Aquel accidente en bicicleta con nueve años, la repetición del curso en 1970, el zapatillazo de mi madre por llegar tarde aquella noche, el llanto de aquella niña por mi grosería adolescente, el coma etílico, el dolor de muelas, aquel embarazo no deseado, las detenciones por insultos a la autoridad, la quiebra de mi empresa, los embargos de Hacienda, el desahucio, mi pobreza…
La nuestra es una cultura basada en la culpabilización del contrario. De otro siempre es la culpabilidad de cuanto nos sucede, nunca nuestra. Supongo que algo tendrá que ver en ello la mala educación nacional católica en la que llevamos instalados siglos: buscar a un culpable y condenarlo o perdonarlo sin jamás buscar al responsable aún estando claro que es uno mismo.
Esta cosa podrida a la que llamamos España, por la mala educación de sus individuos, hace inviable cualquier proyecto colectivo, pues lo colectivo atiende a la suma de voluntades y si estas no son responsables en lo que les toca lo colectivo nace muerto.
Si tuviese que buscar una imagen que describiera a los españoles (y creo que puedo incluir a todos los pueblos que componen esta mancha en el planeta) lo haría con dos manos señalándose la una a la otra con el índice erecto.
Hasta que no asumamos individualmente nuestras propias responsabilidades, la punta de nuestro dedo olerá a la mierda de la que acusamos al otro.
La culpable vergüenza colectiva a la que asistimos políticamente en España no tendrá solución si no la enrocamos por una individual vergüenza responsable: todo lo que nos pasa sucede con nuestra complicidad individual, no culpabilicemos a los «políticos» y, responsablemente, amputémosles los índices y con el nuestro toquemos nuestra frente.