«En la más ardiente de nuestras ciudades,
hunden el rostro en sangre coagulada
cadáveres de niños…»
Wislawa Szymborska (Polonia 1923-2012, Premio Nobel Literatura en 1996)
Hace poco visité el Museo Reina Sofia, en Madrid, con un claro objetivo: volver a ver el Guernica. Tuve suerte, no había mucha gente en la sala. Pablo Picasso lo pintó en mayo y junio de 1937, tras el bombardeo de Guernica en abril de aquel año. El artista malagueño inmortalizó y universalizó esta obra de arte como un símbolo de paz. Me situé frente al cuadro. Llanto, desgarro, gritos de impotencia, muerte y destrucción, de animales y personas, en la guerra civil española originada por el levantamiento de una parte del ejército rebelde contra la legitima República (1931-1939). Un brazo portando una linterna buscando la luz en la oscuridad histórica. Picasso quiso pintar el horror de las guerras, el sufrimiento, la desesperación, la pérdida de vidas humanas, la destrucción de ciudades y de la vida humana. En el lado izquierdo del cuadro, bajo el toro, una mujer grita desgarradoramente mientras sostiene en sus brazos a su hijo muerto. Y viendo el Guernica la mente humana piensa en el horror de las guerras actuales en varias zonas del Planeta, y especialmente, por la proximidad, en Ucrania y en Gaza.
Los avances tecnológicos del último cuarto del siglo XX y del primero del siglo XXI, nos acercan, por medio de la TV y los modernos smartphones, imágenes de los acontecimientos casi de forma instantánea. Recordemos la destrucción de las Torres Gemelas en Nueva York, el 11 de setiembre de 2001, por parte de terroristas islámicos de Al-Qaeda que estrellaron dos Boeing 767 contra cada una de las torres, que yo visité el año anterior, antes del colapso. Y ahora desde aquel 7 de octubre de 2023, cuando terroristas de Hamás consiguieron entrar en territorio de Israel causando más de 1.200 muertes y secuestrando a más de 200 rehenes, asistimos a una venganza sin precedentes, un nuevo Leviatán (del hebreo liwyatan, que significa enrollado, semejante a un dragón), que destruye sin piedad lo que encuentra a su paso. Ese nuevo Leviatán, bien podría ser el actual Primer Ministro israelí, Benjamin Netanyahu, quien para vengarse del ataque de Hamás (que yo y la mayoría de las personas calificamos de terrorista, criminal y asesino) está respondiendo con su ejército con un genocidio en toda regla, una masacre que ha destruido la franja de Gaza y ha causado la muerte de cerca de 35.000 palestinos y palestinas, la mayoría niños, mujeres y ancianos. Este judío sin alma, Netanyahu, cuyos antecesores sufrieron el holocausto por parte de la Alemania nazi de Hitler, aplica ahora parecidos métodos contra los palestinos que como inocentes corderos recorren la franja de Gaza (365 km2 de superficie, 40 km de largo por 12 de ancho) buscando un lugar subterráneo donde guarecerse de las bombas y misiles israelíes. Y la cifra de muertos sigue aumentando, y la TV nos lo trasmite a diario, y asistimos a ese holocausto moderno en el que todo un ejército armado hasta los dientes asesina a miles de inocentes civiles, en una lucha desigual de Goliath contra David. Las imágenes de las madres y padres gritando desgarradoramente mientras sujetan con sus manos el cuerpo ya sin vida de sus hijos, o lloran ante el lienzo blanco que contiene el cuerpo sin vida de sus hijos, me evocan la imagen de la madre destrozada con su hijo muerto entre sus brazos, del Guernica que pintó Picasso.
He traído estos horribles ejemplos del comportamiento humano y de la muerte y destrucción que originan las guerras (la invasión de Ucrania por parte de Putin, es otra guerra injusta y desigual, que me avergüenza como europeo y debiera provocar el rechazo unánime de la ONU), porque el proyecto esperanzador de energía de paz, aboga por todo lo contrario, por unas relaciones de paz entre los pueblos, de respeto, de convivencia pacífica, donde todos los seres humanos podamos desarrollarnos sin temor a guerras cruentas provocadas por la estupidez de algunos dirigentes mundiales o por la codicia y perversión del sistema capitalista de consumo que gobierna el mundo por medio de poderes económicos y criminales ocultos, que no entienden de Humanidad ni respetan la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU por la que nos regimos desde 1948. Y vemos con tristeza, impotencia e indignación que la ONU poco puede hacer por detener la guerra de Ucrania y el genocidio que Israel lleva a cabo contra el pueblo palestino en Gaza.
Mi dilecta amiga María Novo ha escrito varios libros preciosos, uno de ellos: «La sociedad de las prisas» en el que nos dice que «el cuidado nos enseña a amar, a compartir, a cooperar. El cuidado genera vínculos, es una de las cualidades más hermosas: personas cuidadoras y seres cuidados crecen juntos en la experiencia de dar y recibir atención. Sabemos, nos dice María Novo, que el trabajo femenino no remunerado, junto con el voluntariado, no sólo son imprescindibles, como soportes de la vida, sino que representan un 50% del PIB mundial. Podríamos preguntarnos que ocurriría si un día las mujeres del mundo abandonarán sus tiempos y trabajos de cuidados gratuitos. La respuesta es obvia: las sociedades quebrarían. Una sociedad bien articulada es la que enfatiza el valor del acto de cuidar y también del autocuidado, es la sociedad que dice adiós a las prisas. Si nos cuidaramos más, y cuidaramos más a quienes nos rodean la vida sería más humana, más armoniosa, más solidaria, respetuosa y comprensiva con los otros, y menos agresiva y bélica entre unos y otros. La mujer debe protagonizar en este siglo XXI, ya lo advirtió Nelson Mandela que «el siglo XXI sería el del empoderamiento de la mujer», un papel fundamental en la pacificación de la vida social y política a escala nacional e internacional. La Asociación suiza de Mujeres Mayores por el Clima ha sentado un precedente judicial histórico. Demandaron al Gobierno de su país, Suiza, por no cumplir con los objetivos de reducir las emisiones de GEI (Gases de efecto invernadero) a la atmósfera, y ahora el Tribunal Europeo de Derechos Humanos con sede en Estrasburgo les ha dado la razón, señalando que «el gobierno suizo incumple sus propios objetivos de emisiones». Las mujeres suizas han señalado: «Es una victoria enorme. Hemos conseguido que se considere la protección del clima como un derecho humano».
Por todo esto y por mucho más que no podemos contar, la iniciativa del proyecto «Energía de Paz» puesta en marcha por la Fundación Cultura de Paz, en colaboración con el Instituto Demospaz, y el grupo de Investigación en Humanidades Ecológicas (GHECO), ambos de la Universidad Autónoma de Madrid, debe recibir nuestros mayores parabienes. Este proyecto conlleva una campaña de alfabetización y educación ecosocial con el propósito de mejorar los conocimientos de la ciudadanía sobre los proyectos de transición ecológica y sus vínculos con la construcción de paz, la mejora social y la participación democrática.
Las acciones y las políticas de construcción de paz y convivencia social, deben prevalecer frente a las guerras y los conflictos bélicos y frente a la violencia que se ejerce contra las minorías. Y en estos tiempos en los que la Humanidad se ve amenazada por el Cambio Climático, cualquier iniciativa de la sociedad civil que proponga formas de mitigar los efectos del Cambio del Clima que ya notamos en nuestras vidas desde hace décadas, debe ser bien recibida por la Comunidad Local, Nacional e Internacional. Vivimos tiempos de incertidumbre, de desasosiego pessoano. Un nuevo fantasma recorre Europa y otras partes del mundo, los neopopulismos, los negacionismos que con mentiras, falsas verdades, y falta de razón y argumentos científicos pretenden volver lo blanco negro. Nuevos partidos políticos de extrema derecha inundan las redes con bulos, tergiversan la realidad y tratan de influir en una parte de la ciudadanía descontenta con la marcha de las cosas, en las sociedades de consumo materialista, y en ese mar descontento, tratan de pescar (a río revuelto…) estas formaciones políticas. La escalada de mentiras, insultos, descalificaciones y calumnias a los que asistimos por parte de determinados lideres políticos es insoportable. Las actuaciones de lideres mundiales como Donald Trump, Orban, Marine Le Pen, Meloni, Milei, Bolsonaro, o aquí en nuestro país, las declaraciones de lideres de la derecha y ultraderecha con algunas contribuciones desde la izquierda no deben ser asumibles en una democracia avanzada, aunque frágil como la española. Por eso la transición energética (sustitución de los combustibles fósiles, carbón, gas, petróleo, por energías verdes y renovables, como la eólica, la eólica marina y la termosolar y fotovoltaica), junto con la agenda 2030 y otros acuerdos de la Cumbre de París de 2015, deben ir acompañados de iniciativas de la sociedad civil como ésta de Energía de Paz o Conciencia de Paz, que debe marcar las agendas de los dirigentes políticos y sociales si queremos crear un futuro más humano, solidario y habitable, donde quepamos todos y todas, y en el que las diferencias ideológicas deben apartarse para dejar paso a un clima de entendimiento y de diálogo en el que la búsqueda de la Paz energética y la Paz social sean la prioridad por el bien de las actuales generaciones y pensando en las futuras generaciones, en nuestros hijos y nietos que sufrirán sobremanera los embates cada vez más virulentos de la Naturaleza, como consecuencia del Cambio Climático. Pensando en nuestros nietos, debemos de apartar nuestro egoísmo y trabajar por la causa más noble que debe animar nuestras vidas: La convivencia, la paz, la solidaridad y el respeto entre la Humanidad y la rica Biodiversidad de la Naturaleza, si no queremos vernos abocados a la sexta extinción.