseñado nuestra experiencia ha sido que si queremos tener por delante una perspectiva de futuro, no nos vale con reproducir el presente. El futuro no puede hoy construirse reproduciendo el presente, extrapolando las tendencias que prevalecen en la actualidad, porque este es un presente que no tiene futuro.
Nuestra mirada se orienta desde una Andalucía que tiene una situación periférica, subalterna dentro del sistema, y que a su vez forma parte de un mundo inmerso en una crisis que va mucho más allá de lo económico. Una crisis que atraviesa el conjunto de las estructuras políticas, sociales, económicas y culturales, pero también las construcciones éticas o epistemológicas que implican la propia comprensión de la vida. Por eso, si queremos vislumbrar algo que tenga futuro tenemos que mirar más allá de lo existente o al menos más allá de lo que se nos hace visible. El futuro tenemos que inventarlo entre todos, aunque muchos de los materiales y muchas de las experiencias que nos sirvan para construirlo estén ya entre nosotros.
Por otra parte, pensar en una realidad diferente nos lleva a utilizar una mirada diferente a la que propone la ideología dominante, que en el ámbito de la economía ha creado una noción de lo económico poniendo el foco, el centro de atención, exclusivamente en lo monetario; el dinero, como medida de todas las cosas y como beneficio que se obtiene del trabajo explotado, porque parte del producto del trabajo -del trabajador/a- se lo queda otro. Ilumina, por tanto, y subraya solo una dimensión de los procesos económicos, la dimensión monetaria, pero desatiende y oculta las otras dimensiones que no nos deja ver. Necesitamos una manera de entender la economía que haga visibles las dimensiones y las relaciones que tienen lugar en ese entorno físico y social soslayadas por el enfoque ordinario y que funcione con una lógica que vaya más allá del crecimiento y la acumulación de “riqueza” y de poder como objetivos prioritarios y cambiándola en el sentido de que los beneficios que se crean, se repartan. Una economía que centre la atención en el mantenimiento y el enriquecimiento (sostenibilidad) de la vida social y natural, desde una idea de sostenibilidad que no solo haga referencia a que la vida pueda continuar, sino a que eso signifique condiciones de vida aceptables para toda la población. Por eso, no es posible hablar de sostenibilidad si ésta no va acompañada de equidad.
Esa sostenibilidad de la vida necesita de un tiempo de trabajo que se desenvuelve fuera del mercado, en la esfera doméstica, que está por encima del tiempo de trabajo considerado por el sistema como “productivo”, y que hoy es invisible o incluso despreciable y despreciado, básicamente desempeñado por las mujeres. Visibilizar estos costes ocultos y darles el sitio que tienen en la sostenibilidad de la vida, que es también dar otro significado al concepto de trabajo, su carácter creativo, para el bien común, que cubra las necesidades de todos y todas, es el primer paso para construir un nuevo tipo de relaciones sociales. En este sentido conviene recordar que vivimos utilizando un imaginario dominante construido por el hombre, blanco y del Norte.
Como experiencias y prácticas alternativas que sostengan nuestra base material podemos servirnos de muchas de las que ya están en marcha o están tratando de ponerse en funcionamiento en Andalucía y fuera de Andalucía, basadas en valores y principios diferentes a los que rigen en la actualidad: la cooperación, la cohesión social, la defensa de los bienes comunes. Se trata de “producir para vivir”, de construir experiencias con el propósito de atender las necesidades básicas desde otras lógicas diferentes a las del crecimiento y la acumulación basada en la apropiación del trabajo asalariado. Esto implica introducir en el debate las formas de producción asociativa, el cooperativismo, la gestión participada, la economía social y solidaria, la “economía del bien común”, la agricultura campesina, las redes comunitarias, y otras de similares características, en una discusión de carácter político y no meramente técnico.
Andalucía, desde el punto de vista de la división territorial del trabajo aparece como una gran plataforma exportadora de productos agrarios, con escaso aprovechamiento y altos costes sociales y ecológicos para el entorno rural en el que se localiza esta especialización. Pero al mismo tiempo que crece nuestro papel de exportadores de alimentos, aumenta también la cantidad de alimentos que importamos. Nuestra dependencia alimentaria se hace cada vez mayor, y la desconexión entre producción y consumo alimentario va creciendo, con importantes consecuencias que soporta sobre todo el medio rural.
Una manera alternativa, sostenible y viable de concebir lo alimentario, invirtiendo la lógica con la que ahora funciona, un modo de construir maneras de alimentarnos que vayan a nuestro favor, recomponiendo las conexiones rotas por la lógica de la acumulación, tiene cada vez más visos de realidad, concretándose en la propuesta de soberanía alimentaria, una propuesta basada en el derecho de los pueblos a definir su política agraria y alimentaria, y que en Andalucía ha sido acogida por grupos, asociaciones y movimientos sociales que tratan de llevarla a la práctica. Se trata de recuperar el control sobre el ámbito agroalimentario. Pero supone también otra manera de gestionar el territorio, priorizando la articulación entre la producción agrícola local y el acceso a los mercados locales, apostando por circuitos cortos de comercialización y suponiendo una reactivación para los tejidos económicos locales desde maneras distintas de entender lo económico.
Como estas experiencias podemos encontrar otras muchas. Hay alternativas; lo que no hay es voluntad política ni poder que las haga prosperar. Por eso, es urgente y prioritario rescatar la política en su sentido más noble para poder construir una economía que pudiera estar al servicio de la vida y no al contrario como ahora sucede.